Cultura

Macario Colombo: Eremita de la Urbe

«El amarillo, el rojo, el azul… hablan pero hay que oírlos con el alma. No son como la música, que se oye con el oído, la pintura se ve con el ojo pero va al alma de la persona». (Macario Colombo, testimonio, 2012)

Macario Colombo, larense, pintor del molino de Baragua y sus aparecidos, vive el arte como parte integrante de la vida. Autodidacta, su personalidad creativa elude cualquier categorización dentro del arte. Posee una fundamentada concepción estética, domina diversas técnicas artísticas y un conocimiento profundo de la historia del la cultura que ha convertido en latencias de vida.

Su hacer no se limita a la pintura, incluye la escultura, la lutería y la filosofía de vida que ha concebido en el aislamiento. Durante más de cuarenta años, en un barrio en las cercanías del aeropuerto de Barquisimeto, logró liberarse de la materia, del plano físico par adentrarse en el universo de las esencias.

 

«Estar encerrado no es lo mismo que sentirse encerrado, imaginar, pintar, tallar, hacer violines, guitarras, cuatros me hace libre». (Macario Colombo, testimonio, 2012).

Su casa-taller es el vientre donde vive enclaustrado, allí ha creado un lenguaje plástico auténtico cuyas etapas corresponden a estados de su espíritu, entre ellas el paisajismo, el expresionismo, el surrealismo y la fusión de estos estilos. En el presente dominan los cuadros de cristos crucificados que vuelan o se liberan de la cruz como expresión de su resurrección. Cristo trascendió el dolor y los desgarramientos con los que existimos y mostró a la humanidad una senda guiada por el amor al prójimo, la humildad y por un Dios paternal. El artista asocia su historia con la del ave Fénix, que renace de sus propias cenizas, alegoría de los continuos nacimientos y muertes simbólicas a que somos sometidos una y  otra vez en nuestras vidas.

En la zona inferior de algunas de estas crucifixiones representa volcanes ardientes, rodeados de serpientes, expresión del mal, de la lujuria y del infierno, plano del que se desprenden seres etéreos por donde logran pasar estas tentaciones y transforma la carne en espíritu.

En el exterior del espacio ritual que es su hogar domina la impiedad, la violencia, la injusticia, el caos… y para huir de esta realidad creó un cerco, como lo hiciera a mediados de siglo Juan Félix Sánchez en el páramo del Tisure. El enclaustramiento forma parte de la dialéctica del místico, quien en busca de lo divino debe negar la mundana realidad. Se aisló de caos contemporáneo, pero aún así los fogonazos de muerte se llevaron a uno de sus hijos en estas calles. Dolor que se refleja en los cuadros de los volcanes, donde brota el rojo en forma magma y sangre. La presencia del amarillo, expresión del sol y el calor de la vida, y el azul la vincula al silencio del alma y las pinceladas verdes no dejan de estar presentes como signo de esperanza.

El molino de Baragua es otro de los iconos de sus pinturas, junto a sus fantasmas y apariciones, el lugar donde se bañaba cuando era joven enfrentando las supersticiones que giraban en torno a él.

«El único que se bañó en ese molino y enfermó fue a mí, comencé a verlo después de niño como un fantasma que viste de rojo, pasando por encima del molino. Al pintar esa serie terminé hospitalizado». (Macario Colombo, Testimonio, 2012

Cuando decidió exorcizar este episodio de su vida en el lienzo, terminó afectado de gravedad. A través de esta enfermedad o muerte ritual, vivió un proceso iniciático, al renacer con una nueva visión del sino, o un nuevo estatus ontológico. Se originó un nuevo nivel de percepción y sensibilidad al que llama el «oír ultrasónico», que le permitió convertir la piel en alma y los muros en levedad… Es éste un rito de paso creativo, que tiene muchos paralelos en el mundo del arte, como en Josep Beuys cuando fuertes estados de angustia lo dominaban e interpretaba como una especie de muerte de una parte de su ser, y durante estos episodio existenciales dormía en una urna, con la intención de desprenderse de la piel doliente como las serpientes.

