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Cuando la mentira traiciona la palabra el escritor esclavo

La épica personal y colectiva se entrecruzan en sus escritos, de manera velada o explícita. Desnuda lo humano; lo sublime o lo monstruoso que anida en éste. Transita por orillas peligrosas, sin perder el rumbo. Mas, tanta lucidez le puede resultar insoportable. Sin embargo, escribir es su destino y su magna entrega; no lo distrae poner precio a lo que escribe. Quizá porque tampoco le interesa la trascendencia, ese valor caro de la historia que corona el mérito o la impudicia, aunque el poder pretenda tarifarlo; o comprarlo, para que sus palabras sean la sintaxis de su discurso. Grandes escritores se han ahorrado tamaño sufrimiento refugiándose en las sombras del anonimato. Franz Kafka es quizás el ejemplo más emblemático, pero también el más sorprendente, al saber que en sus escritos no asomaron observaciones políticas —particulares y precisas— de la naciente del totalitarismo soviético y alemán, a comienzo del siglo XX. No obstante, su obra logró prefigurar la magnitud del horror que vendría después, a manos de estos modelos de Estado; Kafka murió a los cuarenta años sin saberlo, pero su profética imaginación adelantó al monstruo.

Los escritores de talento inseguro tienden a ser amantes de la palestra pública, y de los beneficios que otorga el poder público o privado. La falta de virtud los hace serviles. Ser famosos les resulta mucho más importante que el propio talento necesario para escribir. Saber que otro lo aventaja en virtud, le produce un sentimiento de envidia criminal. La magnífica novela de Eduardo Liendo, Los platos del Diablo, recrea esta disyuntiva existencial de escritores ansiosos por el éxito y la gloria. Las dictaduras han necesitado siempre de un escritor esclavo. Ese que no tiene suficiente virtud para juntar palabras que conquisten resonancias inéditas, pero sí la capacidad para enajenar con ellas. El escritor esclavo debe invocar en sus escritos, consignas y fundamentos propios de los reduccionismos ideológicos que dan soporte a gobiernos totalitarios. Su columna —si escribe en algún periódico del partido en el poder, o en alguna página web de una institución pública del gobierno—, no debe cruzar la frontera de las palabras amaestradas. La esclavitud de su militancia lo prohíbe. Su poca, o mucha inteligencia, será maniatada, si un día lo pretende. Porque su conciencia no le pertenece.

Los articulistas de opinión de Pravda, el periódico del Estado soviético, se arrogaban ser dueños de la verdad absoluta, como hoy en Venezuela, articulistas de prensa y conductores de programas de televisión del gobierno venezolano, que con las palabras de sus guiones justifican violencia, tortura y muerte, a través de un discurso disociado, donde esperan matrimoniar mentira con verdad. Han llegado al extremo de legitimar la acción de colectivos armados en contra de la sociedad civil —en su protesta pacífica— con la premisa de que “la violencia de la oposición venezolana, está movida por el odio; en cambio, la violencia de la revolución bolivariana, por el amor.” Así, desde ese principio criminal e irracional, traducido en credo desde el gobierno y el Estado, estos escritores promueven cualquier acción de horror contra los opositores

Conozco a un escritor que por más de veinticinco años ha mantenido una columna semanal en un periódico privado de circulación nacional, haciéndolo sin cobrar ni un céntimo por su labor. Confiesa que jamás ha recibido un agradecimiento o felicitación por su contribución gratuita, ni siquiera por saber que su columna ocupa un espacio patrocinado. ¿Es posible que el ego y la vanidad de ver el escrito publicado pueda llevar a la esclavitud? Ahora que las situaciones límites desbordan en Venezuela, y en el deseo de sumar denuncias, reflexiones y análisis, otros escritores ponen a su disposición su pluma y valor, mientras muchos periódicos y portales donde éstos publican, ignoran remunerar sus escritos al que sus dueños le extraen plusvalía. Vimos como el propietario del canal televisivo Globovisión hizo fortuna con la tragedia de los venezolanos a través de denunciantes, entrevistados y, sobre todo, de la labor arriesgada de tantos periodistas y escritores que quedaron estigmatizados por el régimen. Posteriormente, el canal fue vendido al gobierno que hoy atropella y asesina a tantos venezolanos; por supuesto, su anterior propietario se marchó de Venezuela a disfrutar una riqueza amasada en la impudicia. Quizá esto ocurre porque los esclavos despiertan tarde.

fuente:ideasdebabael.com

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