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De angustias, misterios, sobresaltos

Venimos de las mismas veredas o las mismas Romas. Cada quien tiene sus giros, sus Girardi. Importante no tenerle miedo a las ideas. Cuidar cada quien sus impresiones. Ir libre por las calles. En el caso del poeta, misión delante, se vale de un lenguaje esencialmente imaginativo, alejado de los parámetros meramente explicativos, dentro del ámbito de la fantasía en aras de una soledad aparentemente atenta. A partir de un conocimiento de sí mismo, persigue una identidad o conciencia colectiva. De repente toma cartas en el acontecer inmediato y produce algún documento afrontando tal o cual imperio o régimen nacional. Estamos, entonces, ante la eterna polémica en torno al compromiso del escritor o la poesía comprometida.

Yendo del sinfronismo, el deseo de sueño, tratando de proponerle adivinanzas o prepararle trampas al tiempo que se esconde en los pañuelos; evadiendo tanta horripilancia, odio, guerra, ansiando la inmortalidad desde que el día amanece, al poeta le da por el compromiso: por ser un soldado armado para protegerse de la muerte con pistolas cargadas, capaces de hacer que cada hombre tenga que inventar cada día su propio día, como a Sartre gustaba.

Ciertamente, el poeta entiende que la palabra está hecha para: Defender la luz del mundo. Ver los árboles. Oír los pájaros. Caminar entre la gente y saludar al sol profundo que brilla en el corazón de los humildes. Mirar el llanto oscuro que hay al fondo de todos los rincones. Verse en el que tiene más de mil años de pedir pan y sueño, en el que no tiene camino que seguir, en ese corazón asomado al espejo de sus enigmas. Detenerse a la orilla sangrante de una lágrima. Acercarse a los que sueñan o sollozan, o tienen hambre y sed bajo el cielo. Adentro de las pequeñas casas de cartón, escuchar el sonido de las lágrimas. Dar con la definitiva claridad del hombre. Irse noche abajo perdido entre las piedras y las flores. entre las sombras y las nubes.

Comprende perfectamente que urge: Limpiar el poder cuando corrompa. Vigilar mientras todos duermen. Unir lo posible con lo imposible. Mantener abierta la palabra. Sacar la flor de las cenizas. Llevar el infinito a cuestas. Salirle al paso a la mirada. Alentar todas las formas. Alumbrar la maravilla. Encender relámpagos. Asombrar al tiempo. Descubrir el secreto. Sentir las sombras. Fundar los sueños. Salvar al hombre. Amar al viento. Decir verdad. Seguir puntualmente al sol. Sentarse en el lugar del hambre. Acordarse del viaje hacia la sombra. Dar tiempo al camino a que regrese. Despertar a latigazos el silencio. Mantenerse como un latido. Llevar a peso las palabras. Reinar sobre la muerte. Revivir cada día. Salvarse juntos. Festejar la vida. Cambiar la vida. Transformar la vida. Asolear la eternidad. Hacer más vivo el vivir. Llegar vivos a la muerte. Dar con la antigua trocha de la paz. Salvaguardar al hombre que florece, la lumbre lubricante de la piedra, la huella que nos lleve al alumbraje. Sentir la muerte girando en los talones. Sentirla girando en los Guantánamos. Sentirla cagando en los hambrones. Hacernos solidarios. Morir de asombros. Descargar nuestros almácigos. Dar con los sueños que inventamos. Vivir mientras el alma nos suene. Morir cuando la hora nos llegue. Ver regresar la primavera. Pasar a tiempo la palabra. Rebelarse contra la muerte. Florecer sobre la tumba. Celebrar la soledad, la lluvia, los caminos…

Quiere hacer corpórea la nada —estupor encarnado, relámpago que te ladra y se apaga, furiosa pasión por lo tangible—. Ser a través del otro. Partirse y abrirse para el otro. Desgarrarse con y para el otro, ser. Hundirse, hurgarse, ser, sentirse, serse. Recoger la palabra. Reverenciar el silencio. Convocar la palabra del otro. Una palabra liberada, purificada, primordial, esencial, resolutiva, signo del ser, una palabra-ser. Indagar, buscar, inventarle explosiones a la palabra. Darle rienda suelta a la palabra. Que la palabra revele el porvenir.

