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Cuando callar se convierte en una virtud

Una vez me contó una amiga que en su casa le decían que no hablara si no tenía algo inteligente que decir. Ella me refería jocosamente que como casi nunca se le ocurría algo inteligente pasaba días muda. Las mujeres siempre han tenido cosas que decir pero les ha costado trabajo organizarse para ser escuchadas. Supongo que la maternidad tiene algo que ver con esta dificultad… tal vez nos expresamos a través de esas obras que son los hijos, sin embargo, me inclino más a interpretar que ese concepto de que la mujer que calla es la más virtuosa debe haberse grabado con fuego en las circunvoluciones del cerebro femenino y es muy difícil de borrar.A principios del siglo 20 una escritora española dijo: “ …las mujeres callan porque creen firmemente que la resignación es una virtud… callan por costumbre de sumisión… callan porque en fuerza de siglos de esclavitud han llegado a tener alma de esclavas

Ella fue María Lejárraga, creadora de buenas obras de teatro que siempre firmó su marido porque aún estaba mal visto que una mujer escribiera. Y a pesar de las limitaciones de su época, María fue también maestra y perito mercantil, siempre en silencio. Solamente reclamó sus derechos de autor cuando murió su marido y la hija que había tenido este con otra mujer decidió quedarse con todo.

La historia de Lejárraga es brillante en cuanto a lo profesional si uno olvida su empeño en mantenerse a la sombra durante la etapa con su marido Gregorio Martínez Sierra, más tarde escribió sola y cuenta con una considerable obra; es plena en cuanto a su actividad política y gremial porque vivió grandes momentos hasta 1936. Es triste en lo personal. El haberle cedido su obra teatral al marido necesariamente significó un disgusto que le caminaba por dentro a pesar de que siempre lo justificó diciendo que no le importaba que sus hijas llevaran sólo el nombre del padre.

Ahora viene la mayor sorpresa: María Lejárraga nació en 1874 en La Rioja y murió en 1974 en Buenos Aires. Este dato lanza por los suelos todas los factores ambientales y familiares que inclinan hacia la longevidad: la renuncia a la maternidad de sus obras, esclavizada y abandonada por el marido, exiliada porque apostó a La República y perdió, vivir sola, no tener hijos, tener que trabajar hasta bastante mayor… y…  a pesar de todas estas circunstancias negativas, María Lejárraga ¡llegó a los cien años!

Tal vez el secreto sea que María lograba conectarse a niveles muy superiores con las personas a las que la unía un interés intelectual, lo cual le permitía descartar de su pensamiento y ¿por qué no? de su vida, aquellas circunstancias que la podían envenenar. La fortaleza de su cuerpo físico nos está explicando que algo en su manera de pensar la salvó. Envidiable.
Uno de los grandes amigos de María fue Juan Ramón Jiménez, quien le dedicó un poema en «Rima»:

Y María, tres veces amapola, María,
agua y lira tres veces, la que llevó al poeta
como un niño a través de estos parques
 de llanto
tendrá una rosa o un oro en vez de aquel violeta
del corazón florido que la quería tanto.


 

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