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Dura es la caída

Una paradoja de la vida americana: siendo los carros el símbolo último de status y progreso social, los vendedores de carros (especialmente si son usados) están en el último lugar del escalafón. Un chiste clásico tiene a uno de ellos confesando: «Yo en realidad vendo carros, pero digo que soy portero de un burdel, porque me da pena admitir la verdad». 

Inteligentemente el hombre solitario del título tiene esta profesión, pero además es un hombre derrotado, pujando por volver a levantarse. Dueño de un imperio que se vino abajo en medio de un escándalo de fraude seis años antes del comienzo de la acción de la película. Hoy es un sesentón nostálgico de su buena vida, permanentemente atraído por la juventud femenina y con una carga de autodestructividad siempre a flor de piel. En rigor la película es un análisis de ese camino desaforado hacia el fracaso autoinfligido y una crónica de los pequeños y no tan pequeños pasos que llevan a un ser humano a la perdición. 

Lo mejor no está aquí, sino en la forma con que el libreto se pasea por el «way of life» americano. No hay peor caída que el derrumbe económico, y junto con él, social, de quien ha sido un respetable miembro de la comunidad de negocios y hoy es empujado a un lado por la misma. 

La inteligencia del libreto minimiza el cliché del abandono de los anteriores aliados, para concentrarse en el personaje central y su manejo de lo que en el centro de todo es un absurdo. ¿Por qué alguien cuya vida va, literalmente, sobre ruedas, lo arruinaría todo en decisiones absurdas y suicidas? Peor que eso, ¿por qué lo seguiría haciendo obviando el más elemental de los buenos juicios? El periplo es un inventario de lugares comunes (los valores familiares, la integridad en los negocios, las amistades que perduran a pesar del tiempo transcurrido y el fantasma del poder). En el activo del libreto hay que colocar la visión desencantada (que la fotografía invernal y sombría realza en todo momento) con la que el protagonista aborda cada oportunidad que aparece en el camino. El film bordea en todo momento la inverosimilitud (pero, cabe preguntarse, ¿acaso era verosímil el escándalo y fraude de Bernard Madoff ?), pero las actuaciones convincentes de Douglas, Sarandon y De Vito, logran salvar ese puente. Lo que queda es un retrato del fracaso, o mejor dicho, de los peldaños que lo jalonan. 

La clave está muy lejos de estar en lo económico y el libreto apunta siempre a una razón casi mágica que lo explicaría todo, pero que al llegar no explica nada.

Esa respuesta llega sobre el final de la película y es tan absurda como la pregunta misma, pero lo que importa es el camino. El contexto tal vez sea relevante, Estados Unidos recibió, en la década pasada, dos golpes al plexo solar. 

Los ataques a las torres gemelas son explicables por la amenaza externa, pero la crisis económica que aún persiste, es un castigo tan autoinfligido como el del protagonista. La provocaron la falta de ética, la codicia corporativa y la opacidad de las reglas que gobiernan un mundo tan oscuro como el que transita el hombre solitario. Al menos dos películas han tratado el tema, los documentales The inside job (algo así como el trabajo hecho por los cómplices internos) y Client 9 (otra caída en desgracia, esta vez la del ex fiscal Spitzer que alertó en su momento sobre manejos oscuros en el mundo de Wall Street). 

El tema no había llegado todavía a la ficción (si obviamos la retro Wall Street, el dinero nunca duerme , del amigazo Oliver Stone) y esta entrega es un buen comienzo. Porque habla de la adrenalina del poder, o peor aún, de lo que ocurre cuando esa adrenalina se seca. Hay reproches, los directores cometen novatadas de continuidad, algún diálogo sobre el final bordea el culebrón o el cliché. Pero el balance es positivo en un final abierto que vale la pena esperar. Un drama sólido, pertinente y actual.


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