Cultura

Paradigmas del Arte latinoamericano: Luisa Richter

 Eduardo Planchart Licea

 

“Pintar era y sigue siendo, un andamio hecho por mí  misma, en el que siempre he podido sujetarme y en el que aún puedo balancearme”. (Luis Richter, Diario)

La estética de Luisa Ricther (1928-2015) muta el paisaje en geometría espiritual; el sentido de su acción creativa es  el sendero a una concepción de la felicidad  que indaga en la historia de la espiritualidad y es guiada por la constante reflexión sobre la búsqueda de la esencia de la realidad que la lleva a la abstracción. Por esto definió  el pintar como una acción.  

La visión del arte que se despliega en su obra responde a una simbología creativa que se nutre en las raíces de la civilización occidental como los complejos mitológicos alrededor de Gilgamesh, Orfeo, Dionisio, Apolo, el romanticismo y la filosofía alemana. Sentidos que logra transmitir a su abstracción en cuadros como  La Catedral, 1976 donde las capas de blancos, azules y ocres se traman en capas de tiempo y espacio, para convertir el lienzo en la atmósfera de la luz sacra que emanan los vitrales.

En el año de 1955, procedente de Alemania, la joven creadora llega en barco al puerto de La Guaira,  a una Venezuela que estaba gobernada por la férrea dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez desde 1953, régimen que perduró hasta el 23 de Enero de1958, cuando el dictador huye del país tras una huelga general dando  inicio al proceso de transición hacia la democracia que logra madurar a lo largo de cuatro décadas, creándose así una revolución cultural en la plástica, la literatura y la música…

Tras  su llegada   al trópico  fueron significativas sus primeras impresiones  sensoriales y espirituales cómo lo es la luz del Caribe que desnudaba los cortes de tierra de la recién construida autopista Caracas-La Guaira (1955), para convertirlos en una gama deslumbrante de colores: inspirada en esta  percepción nace su serie de cortes de tierra, que impactó e influenció el arte venezolano, desde 1958,  obras que la llevan en 1966 al Museo Guggenheim, Nueva York, en la muestra “Emergent Decade.”

Llega a Caracas  tras  haber vivido la irracionalidad de la Segunda Guerra Mundial,  estudió arte en la postguerra en su país natal. Estos azares la hicieron crecer entre un intenso ambiente de reflexiones interiores, que despertaron esa costumbre de reflexionar sobre sí, aspecto que se manifiesta en sus cuadros abstractos y collages,  donde estamos ante una estética introspectiva vinculada al conocimiento.  En su formación el período más importante fue el que pasó entre 1948 y 1954, en la Academia Nacional de Artes Plásticas de Stuttgart, Alemania, con su maestro Willie Baumeister, uno de los propulsores del abstraccionismo en Europa,.

Si algo podría definir el sentido de estas obras es que potencian las pulsiones del existir o de eros; esta vocación la acompañó desde joven, de allí que su maestro W.Baumeister, cuando estudiaba arte en Stuttgart, la introdujo  en seminarios de filosofía existencial con Max Bense que acentuaron su entrega al arte como amor a la reflexión y la búsqueda de la evanescente verdad, en un período histórico tan paradójico.  Su primera escuela de arte, después de la II Guerra Mundial, fue la Escuela Libre de Waldorf, fundada por Rudolf Steiner, creador de la antroposofía. Esta visión de la pedagogía y  del mundo estaban inspiradas en Johan Wolfang Goethe, al considerar el pensamiento como un órgano perceptor de ideas y percibir al universo como un organismo interconectado. Creencia que compartía su padre.

 Luisa Richter intenta que el arte lleve al espectador al encuentro  de lo que se mantiene más allá del cambio. Eso que los místicos y filósofos hindúes llamarían escapar a la ilusión de māyā para adentrarse en el alma del universo; una posición que se contrapone hasta cierto punto  a la del filósofo presocrático Heráclito, quien afirmaba que lo único que se mantiene inmutable es el cambio. La abstracción que madura la artista va como un péndulo entre ambas posiciones, y esto se plasma en esa sensación de quietud dinámica que caracteriza  cada una de sus obras abstractas, collages y dibujos. Para   la artista la creación debe abrirnos ventanas cognoscitivas  para encontrar los posibles sentidos del  devenir, para poder comprender nuestro Ser y la esencia de nuestra caótica historia, y, en base a estos postulados, desarrolla el carácter existencial de su estética que se irá develando en cada una de sus etapas al centrarnos en aspectos vitales de su composición, como serían las tonalidades en sus pinturas, que se manifiestan en el uso de una variedad grama los blancos y negros, azules, y la  fusión  de ellos  con arenas para generar  atmósferas etéreas a partir de la materia.

Es esta una de las claves para adentrarse en sus pinturas y collages, pues la artista investigó, en los diversos museos del mundo, las obras de maestros como Leonardo Da Vinci, Goya, Ucello y  El Greco indagando en las tonalidades que los caracterizaba y la intencionalidad en su composición.  Esto lo reflejó, por ejemplo, en las diversas versiones que hizo de cuadros celebres como la Batalla de San Romano, piezas icónicas de nuestro arte.

Para acercarse a las diversas concepciones de belleza que tuvo   la artista que vino de  Besigheim, una pequeña ciudad medieval cerca de Stuttgart, Alemania, a los 27 años, es necesario tener como punto de referencia el espacio en que transcurrió su vida entre los trópicos; así, es de importancia la arquitectura del que fuera  su hogar en los Guayabitos -Caracas- que se hace patente en sus cuadros,  pues en estos se acentúa la luz incandescente del trópico que domina su hogar, a causa de la altura de las paredes y sus grandes planos blancos, donde el espacio es  envuelto por la luz,   y las paredes ante estos efectos se hacen casi transparentes gracias a los ventanales que, como túneles de luz, llevan al espacio interior la visión de una intricada vegetación tropical que pareciera desmaterializarse  y a su vez hacerse táctil a la vista sentido presente en su abstracción en cuadros como “Instante Sostenido en un eco, 1987”, donde su hogar se transforma en emanaciones de luz y tiempo, creando una realidad paralela, plena de expresividad.

 La profundidad pictórica convierte cada cuadro en ventanas a múltiples espacios y tiempos, de ahí deviene esa tensión sentida y meditada en cada pincelada pues busca  llevar al otro a un diálogo interior que guía la acción de crear, para generar procesos de conocimiento. Es la noción romántica del arte como conocimiento y eco de la naturaleza. Y, de igual manera, como en la selva tropical se pueden observar diversas capas  cromáticas, en sus pinturas se  materializan diversas profundidades    de  planos abstractas, que expresan una tensión dialéctica entre la cultura y la naturaleza.

Este resplandor entre trópicos que rodeó su hogar y su taller, ha  sido el centro del lenguaje plástico de varios maestros del arte venezolano, como ocurrió con Armando Reverón, donde la luz del Caribe trastocó su noción del paisaje al  reflejar en sus lienzos este sentir que convierte el resplandor solar, al reflejarse en la mar, en una mitología personal. Para Luisa será ese choque poético entre la luz y el mar,  lo que materializará  en obras emblemáticas de nuestra plástica, como  en el cuadro de gran formato “También el Mar, 1980”. Tramas de oceánida, de resplandores y profundidades marinas. Este breve recorrido sobre la obra plástica de Luisa Richter, solo busca acercarnos  a uno de los paradigmas de la pintura abstracta en Latinoamérica, que seguiremos desarrollando en otros ensayos.

 

 

 

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