Alvaro Mutis: La conciencia del devenir, en la saga del Maqroll el Gaviero

Uno de los diques al fluir del tiempo, cuando la vida nos expulsa de sus orillas, se da en esta saga en la imagen del río como toma de conciencia del devenir. No estamos ante un visión lineal de la existencia sino ante una causalidad moral donde toda acción humana tiene una reacción y pagamos en esta vida, en carne propia, cada de uno nuestros errores y aciertos en el curso de nuestra navegación. Estamos ante una proceso que nos lleva a la antigua y famosa inscripción “El Conocete a ti mismo” trágicamente olvidada, inspiración de la filosofía socrática y su mayéutica “Hay que pagar ciertas cosas, otras se quedan siempre debiendo. Eso creemos. En el ‘hay que´ se esconde la trampa. Vamos pagando y vamos debiendo y muchas veces ni siquiera sabemos”.[1]
La búsqueda de quiméricas aventuras como la minería, el contrabando, el transporte de armas en el caso de Maqroll el Gaviero, o el irrealizable sueño de un barco ideal en Abdul Bashar dirigen las vidas de ambos personajes. Estas son la materialización de fuerza e impulsos irracionales que los lanzan en los laberintos de sus océanos interiores. El desarrollo de la trama de sus aventuras va evidenciando el absurdo de las metas materiales[2] y revelando el oculto sentido, lo cual les hace perder interés de lo aparentemente buscado, haciéndolos conscientes del verdadero sentido de la búsqueda y comienzan a comprender las corrientes que dirigen sus existencias. La vida se transforma, de esta manera, en un aprendizaje para conocerse a sí mismo. Los obstáculos y situaciones trágicas que van encontrando a lo largo de la saga, acentúan el oculto sentido que subyace detrás de cada aventura. Cada navegación le permite irse reconociendo a través de la imagen reflejada en las aguas del tiempo que conforman la vida. Estos aventureros no están a la búsqueda de una satisfacción material, sino de algo tan intangible como es la experiencia de vivir, “el Gaviero tardó de salir del lugar para mezclarse en la algarabía de los hombres. Temía perturbar su recién lograda serenidad”.[3]
Tanto para Maqroll como para Abdul Bashar el encuentro con la sensación de peligro, propio de toda aventura los despierta del hechizo que provoca cada navegación en corrientes del tiempo, agudizándoles los sentidos, haciéndoles comprender las pequeñeces y milagros de la vida, ayudándolos al enfrentar sus temores. Situación que se le presenta a Abdul Bashar en su encuentro con el traficante Rompe Espejo, entre selváticos ríos ecuatoriales, cuando está a punto de perder la vida,[4] en su infatigable búsqueda del tramp steamer soñado, más nunca encontrado, deseo que le transmite un sentido tanto a su vida como a su muerte. El Gaviero se ve inmerso en una situación similar en la novela La Nieve del Almirante cuando el bote en el cual navega logra atravesar el Paso del Ángel, al palpar de cerca la muerte “fue una prueba en muchos aspectos reveladora de la imagen que hasta ayer tenía del peligro y de la presencia real de la muerte…una ligera ebriedad y un apacible avanzar del sueño me fueron ganando mientras celebraba la dicha de estar vivo”.[5] Sensación que se repite cuando logra escapar a la muerte de manos de Antonia, en Amirbar .
A medida que Maqroll el Gaviero se va adentrando en las tierras calientes por los cauces de un río selvático, donde está a punto de morir varias veces en la descabellada aventura de convertirse en comerciantes de inexistentes maderas, se va desvaneciendo ese deseo y brota la verdadera causa de su peregrinación, que nos recuerda al viejo rabino que viajó hasta la china en la búsqueda de un tesoro que se le reveló en sueños, el cual sin saberlo siempre tuvo siempre ante sus ojos debajo de su estufa, pero era necesario aquel viaje para que pudiera apreciar el valor y la importancia del propio cobijo. De igual manera, el Gaviero descubre cuando se desvanece el objetivo de sus deseos que es el conocer y el conocerse, las razones de tantas descabelladas aventuras que le permitieron comprender su destino, alejándolo momentáneamente de las garras de la muerte.
