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Diario :Morandi

(%=Image(5675433,»L»)%) Hay artistas (pintores, músicos, poetas, escultores) que uno escoge. Y otros que parecen escogerlo a uno. Es lo que me ha ocurrido con Giorgio Morandi. Después del descubrimiento de su iconografía en un número olvidado de la inolvidable revista “L’Ephéemère”, han sido reiteradas las ocasiones en las cuales nuestros caminos se han cruzado. Nada extraño, por lo demás, para alguien nacido en Venezuela, habida cuenta que una pareja de venezolanos llegó a reunir una de las mayores colecciones de su obra en manos privadas. De lo cual fuimos privilegiados testigos los que asistimos a la exhibición de estas pinturas a mediados de los ochenta. Más tarde me volvería a encontrar con Morandi, esta vez a finales de los noventa, en la galería “La Scala”, de Verona. Después fue en Londres, a propósito de la gran exposición en “Tate Modern”, sobre la cual escribí una larga reseña para el suplemento “Verbigracia”, de Caracas. Así, hasta la más que completa retrospectiva de este año en el MAMBO (Museo de Arte Moderno de Boloña) y la más reciente, en Ferrara, de sus aguafuertes. Algunos de los cuales conocía de “L’Ephéemère”. Casi cuarenta años, en suma, viajando juntos, y apenas ahora comienzo a entenderlo. Creo.

Pensé en Morandi, cuando escribí los poemas de “Espacio”, mi primer libro. Me atraía, y me atrae, su manera de enfrentar el mundo objetual. En un siglo, el veinte, en el cual el hombre fue el centro hipertrofiado de todas las atenciones, sobre la naturaleza y la polis, atención que incluyó su propio aniquilamiento en genocidios repetidos, Morandi se fue apartando de paisajes y retratos para quedarse con un montón de polvorientos objetos que iba acumulando en su taller de Boloña. Alérgico a los grandes compromisos ideológicos, aquel amanecido “artiste engagé” de Jean-Paul (Picasso, pero también Mario Sironi), el maestro fue víctima del sectarismo y, a duras penas, sobrevivió a la intolerancia fascista. Entre otras cosas, un aspecto fundamental me diferenciaba del artista emiliano. En sus obras, los objetos han sido dispuestos después de detenidos cálculos y consideraciones. La sintaxis de sus naturalezas muertas es la más racional, nada es dejado al azar, como en el tardío Mallarmé. En mis poesías, por el contrario, me proponía cantar una realidad objetiva, tal como se desplegaba a mi alrededor: una jaula que encerraba un pequeño helecho; un jarro con marchitas rosas rojas y así. Pero en aquéllos tiempos no percibía las diferencias. Morandi pintaba objetos y yo hacía de los objetos el asunto de mis poemas. Ergo.

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