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Dos legendarios actores en un drama sobre la eterna lucha entre la fe y la razón

(%=Image(5590565,»L»)%) Jack Lemmon y George C. Scott nos dieron en“Heredarás el viento” su última muestra de talento actoral antes de su desaparición física.

La frecuente reposición del drama “Heredarás el viento” en la tv satelital, ofrece una buena ocasión a los cinéfilos de apreciar una vez más el talento de dos actores legendarios como lo son Jack Lemmon y George C. Scott, a quienes se les dio al final de sus dilatadas carreras la oportunidad de encarnar a los dos protagonistas del llamado “juicio del siglo”, –bautizado como el “monkey trial” en los medios del norte –que relata una histórica confrontación filosófica entre el creacionismo y la teoría de la evolución, librada en una corte de un pueblito de Tennessee en 1925. Lemmon caracteriza en ese filme televisivo al célebre abogado racionalista (Clarence Darrow) quien defiende a un maestro ( John Scopes) acusado de enseñar la polémica teoría científica, algo penado en una ley estadal, mientras Scott es el fiscal acusador y ex candidato presidencial William Jennings Bryan, un fanático creyente en el mito bíblico de la creación divina relatada en el Genesis.

Dos remakes oportunos
(%=Image(9353779,»R»)%) Esa película de 1999 fue un remake para la televisión de un famoso filme en blanco y negro de 1960 con el mismo título, donde dos actores de igual talla interpretaron los roles principales, Spencer Tracy y Fredric March, ambos gigantes de la actuación y ganadores de varios Oscares. Incidentalmente, en 1988 hubo otra versión televisiva, esa vez con Jason Robards y Kirk Douglas en los dos papeles clave. A su vez, las diversas versiones para la pantalla grande y chica son adaptaciones muy fieles de la obra teatral homónima de Jerome Lawrence y Robert Lee, estrenada en Broadway en 1955 y basada libremente en las peripecias que rodearon al famoso juicio, que sacudió los cimientos del estamento religioso, anclado en el ámbito conservador de la región sureña de Estados Unidos. Los frecuentes remakes son una prueba del interés que reviste esa confrontación, que todavía existe en ciertos ámbitos de esa nación, pues en algunos estados se exige por ley que se enseñen ambas teorías sobre la creación del hombre y el cosmos, aunque la creacionista se basa mayormente en la fe y la otra en conocimientos acumulados por la ciencia en los últimos dos siglos.

Se recordará que dicho juicio terminó con una sentencia salomónica, donde el maestro acusado fue encontrado culpable de violar la ley estadal, pero fue sentenciado a pagar sólo una pequeña multa simbólica. Así, hubo apego a la ley pero al mismo tiempo se reivindicó a Scopes, gracias a la pericia de Darrow, al constatarse que dicha ley era anacrónica y que sólo reflejaba el sentir de los defensores de la Biblia a ultranza, o sea los que mantenían que el mundo y todos sus seres vivientes fueron creados en seis días, aun en contra de las considerables evidencias científicas de la época, apoyadas en la astronomía, la geología y la biología. El caso refleja el hecho de que una buena proporción de los estadounidenses todavía interpreta literalmente la Biblia y no acepta las incontrovertibles evidencias que apuntan a una evolución gradual del cosmos y sus seres, y no a una creación sobrenatural e instantánea como se asevera en la Biblia.

Incidentalmente, el juicio tuvo lugar un lustro antes de que se revelara la teoría del Big Bang —una gran explosión ocurrida hace más de 13,5 millardos de años– y que asegura que la Tierra vino a formarse dentro del Sistema Solar en los último 4,5 millardos de años, mientras el homo sapiens –antecesor del hombre moderno– apareció en el escenario hace apenas unos cien mil años, hechos consistentes con la teoría del evolución descrita por Darwin en 1859. Irónicamente, a pesar de su impacto mediático circunstancial en 1925, el juicio tuvo poca repercusión en el ámbito educativo y social de los EEUU en las siguientes tres décadas, hasta que el tema fue revivido por los dramaturgos Lawrence y Lee en 1955 y en muchos estados conservadores se le dio más libertad de enseñar a la teoría de Darwin.

Tres parejas de actores se lucen
Para quienes hayan visto las versiones fílmicas o televisivas de la obra teatral, debe haber sido toda una experiencia ver como actores de la talla de los nombrados encarnaban maravillosamente a los protagonistas del famoso juicio. Se sabe que éstos trabajaron con gusto en dichas versiones ya que todos son liberales confesos y contrarios al fanatismo religioso. Los distintos actores de las tres versiones fueron seleccionados cuidadosamente para caracterizar al elocuente abogado Darrow o al fanático fiscal Bryan, cuyos nombres tuvieron que ser cambiados en la obra por los de Drummond y Brady, por razones legales. Obviamente, para un admirador de los actores Tracy y March, la versión fílmica de 1960 hábilmente dirigida por Stanley Kramer (el mismo de ‘Fuga en cadenas’ y ‘Juicio en Nuremberg’) mostraba un ambiente más realista con su cuidadosa escenografía y su dramático blanco y negro, al haber ocurrido el juicio real antes del advenimiento del color en el cine. Pero las dos versiones televisivas a todo color también exhiben un alto nivel de calidad, máxime con actores tan talentosos como Robards y Douglas en la de 1988, o de Lemmon y Scott en la de 1999.