“Es como si de verdad sólo se trata de hacer este viaje, recorrer estos parajes, compartir con quienes he conocido aquí la experiencia de la selva y regresar con una provisión de imágenes, voces, vidas, olores, y delirios que Irán a sumarse a las sombras que me acompañan…”[6]
El río, metáfora de la existencia, expresa tanto al devenir que nos arrastra inmisericordemente, sin posibilidad de oponerse a él, lo cual le ocurre al Gaviero al atravesar los rápidos de Xurandó en un destartalado bote; o la serena quietud cuando las aguas llegan a su destino, o son represadas en lagos, como ocurre con el Xurandó en el cañón de Aracuriara, donde el Gaviero logra adentrarse en una indiferencia o aceptación de su destino, metáfora de la quietud de las aguas del río, por el desapasionado examen de su vida que lo lleva al conocimiento de sí. Esta inmersión interior en el alma es una vía de recuperación de lo paradisíaco.
Las aguas representan las fuerzas que palpitan en las profundidades del alma a la espera de ser descubiertas por el buceo interior. La humanidad se ha reconocido desde siempre en sus corrientes, crecidas, tormentas, transmutaciones…Por ello la muerte de Maqroll el Gaviero no podía darse en mejor lugar que en un destartalado bote orillado por las corrientes del río Xurandó, recordándonos la golpeante verdad que el tiempo no ha podido ni podrá borrar: todo cambia, todo se transforma, reflexión expresada en la antigüedad por el aforismo heraclitiano “No entrarás dos veces seguidas al mismos río; ni siquiera una lo harás.” Verdad que traslada Alvaro Mutis a la dimensión interior, al afirmar “Cada día somos otro, pero siempre olvidamos que igual sucede con nuestros semejantes.”[7]
Maqroll el Gaviero debía morir acobijado por las corrientes del tiempo, consciente de manera brutal de sus límites, que son también los nuestros. De ahí la angustiosa búsqueda por trascender estas corrientes, lo cual sólo logramos cuando el deseo se aquieta en nuestra alma, liberándonos de la inquietud que nos genera la corrosiva conciencia del tiempo, sentimiento cercano a la apacible indiferencia del Gaviero. La desesperanza, sentimiento y acción cuyo fin es ella misma, nos ahoga en nosotros mismos, llevándonos a remirar nuestro errancia; comenzamos, así, a atar las cuentas de eternidad que logramos atesorar en recuerdos, memorias, remembranzas que llenan de plenitud la vida transmitiéndole un sentido tanto a ella como la muerte.
“Hasta llegar a ese encuentro el Gaviero había pasado en el cañón por arduos períodos de búsqueda de tanteos y de falsas sorpresas. El ámbito del sitio, con su resonancia de basílica y el manto ocre de las aguas desplazándose en lentitud hipnótica, se confundieron en su memoria con el avance interior que lo llevo a ese tercer impasible vigía de su existencia del que no partía sentencia alguna, ni alabanza, ni rechazo, y que se limitó a observarlo con una fijeza de otro mundo que, a su vez, devolvía, a manera de un espejo, el desfila atónito de los instantes de su vida. El sosiego que invadió a Maqroll, teñido de cierta dosis febril, vino a ser como una anticipación de esa parcela de dicha que todos esperamos alcanzar antes de la muerte y que se va alejando a medida que aumentan los años…
El Gaviero sintió que, de prolongarse esta plenitud que acababa de rescatar, el morir carecería de importancia…”[8]
[1] Ibid,p.26
[2] “Qué le voy a contar, por Dios. Mi tramo steamer arquetípico no es menos ilusorio que sus aserraderos del Xurandó o sus pesquerías en Alaska…”(.Abdul Bashar, soñador de navíos, p.581)
[3] Ob.,cit.p.96(La nieve del almirante)
[4] Ob.,cit.p. 582(Abdul Bashar, soñador de navíos)
[5] Ob.,cit.p.59 (La nieve del almirante)
[6] Ibid,p.56
[7] Ibid,p.25
[8] Ibid,p.96(La nieve del almirante)