Cultura

Ismael Mundaray: Mito y Cotidianidad

El horizonte, con su evanescente cromática, divide la tierra del cielo y nos traslada al terreno del mito, hacia rupturas con el tiempo, donde las fuerzas celestes y telúricas,   se fusionan, donde la dualidad del día y la noche, de lo activo y lo pasivo parecieran desaparecer. Desde esta mirada Ismael Mundaray imagina y pinta la diversidad que impregna las huellas de la existencia. Una visión esencialista y desmaterializadora de lo accesorio: paredes, puertas, techos, cuencos de arcilla… para adentrarnos en nuestro verdadero hogar: el cosmos.

El artista crea espacios y tiempos de poesía visual. Estas revelaciones impactan con sentimientos que van de lo sublime a lo aparentemente intrascendente. Así ocurre con  el par de zapatos del lienzo Presencia y ausencia, 2011, presente como un despojo entre un paisaje etéreo; en contrapartida, por causa del contexto pictórico, es el signo de un objeto cotidiano humanizado gracias al diario contacto con su dueño ausente. Así esconde entre pliegues sus enigmas y se confronta en la lejanía al horizonte, donde se entrevé un grupo de árboles que expresan el poder de la naturaleza.

«Ningún filósofo podrá jamás llevarnos detrás de las experiencias cotidianas o darnos reglas distintas a las que elaboramos meditando sobre la vida cotidiana».

David Hume, Tratado acerca de la naturaleza humana.

Un episodio propio de la mitología prehispánica es la rebelión de los objetos, narrada en el Popol-Vuh, cuando los metates, los asientos, son maltratados por sus creadores, aquel momento en el que la humanidad provoca una relación desconsiderada con el entorno cultural. La etnografía de lo cotidiano evidencia un modo de ser, donde pocos objetos escapan a esa relación de enajenación, lo que Hegel llamaría «la conciencia infeliz» o «la conciencia escindida» es la carencia de una racionalidad de convivencia, como es propia de las culturas tradicionales que existen dentro de una concepción cíclica y no lineal del tiempo. El artista transmite esta atmósfera a la serie Presencia y ausencia al incorporar en su lenguaje objetos que se mueven en esta dialéctica, al proyectar algo más allá de ellos: huellas de su existencia.

Las     figura humana  de estos cuadros están   asociadas a ese objeto que se humaniza  en el diario ajetreo, como un sillón entre horizontes, en el que se hace presente el maniquí de un vestido, tal es el caso  de Claro Luna II, 2012.

Mundaray plantea en estas series, la necesidad de rescatar nuestra sensibilidad para generar una relación de armonía con el cosmos en un aquí y un ahora. Que en  etapas anteriores lo expresa estéticamente en  series como Shabono.   Y  a través de la objetualidad de las culturas selváticas, en cuadros como Orígenes.

El artista  niega esa manera de ser y actuar que ha convertido el planeta en un gigantesco basurero, al no concebir vínculos de identidad con el universo, y sus ciclos.   De allí el desamor y falta de piedad —en el sentido roussoniano— que domina a la civilización occidental, el éxito del discurso de la segregación, el odio, la intolerancia  y la justicia entendida como relaciones de poder coactivo por pretender imponer al otro un régimen totalitario donde el ser es   manipulado, controlado en su   ser.

Cada uno de los lienzos de estas series presenta las huellas de las presencias y ausencias que enfrentan al espectador con los ritmos del vivir como señal emocional, que deviene en eterno presente, cuando el artista asume través de   la historia de la pintura los logros de los impresionistas, postimpresionistas, y tendencias osadas en el color como el fauvismo, para crear  su  lenguaje expresivo.

En su búsqueda incansable por transformar la pintura en emoción  se hace eco del ser, se está ante la impresión espiritual, de ahí se desprende el clima de misterio de estos lienzos, que transmiten esa sensación de trascendencia presente en los cuadros de Mark Rothko, por las variaciones de formas simples levitantes en espacios y tiempos cromáticos. También se exterioriza en el espíritu de la fotografía norteamericana del nuevo paisajismo, que trata de hacer un contrapeso emocional a la omnipresencia de la violencia y la aceleración de los ritmos de vida, como lo es la paradigmática imagen Moonrise, Hernández, New Mexico, 1941, captada con un gran angular que permite crear franjas de nubosidad horizontales, entre una luna llena que ilumina un cementerio de un pequeño poblado. Es esta una propuesta que trasmite entre capas de colores y chorreados, profundidades insondables convertidas en ecos y fondos de objetos, delineados y pintados. Resonancias emocionales de la memoria y del ensueño…

Establece el artista un cambio de orientación en su lenguaje estético, no está ante la búsqueda de la esencia de la huella del hombre silvestre, sino ante una etnografía de lo cotidianidad, de sillones, recipientes, zapatos, zapatillas entre tiempos y espacios  plenos de soledad a diferencia de lo que la cotidianidad de las culturas tradicionales… Así genera una dinámica de acercamiento y alejamiento a la  objetualidad. No es el encuentro kantiano de la cosa en sí, cuya aspiración es el aislamiento del objeto y su percepción del espacio y el tempo como aprioris, sino que estamos ante la realidad empírica y concreta donde se descansa, se sueña, se sufre y se ríe en un tiempo y espacio integrado a la realidad entre abismos existenciales en la contemporaneidad.

