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Dos filmes impactantes sobre procesos memorables

(%=Image(6866490,»L»)%) Hace poco la televisión satelital nos dio uno de sus raros banquetes: el mismo día se tansmitieron dos filmes que resultaron ser dos buenos remakes de películas que impactaron a los cinéfilos hace más de cuatro décadas. Se trata de “Heredarás el viento” y (%=Link(«http://www.todocine.com/mov/00201279.htm»,»Doce hombres en pugna»)%), basadas en sendas obras de teatro que relataban dos juicios célebres: uno que se denominó “el juicio del siglo” para su época (por debatir la teoría de la evolución), y otro con una trama ficticia sobre un jurado que discute la culpabilidad de un joven acusado de asesinar a su padre.

Curiosamente, ambas cintas fueron interpretadas por dos grandes figuras del cine, cada uno con casi medio siglo de experiencia a cuestas, como lo son Jack Lemmon y George C. Scott, que hicieron en estas obras sus últimos papeles fílmicos, antes de dejarnos definitivamente. Otra coincidencia es que ambos filmes nos dejan un mensaje muy oportuno: la fragilidad de la justicia y el papel de los prejuicios personales al juzgar moralmente las debilidades humanas. Asimismo, en términos cinematográficos ambos poryectos representaron un reto para sus realizadores, pues todo sucede en el ámbito cerrado de un tribunal o un salón para jurados, impidiendo aprovechar al máximo los grandes atractivos del cine como lo son los espacios abiertos, la acción y la espectacularidad.

“Heredarás el viento”, título que proviene de una cita bíblica, fue originalmente una pieza teatral que tuvo un gran éxito en Broadway, motivo por el cual captó en 1960 el interés de Stanley Kramer, un productor que venía de realizar filmes laureados como “High Noon” (aquí, “A la hora señalada”, en España “Solo ante el peligro”), “El salvaje” y “El motín del Caine”, y poco antes había dirigido un impactante drama con trasfondo racial, “Fuga en Cadenas”, con Sidney Poitier en su primer rol protagónico. Kramer fue un director audaz, siempre buscando un tema polémico, como los que vimos posteriomente en obras como “Juicio en Nuremberg” y “¿Sabes quien viene a cenar?”, así que la obra que nos ocupa era ideal para ser realizada por un cineasta arriesgado como él, que tuvo la distinción de estar por un tiempo en la famosa “lista negra” de Hollywood por sus ideas liberales.

“Heredarás el viento” trata del célebre “juicio del mono”, un proceso que tuvo lugar en 1925 en un pueblito sureño para castigar a un profesor de secundaria que tuvo la osadía de enseñar la teoría de Darwin, algo que estaba prohibido en la legislación regional. El juicio tuvo una gran repercusión tanto nacional como internacional, por representar un enfrentamiento entre la tradición religiosa y la modernidad científica, tendencias deefendidas en la corte por dos personalidades como William Jennings Bryan, un ex candidato presidencial que se ofreció como fiscal acusador, y el polémico abogado criminalista Clarence Darrow, quien había ganado una merecida fama por salvar de la silla eléctrica a los jóvenes asesinos Loeb y Leopold, confesos de matar premeditadamente a un muchacho sólo por gusto. La presencia de dos juristas famosos, discutiendo la teoría de la evolución, atrajo la atención de la prensa mundial y fue uno de los sucesos noticiosos de esa década en EE.UU..

Kramer sabía que para darle cierto atractivo a una trama esencialmente rígida e intelectualoide, debía apoyarse en dos estrellas en los papeles protagónicos, de modo que escogió a dos grandes actores como Spencer Tracy y Fredric March –ambos ganadores de varios premios Oscar- en los papeles de Darrow y Bryan. El mismo criterio privó en un remake de 1987 de la misma obra hecha para la tv, cuando se escogió a Jason Robards y Kirk Douglas para los dos roles principales, y también ahora, con el filme de 1997 que comentamos, donde se lucen dos galardonados veteranos de la actuación como Lemmon y Scott. El veterano director Daniel Petrie, fue el escogido por los productores conscientes de que las limitaciones de un drama de corte sólo podría ser vencidas con ágiles encuadres de cámara y una buena dirección actoral. Naturalmente los distintos públicos tendrán sus preferencias acerca de la versión mejor actuada, pero los que han visto las tres afirman que la de Tracy y March de 1960 es la más fiel a la obra teatral y la más lograda como obra filmica, quizás debido a que el blanco y negro con que se filmó no distrae tanto del argumento, a diferencia de los vistosos colores en los dos últimos remakes.