Palabra por palabra, le interesa decir lo que piensa, con la seguridad del sabio, la transparencia del niño o el alarido de los locos. Reconocerse con el otro al encontrarse con la palabra. Sacarla del baúl de nuestras vidas para empezar a compartirla, adulta, fraternal, con el soldado, la patria y la arboleda. Rasgón, terrazgo, espada, triza, tajo; cópula, ramazón o ramalazo, las palabras compiten, competen y complotan. Únicas capaces de recuperar al hombre, aventar la noche, inventar el sol o convocar al vino.

A pesar de la miseria o la grandeza humanas, caña pensante todavía, crédulo o incrédulo, tímido o temerario, ángel o bestia, antes que confesar su miedo o impotencia, se empeña en hablar de una vez para mañana. Pronunciar la palabra decisiva que la vida y la historia nos vayan enseñando. Envueltos, los poetas, en subversiones y versiones, marchas y contramarchas, dan con la palabra necesaria, verifican y Confirman que la civilización no es más que una injusticia armada. Que la poesía es una insurrección. Que el poeta no se ofende porque le llaman subversivo, cuando le dicen insurgente.

Estando así sus miras, la fidelidad del poeta a una u otra concepción política, pasajera, deja de ser determinante para el ejercicio de su papel creador al interior de su libre albedrío, en la perenne lucha por sus propios sueños. Antes que cómplice inútil de cualquier trastienda, antes que falsear la realidad alegremente, antes que hacer de su obra una mera naturaleza muerta, enarbola en alto la fogarada de sus sueños.

Lejos de pensar como Napoleón que la política es el hado, sabe que en cuanto el poeta se mete en política, ¡adiós poeta! Es J. W. Goethe quien lo precisa: “En cuanto un poeta pretenda actuar en política, tendrá forzosamente que entregarse a un partido, y tan pronto como eso haga, se habrá perdido ya el arte. Tendrá que despedirse de su libre ingenio, de su visión de las cosas, desenfadada y libérrima, para encasquetarse hasta las orejas el gorro de la limitación y el odio ciego.”

“Conciencia Colectiva” en cuanto que su vida y obra “se ajustan a su significación histórica, en la medida que parece resumir los logros, avatares y condición de los intelectuales y escritores latinoamericanos” ( Jorge Etcheverry ), Pablo Neruda es un claro ejemplo de esta limitación y este odio ciego.

Así, en Canción de gesta (1960), exaltación de la revolución cubana y saludo expectante a la revolución continental, demuestra, como el mismo lo admite, que se trata de un libro, de un arma directa y dirigida, una ayuda elemental y fraternal que entrega a los pueblos hermanos para cada día de sus luchas, convencido de que asumía una vez más y con orgullo sus deberes de poeta de utilidad pública. Otro tanto ocurre con Incitación al Nixonicidio y Alabanza de la Revolución Chilena (1973) donde, a nuestro parecer, pareciera no hallarse el padre otoñabundo de otros días y otros libros. Neruda mismo se adelanta a respondernos: “Pongamos frente al paredón de la Historia a un frío y delirante genocida.” Con la artillería poética por primera vez puesta en acción, nos recuerda: “Ha probado la Historia la capacidad demoledora de la Poesía, y a ella me acojo sin más ni más.” Definitivamente, estamos delante de un libro en el que antes que ambicionar la delicadeza expresiva, metafísica, el autor echa fuego hasta por las orejas, en la esperanza de que, refiriéndose a Nixon, “el deber de la poesía es convertirlo, a fuerza de descargas rítmicas y rimadas, en un impresentable estropajo.”