En cada una de estas pinturas de sus etapas recientes  establece el artista la tensión entre presencia y ausencia. Son objetos que se mueven en planos de soledad, alejados del surrealismo, no buscan establecer relaciones inconscientes o fantasiosas, sino enfrentarnos a dimensiones ignoradas del espacio y tiempo vinculadas a los objetos. Impregnado de esa pasión el artista juega con el color. La obra se transforma en un gozo cromático, que va desde los amarillos terrosos hasta las diversas tonalidades de grises, degradaciones que generan un discurso visual inquietante.

Por años el artista se dedicó a remirar nuestro Orinoco y sus culturas, creando una de las obras más sólidas en Venezuela sobre esta temática, su mirada iba al encuentro de lo ancestral a través de un lenguaje contemporáneo. En esta etapa el creador asume la contemporaneidad, su cultura material en el contexto de un tiempo y de un espacio específicos, y las vivencias de la humanidad actual, ante realidades que luchan entre sí: la materia y el espíritu, el ser y la nada. Este sentir aún se encuentra presente en su plástica actual en cuadros como Claro de Luna, XX, 2014.

La pintura como tal se transforma en tema, para generar una tensión entre el objeto y los climas emocionales. Los chorreados, originados por la impronta que deja en la superficie pictórica el acrílico, asumen la apariencia de etéreas estalactitas, que transmiten la concepción de temporalidad telúrica. En  algunas de sus piezas hay   cuencos entre   pinceladas ocres que los rodean  que materializan la noción de temporalidad,   se confrontan así el día y la noche junto con sus ciclos. Se está ante la noche del alma y ante la realidad física del día. A través de este recurso el creador expresa los diversos planos de la existencia y sus conexiones en nuestra psiquis. En los horizontes y sus degradaciones cromáticas, así como en   los cielos oscuros se entrecruzan franjas de azules que crean nocturnos plenos de enigmas, difundiendo la sensación de universos espirituales, dimensiones entre las cuales acechan nuestras ensoñaciones y pesadillas.

En uno de los lienzos de la serie  Presencia y Ausencia, 2009, la composición es dominada por un triángulo visual: la poltrona de madera con cojín, un par de zapatos rojos de tacón y la luna llena en el horizonte. El resplandor de sus reflejos desmaterializa la tierra y la convierten en acuosidad. Tiempo y espacio detenido. Elementos estéticos que serán recreados en la imaginación del espectador, donde cualquier insólita narración podría hacerse posible debido al ambiente pictórico y fantasmal. Estos escenarios enigmáticos son acentuados por los contrastes de color, que van de los azules oscuros y claros que transitan hasta trazas de lila, entre pinceladas de ocres creando la noción de transformación. El movimiento potencial que transmite la obra se acentúa por los trazos horizontales, pues los objetos compositivos se encuentran entre atmósferas de punzante soledad, que   espiritualizan los objetos cotidianos.

El zapato se convierte en tema recurrente, como la presencia de un abandono, o de   la huella de  un existir, estamos ante recreaciones pictórico-poéticas de uno de los elementos milenarios de la humanidad. Se transforman así los zapatos   los cuadros en   centros compositivos junto  la luna llena, semioculta entre nubosidades , entre árboles fantasmales, cuyos troncos están rodeados de halos   que transmiten una apariencia de misterio, en este contexto pareciéramos estar ante los zapatos de un viajero contemporáneo, de un Hermes urbano.

En pinturas como Mirando al horizonte, 2010, un par de zapatos negros de mujer, se transforman en el centro visual,  creando una atmosfera de silencio, de ausencia, de planos de realidad sobrepuestos. El eje visual zapatos-luna  crea relaciones simbólicas. Podríamos estar ante el descanso de un ser humano desencarnado, y  sus despojos objetuales, cual semillas del ser, pues la luna  es símbolo por excelencia de lo femenino y de los ciclos de fertilidad, a través de lo cuales se genera la vida.

Para Kandinsky, el azul genera movimientos de alejamiento y acercamiento que aproximan al hombre hacia la pureza y la infinitud. Estas significaciones se hacen presentes en uno de los cuadros de la serie Presencia y ausencia, 2012, donde unos zapatos  azules dominan la composición. Este color  se encuentra asociado en la naturaleza al vacío, ejemplo es el azul del cielo, de las aguas    aligerando y espiritualizando las formas y los fondos pictóricos. Ubicarse entre azules, equivale a pasar al otro lado del espejo. Y tal como se presenta en el cúmulo de mitos y cuentos de hadas del encuentro del pájaro azul, estos zapatos  presentes en los lienzos del artista,  en este contexto son un símbolo del éxtasis amoroso, más cuando en la base de ellos se observa una línea ocre, que casi llega al rojo, color de la pasión. Colores que combinados expresan la hierogamia-unión sexual entre deidades. Así, nos recuerda Jean Chevalier «Gengis Khan, gran fundador de la dinastía mogol, nació de la unión del lobo azul y la cierva leonada».

«Como se desarrolla mi obra, una línea corta el lienzo en dos partes. Una barra negra, y debajo un mundo claro arenoso, ocre, habitado por fantasmas. Pues en efecto son fantasmas, esos pocos objetos dejados por ahí por alguien, quién sabe quien. Y además, hubo un día en que alguien bebió en esos recipientes…».

Ismael Mundaray)

Estamos ante horizontes poetizados,   que nos llevan a recrear los instantes eternos de nuestras vidas, donde el tiempo y el espacio se quiebran, dando paso a la mismisidad de lo cotidiano a la que nos confronta Ismael Mundaray en cada una de sus obras…

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