Esta realidad ultra sensorial, que capta el chamán y el místico en sus vivencias del éxtasis, se materializa en sus cuadros, en esa cromática plena de luz e irradiación que domina sus obras y sus autorretratos impregnados de auras, de energía psíquica.

En piezas como Tumba, representa de forma explícita su enfrentamiento con la muerte, se adentra en un estado de ensoñación en el que imagina su muerte. Y visualiza una roja llama, una pirámide y el rostro de un faraón emergido del Libro de la Muerte. Sus obras pictóricas son fragmentos de estos raptos del ser. Mientras pinta no permite que nadie lo vea o se acerque a él, pues su libertad se ve afectada, la que vive cuando crea. Incluso evita mostrar ese espacio, pues es uno de los lugares más sagrado de su cobijo.

Colombo niega la realidad a través de su temática y cromática, apoyándose en los logros del arte moderno, y como Frank Marc usa el amarillo, el azul, el rojo y el verde para evidenciar la libertad ganada por la estética al desprenderse del realismo. Así al preguntársele por qué usa esa cromática contrastante, responderá:

«Porque es violenta, porque es diferente a la realidad, el pintor se liberó de lo material, y en el pasado pintores como Velázquez, Leonardo, Durero representaban el mundo tal cual es. Ahora uno puede pintar un puerco azul o verde, por la libertad que ha ganado el arte». (Macario Colombo, Testimonio, 2012).

Sus lienzos son la negación de todo amarre, son el respirar y el sentir de lo trascendente. Sus contrastes cromáticos le transmiten musicalidad a sus cuadros, y esto se vincula con su labor como lutier, hacedor de instrumentos y músico. En su taller crea cuatros, bandolinas, guitarras y violines de modo artesanal; así en su hacer un machete se transforma en serrucho y un cuchillo en navaja. Pocos secretos de su construcción y teoría de la sonoridad le son desconocidos. Con plena conciencia hace violines para los músicos de los pueblos larenses, pues no tiene acceso a maderas como el arce, que son necesarias para los violines de concierto. Es amante de la música larense, especialmente de la composición “Como llora una Estrella” de Antonio Carrillo, pero también de Vivaldi, Bach, Mozart… Este trabajo lo aprendió de su madre, quien era artesana en el pueblo de Baragua.

Los cuadros de Macario rompen con los formatos tradicionales, al asumir el triángulo. En ellos se está ante la unión de lo telúrico y lo uránico, son formas primigenias que se hacen presentes en la arquitectura sacra egipcia y en las culturas mesoamericanas, y recuerdan la sacralidad primigenia de la montaña. El triángulo es un espacio donde las contradicciones se anulan. Así en una de estas pinturas, en la cúspide, ubica a la Divina Pastora como deidad solar y nos recuerda que en Japón el sol también se representa a través de una advocación femenina, la diosa solar Amaturuso. En la base además se observa el rostro de Cristo como expresión de una religión patriarcal que se matriarcalizó en el culto a la Virgen.

En la serie La historia de la humanidad, los paisajes metafísicos se fusionan con desnudos, rostros y abismos, representando la visión de artista sobre la evolución humana. En esta serie aparece la huella del Bosco, donde las formas infernales fusionan los reinos, creando seres metamorfoseados plenos de voluptuosidad. Este principio del surrealismo, se materializa en varias series de Colombo, tal como es el caso de Metamorfosis. Nacidas de un mito creativo del artista, según el cual un hongo caído del espacio da nacimiento a la humanidad, por eso estos seres representan cuerpos deformes de hombres/hongos caracterizados mediante una pincelada expresionista. El hongo en diversas culturas, como la azteca y la griega, es metáfora del vuelo del alma, es Xochillipi la deidad enmascarada que extasiada mira al cielo, o Dionisio que representa los instintos primaverales de la humanidad.

Dentro de la concepción estética de Macario, la obra no debe ser transparente, ni rápidamente comprendida, sino paradójica, debe esconder su mensaje para que el espectador sea atrapado por ella, debe ser mirada, pensada y sentida para ser comprendida.

«Lo importante es enfrentarse a la pintura, porque hay un tipo de cuadros, en los que agarro el lienzo en blanco, me concentro, y van surgiendo las cuestiones, no es necesario tener un motivo». (Mario Colombo, testimonio, 2012)

 

 

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