Con los ojos despiertos
Ab imo pectore.
Muy traviesa, con apenas un añito, hoy se cubre su cara con los diez deditos de sus manos. En su ingenuidad tal vez alcanza a ver, a presentir lo duro de los días por venir. Si no es que juega con su fotógrafo antes de hacer sus pinitos que ya llegarán.
Sólo deja entrever sus rosados labios que se asoman entre sus deditos. Parece adelantar a una pensadora que repara en su interior la frescura de su alma. Toda una muñequita jugando, muy coqueta, al escondido con su cara.
Nos dice que ha de dejar de ver la locura cotidiana para de vez en cuando hundirse, hurgarse, ser, sentirse, serse. Con la frente entre sus manos nos recuerda los lugares de silencio que hoy más que nunca precisamos entre tanto desconcierto diario.
En son de gracia cruza los meñiques; los índices en su frente apoya. Cubre los ojos con sus manos como quien no quiere ver el desastre permanente, la derrota, el descontento, el desengaño, el aburrimiento, enseñoreados sobre cada hombre y cada pueblo.
Hija del mañana con nostalgia de futuro, inocentemente vislumbra por ahora que la esperanza es un escuchar la melodía del futuro, la única que nos dirá cuándo, con qué fuerza, de qué modo, asumir nuestro destino, desde las galopantes regiones del oro hasta los calcinantes sueños de las cálidas arenas; desde las septentrionales águilas nevadas hasta las vallejianas resonancias de las quenas; desde los espejismos enterrados del alma hasta los confines donde, tal vez afuera, lejos de la tierra, titilen las estrellas.
No quiere ver la sangre por las calles. No quiere oír hablar con las palabras de la sangre. Artista precoz, nos brinda un acto más que mágico; parece se durmiera en un como exorcismo infantil: 2 + 0 + 1 + 4 = 7. No nos va a dejar dormir hasta que deje ver sus ojitos. A no ser que sueñe con el acento de su nombre, que en el idioma inglés no existe.