En esta última versión, asistimos a un verdadero “duelo de titanes” al ver como un actor consumado como Lemmon se enfrentaba a Scott, utilizando los inteligentes diálogos de la obra teatral. Lemmon era un veterano de comedias clásicas como “Piso de Soltero”, “Una eva y dos adanes” y “Una pareja dispareja”, pero también de dramas significativos como “Salven al tigre”, “Desaparecidos” y “El síndrome de China”, y en “Heredarás el viento” nos dio una última muestra de talento, pues murió dos años después.

Por otra parte, George C. Scott murió unos meses después de finalizar el rodaje de esa cinta, y el espectador atento seguramente notaría en su rostro una expresión de cierto cansancio físico durante su interpretación, pues ya estaba enfermo de cáncer. Scott se dio a conocer al lado de Paul Newman en “The hustler”, y luego en el clásico antibélico de Kubrick, “Dr Insólito”, pero el rol que lo hizo célebre fue el del polémico general rebelde en “Patton”, que le mereció un Oscar en 1970. Sorpresivamente, Scott lo despreció por no creer en las normas de la Academia de Hollywood, que calificó como poco más que un “mercado libre”. Así, ni siquiera asistió a la ceremonia, dando así el mal ejemplo a Marlon Brando, quien también rechazó el suyo por “El padrino” dos años después.

Incidentalmente, Scott ya se había enfrentado a Lemmon en la pantalla en 1997, cuando protagonizaron juntos el también famoso drama de tribunales, “Dos hombres en pugna”, a su vez un remake de aquel clásico de Sidney Lumet de 1955 (con Henry Fonda y Lee J. Cobb), que enfatizaba el pensamiento crítico por encima de los prejuicios sociales, al igual que sucede en “Heredarás el viento”. Así, ambos dramas tribunalicios son buenos ejemplos de la justicias en acción en una sociedad democrática, que conviene ser vistos tanto por estudiosos del derecho como por quienes quieren recibir un gran ejemplo de actuación, dada por brillantes actores.

En otro curioso caso de “la vida imitando al arte”, el colapso de Scott en el tribunal y la partida de Lemmon del edificio, al final de la cinta, resultaron en patéticos presagios de la inminente desaparición de estos dos colosos de la actuación, cuya ausencia ya notamos aunque nos consuelen las frecuentes reposiciones televisivas de sus trabajos fílmicos. Es natural que hay que agradecerles el habernos hecho disfrutar, una vez más, un intenso drama que nos deja hondas reflexiones sobre un asunto filosófico todavía debatible, pero que se inclina cada vez más a favor de la teoría evolutiva, algo que ya era evidente en ese sonado juicio hace más de ocho décadas.

Implicaciones del drama
Así que es obvio que en la obra de Lawrence y Lee, ambos intelectuales liberales, se note una cierta preferencia por la teoría científica, mientras se ridiculiza levemente al creacionismo, aunque al final se trata de darle un justo valor a su valor espiritual y religioso. No hay duda que la obra apunta a la tolerancia y el juicio crítico, dirigiéndose al público con mente abierta e inquisitiva. Así, trata de poner en perspectiva dos teorías opuestas, que –vistas objetivamente– no necesariamente tienen que crear fricciones sociales, pues es perfectamente factible aceptar la teoría de la evolución sin desdeñar la posibilidad de que un ser todopoderoso pudiera haber puesto en marcha una evolución cósmica que ha tomado más de 13 millardos de años. Después de todo, ninguna de las dos teorías puede comprobarse totalmente tanto tiempo después, y todo queda al arbitrio de la persona, según sus creencias religiosas… o la ausencia de ellas, y el drama luce como un debate meramente académico a pesar de sus implicaciones sociales.

Visto en retrospectiva, el caso que se escenificó en ese caluroso verano de 1925 en Dayton, Tennessee, es una nueva versión del aún más famoso juicio a Galileo en 1633, donde la Inquisición quiso salir al paso de la teoría heliocéntrica de Copérnico y reafirmar que la Tierra era el centro del universo. En ambos casos se impuso –aunque pírricamente– el “establishment”, pero las verdades detrás de las teorías cuestionadas se hicieron aún más evidentes por la energía que se utilizó en negarlas y callarlas. De ahí que este interesante drama nos hace apreciar el valor del teatro, el cine y la televisión, al dramatizar hechos históricos para hacernos comprender la influencia de ciertas teorías decisivas en el progreso intelectual de la humanidad.

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