Pero el gran atractivo de la obra, tanto en el teatro como en el cine y la televisión, es el tema que muestra los prejuicios de la provincia norteamericana, todavía aferrada grandemente a la tradición bíblica, y donde un juicio controversial como el propuesto estaba de antemano a favor de la causa conservadora. El interés de la trama se centra en las dificultades que encara Darrow para defender al joven profesor, al prohibírsele al abogado el recurso de presentar testimonios de autoridades científicas. En un recurso desesperado, Darrow llama como testigo de cargo al mismo fiscal acusador –algo nunca visto en los anales jurídicos– , y lo pone en ridículo al cuestionar expertamente sus creencias religiosas con argumentos racionales y científicos.

Al final, el profesor es declarado culpable en forma simbólica, para no antagonizar a los provincianos, pero la sentencia es tan leve –apenas cien dólares de multa– que nadie duda de la victoria de Darrow. El fiscal Bryan muere al final del juicio (varios días después, en la vida real), frustrado por la ridícula condena, un cierre patético a la carrera de un político moralista que hubiera podido llegar a la presidencia en tres oportunidades (fue oponente de MacKinley y Taft). Pero la victoria de Darrow –y de las fuerzas progresistas– se podría considerar casi como pírrica en varios estados del interior de EE.UU. donde –a finales del siglo XX— se legisló la enseñanza obligatoria de la “teoría creacionista” (otro nombre para la versión bíblica) cuando se enseña la teoría evolucionista en los cursos de biología, zoología y geología, signo que en los estados del sur y medio-oeste no ha cambiado mucho la fuerza de los grupos convervadores, aferrados todavía a las versiones religiosas sobre la creación del hombre y la formación de la Tierra. En los albores del siglo XXI, pocos creen que fueron creados por un dios en unos cuantos días, pero todavía hay mucha gente que jura a favor de la versión bíblica, especialmente entre las masas poco instruídas. Sin embargo, ya muchas iglesias –incluyendo la católica– aceptan las teorías científicas, ya que la evidencia geológica y paleontológica es incontrovertible, aunque nadie puede probar la validez de la evolución con certeza absoluta, por lo que la única postura intelectualmente honesta sigue siendo la del agnosticismo. Ahora, con el descubrimiento reciente de varios planetas fuera del sistema solar, algunos de los cuales pueden albergar seres vivientes, seguramente la teoría de Darwin recibirá siempre una mayor aceptación entre las personas educadas, aún con los cambios impuestos por los conocimientos más actuales.

(%=Image(1031552,»R»)%) El otro filme que nos ocupa, “Doce hombres en pugna” (título original “Twelve angry men”, literalmente “doce hombres iracundos”), también fue una sensación al estrenarse en 1957, aunque no tuvo mucho éxito de público por no exhibir mucho dinamismo visual excepto durante algunos enfrentamientos entre los doce miembros del jurado. Nuevamente, los diálogos revisten el principal atractivo, al mostrar cómo puede oscilar una decisión crucial sobre la culpabilidad de un supuesto asesino, entre la condena a la pena capital y la absolución total. Ese cambio de actitud es liderado por un hábil miembro del jurado, quien no acepta al principio la opinión mayoritaria de “culpable” y gradualmente convence a los otros once de la inocencia del acusado. El método utilizado por el miembro disidente para dirigir el debate hacia los puntos dudosos, es el que emplea cualquier líder que se precia de ser persuasivo y ecuánime, método que incluso es utilizado en los cursos de gerencia de grandes empresas como “el modelo ideal del directivo racional”, o sea una mezcla óptima de eficiencia y sensibilidad humana.

En este caso, a diferencia del filme sobre el Darwinismo, se nota unos ligeros cambios en el guión para adaptarlo a la época moderna, ya que el tema no depende de un hecho histórico como el del “juicio del mono”, sino que se puede aplicar a cualquier época y a cualquier sistema judicial, donde delibera un jurado (o donde la directiva de una empresa estápor tomar una decisión importante). Así, en lugar de doce miembros de raza blanca en la versión original, se diversificó el espectro étnico para incluir a ciudadanos de origen afroamericano, italianos e hispano. Pero no se pudo incluir en el jurado una muestra de otro sector importante, el femenino, ya que quizás hubiera distraído mucho del argumento, por lo que se prefirió mostrar brevemente al llamado sexo débil en la figura del juez de la causa. Los demás elementos escénicos permanecieron inmutables, en una trama ingeniosa que no tiene desperdicio en sus diálogos y ritmo narrativo, sin decaer el interés en ningún momento.