Pensamos que esta obra de Neruda, canción ofensiva y dura como piedra araucana, demuele por completo al Presidente sanguinario, al criminal ardiente, al genocida de la Casa Blanca. Con todo y todo, horadando y horadando a Nixon, el furioso, el lejano chacal indiferente, a verso limpio y corazón certero, esta obra sin duda alguna estará en la mira de la poda crítica que en camino sobre Neruda venga, pues estamos indiscutiblemente delante de una función efímera del bardo araucano, que nos lleva a recordar la reflexión goethiana: En cuanto el poeta se mete en política, ¡adiós poeta!

Pensamos en tantos poetas nuestros que por mezclarse en las luchas de los partidos políticos, junto a uno y otro asesinato, fraude, dolo, corrupción, efusión de sangre, masacre, contubernio o conchupancia, terminaron siendo devorados por la política. ¿Acaso Andrés Eloy Blanco, Alirio Ugarte Pelayo, Héctor Mujica, Miguel Otero Silva no los devoró tal manigua o tal patraña?
Importante mantener la sangre fría a pesar de que nos hierva dentro. Ser firmes en nuestro propósito. La voluntad es inquebrantable cuando se tiene fe. Nada ni nadie debe desviarnos de la ruta que nos conduce a lo inexorable. (Emilio Figueredo). Cada quien debe guardar muy adentro y muy bien sus impresiones, sus propios sentimientos, angustias, sobresaltos.

De rondón, nos viene el albatros de Baudelaire: “Como el rey de la nube es el poeta:/ burla al arquero, cruza el mar pujante, / y no puede, proscrito en el planeta, / caminar con sus alas de gigante.” Lejos de toda pequeñez, sin falsas pretensiones, sin necias suficiencias, sin fatuas nimiedades, el poeta, con la fe del proverbio latino, parece decirnos: Aquila non capit muscas. Representante del misterio, del enigma, del asombro y del insomnio, vigila que vigila, el poeta no cesa de preguntar y preguntarse:

Cuándo
con qué fuerza
de qué modo asumir
nuestro destino

No nos resta sino evocar nuestro CREDO: Creo en la locura de los pájaros, en la fresca escarapela de las sombras, en el risueño misterio de la tarde. Creo en que jamás la canción tuvo punto final, convencido de que la existencia no es más que un plagio y de que los poetas escriben las mismas cosas con uno que otro colorido.

Creo en esa continuidad profunda que, de siglo en siglo, traspasa de poeta en poeta; que sólo existe un poema y un poeta y hasta una sola palabra para quienes existen, existieron o existirán. Creo que “nuestra poesía no es nuestra, la hacen a través nuestro mil asistencias, unas veces agradecidas, otras, inadvertidas”.

Creo en la POESÍA, SOCIEDAD ANÓNIMA. En que nadie es nadie, salvo nuestra salvación en la obra común, en el canto coral que ilumina la esperanza. Creo en el equipo de cuantos nos precedieron, nos acompañan y acompañarán. Creo que hay un desconocido que me habita y habla como si fuera yo mismo. Creo ser otro con los otros, de los otros, en otros: seguir, seguir flotando.

Creo que nunca se está solo. Represento a cualquiera y al yo en que a veces creo. Los unos somos otros y todos juntos nadie. Digo: solos, no somos nada, nadie; juntos, inmortales. Me descubro en los otros y los otros son uno.

Intento encontrar otro párrafo. De añadirme a otro párrafo a continuación del punto final de mi ataúd. No entiendo por qué escribo estos versos si sé muy bien que otros los escribieron por mí. Tampoco yo sé bien quién habla en mi conciencia. Me llamo Pablo pero soy Pablo no sé que ni quién. Creo que estoy vivo todavía bajo el granado trigal de la noche insomne, rumorosa de viento alto y de luceros.

Creo en la POESÍA, SOCIEDAD ANÓNIMA. En la obra colectiva y anónima, aún en ciernes, transformando y creando conciencia impersonal.

Creo que habrá de haber lugar para la Poesía, si no quieren pueblos y hombres sucumbir.

El poeta vencerá. Vencerá la Poesía.

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