En 1957, la dirección de un filme tan desprovisto de elementos visuales para apuntalar el interés, tenía que encargarse a un director de talento, por ello se escogió a un director emergente como Sidney Lumet, autor que posteriormente nos diera filmes de denuncia y gran intensidad psicológica como “Serpico”, “El Prestamista”, “Network” y “Tarde de Perros”, entre otros. Lumet se apoyó casi totalmente en la capacidad interpretativa de Henry Fonda para darle fuerza al personaje principal, ya que los productores no podían permitirse contratar a más actores de renombre, dadas las limitaciones del presupuesto. Pero el oponente de Fonda en ese film, interpretado por el actor de carácter Lee J Cobb, quien atrajo la atención tres años antes como el sindicalista corrupto en “Nido de Ratas” o “La ley del Silencio” (título orignal, “On the waterfront”).

El director de la versión de 1998 fue nada menos que William Friedkin, ya conocido por sus premiados filmes “Contacto en Francia” y “El exorcista”, selección que muestra la intención del estudio en lograr la mayor calidad posible. En la parte actoral de este remake, Jack Lemmon y George C. Scott se enfrentan nuevamente –como en “Heredarás el Viento”- esta vez como dos miembros del jurado con opiniones contrastantes acerca de la culpabilidad del acusado. Pero en esta versión al dúo Lemmon/Scott se le hizo acompañar –para darle más atractivo al filme– por actores conocidos encarnando a otros miembros del jurado, tales como Edward James Olmos (el hispano de la serie “Miami Vice”, que luego hizo una brillante carrera en el cine), Tony Danza (el de las series “Taxi” y “¿Quien manda a quien?”) y Hume Cronyn (uno de los ancianos renovados de “Cocoon”). Entre los dos papeles principales, Lemmon es el menos destacado, quizás porque la edad y el estado físico del actor no lo dejó ser más enérgico –como Fonda en la versión original—dejando así lucirse a Scott como el antipático anciano que se opone con vehemencia a la moción iniciada por Lemmon, cediendo sólo al final al darse cuenta que estaba ventilando sus frustraciones familiares.

La trama, sencilla y fácil de seguir, muestra como la actitud de algunos miembros del jurado puede influenciar a otros, al igual que los prejuicios raciales y clasistas que trae cada quien, así que –a pesar de la indiferencia de algunos miembros– finalmente triunfa la racionalidad por encima de la superficialidad de algunas posturas. La obra muestra las debilidades del actual sistema judicial norteamericano, apegado siempre a los juicios orales heredados del sistema británico, pero por ello sujeto a las fricciones entre miembros del jurado, las presiones de personas dominantes y el poder persuasivo de los más hábiles. No hay duda que el sistema oral parece más flexible y justo, al poderse debatir los méritos de los argumentos presentados y llegar a alguna conclusión, a diferencia del sistema hispánico que depende casi exclusivamente del criterio –y humor– del juez de la causa. Sin embargo aún así, se evidencian ciertas debilidades del mismo, quedando siempre patente la fragilidad de la justicia, por depender de la formación jurídica y ecuanimidad de seres humanos sujetos al factor emotivo..

Las dos películas son dignos exponentes del llamado “cine de tesis”, que incluye las obras reconocidas por su seriedad y honestidad narrativa, sin utilizar elementos efectistas para mantener el interés. Por algo este tipo de cine –cuando es realizado por directores de talento- es muy apreciado entre la crítica profesional, y tendrá siempre cabida entre los espectadores que buscan en el cine y la televisión algo más que el simple entretenimiento escapista. Así, este cine ofrece la oportunidad de afianzar valores morales o actitudes sociales mediante la reflexión ante los hechos que se presentan en la pantalla. Es éste uno de las más valiosos méritos del arte cinematográfico, donde se nos recrea una historia dramática para hacernos meditar sobre ciertos temas relevantes que encaramos en nuestra vida cotidiana. A final de cuentas, estas obras ayudan a formar nuestro bagaje ético y cultural, del mismo modo que lo hacen la literatura, la prensa escrita o audiovisual… y la vida misma.

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