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El arte contemporáneo de EE.UU. se cuestiona en la Bienal del Museo Whitney

EFE.-
«Es muy difícil hoy en día reconocer cuál es la dirección que lleva el arte, más allá de asumir el cambio constante que está viviendo», reconoce uno de los comisarios, Stuart Comer, antes de explicar cómo es su propuesta para esta edición.

Tras el triunfo de la exposición de los dibujos de Edward Hopper en 2013 y preparándose para repetir el éxito con la muestra monográfica de Jeff Koons preparada para junio, el Whitney recuerda su propósito originario, su compromiso con aquellos artistas no tan célebres pero que desde 1932 consideran este museo su plataforma de lanzamiento.

En esta época de cambio, hasta el museo está de mudanza, porque en 2015 abrirá su sede en el Meatpacking District, un proyecto de Renzo Piano entre el High Line y el río Hudson.

En esta Bienal, con 103 artistas participantes, despiden su edificio en Madison Avenue poniendo en la entrada una obra de un artista puertorriqueño Radamés «Juni» Figueroa.

Una colorida y pequeña casa, casi una cabaña, de la bienvenida al visitante como si fuera un anexo al edificio. Con el techo lleno de plantas y las paredes convertidas en tenedores térmicos para secar la ropa, la propuesta de Figueroa (San Juan, 1982) es símbolo de cómo «Puerto Rico, como puerta de entrada a Estados Unidos de las influencias de Latinoamérica, es muy importante», según Comer.

Otro puertorriqueño, Pedro Vélez (Bayamón, 1973), también conocido por su labor literaria, presentará su obra en la galería Robert J. Hurst, apelando al cruce interdisciplinar del que fue el principal abanderado el fallecido David Foster Wallace, de quien se exhibe su aportación artística en la cuarta planta.

Además de Comer, comisario jefe de multimedia y performance en el MoMA, los comisarios son Anthony Elms, del Instituto de Arte Contemporáneo de Filadelfia y redactor jefe de la publicación «WhiteWalls», y Michelle Grabner, profesora de pintura y dibujo en el Instituto de Arte de Chicago.

Los tres han tomado el Whitney, repartiéndose las distintas plantas del museo.

Ya por las escaleras, se puede ver la instalación de Charlemagne Palestine, que llena con su música unos altavoces tomados por muñecos de peluches el camino de un piso al otro. Pero no es la única hermosa excentricidad o el único concepto llamativo de esta Bienal atiborrada de sugerentes planteamientos artísticos.

En la cuarta planta, de la que se ha encargado Graber, «el verdadero cambio es dejar de mirar a las instituciones y a los comisarios para fijarse en los artistas y su arte», asegura la comisaria.

Las sorpresas más vistosas son, por ejemplo, un cartel de un centro comercial ficticio en Vietnam diseñado por Ken Lum, mientras que la belleza comercial emerge en la obra «Shhhhhh», de Ben Kinmont, que convierte en arte público la cotidianeidad privada de unos correos electrónicos, un inventario o un tampón de oficina.

Y la experiencia más espectacular es la gigantesca cámara oscura que ocupa toda una de estancia del Whitney y que, diseñada por Zoe Leonard, proyecta en la pared la fachada de uno de esos lujosos edificios del Upper East Side. Representa la fascinación que todavía generan los mecanismos primigenios.

Un piso más abajo, Comer apuesta por un espacio en el que «lo virtual y lo real se difuminan» y en el que conviven las pantallas, los lienzos, la artesanía o las performances en vivo. A veces, incluso las pantallas ejercen de lienzo y, sobre las imágenes emitidas, el óleo hace su dibujo, como en la obra de Ken Okiishi.

Otras, una habitación se convierte en una mezcla barroca-kitsch de maniquíes hipersexuadas, de gafas opacas al servicio del visitante o de pantallas que reproducen una explícita relación sexual entre dos hombres. Todo ello, obra de Joel Otterson.

Por último, Anthony Elm apuesta por «la apertura del espacio», con videoarte de Steve Reince y Jessie Mott, que proponen un diálogo en modo de cine musical barroco entre la psicoanalista Melanie Klein y Eleonor Roosevelt.

O, también a cuatro manos, la propuesta de maletas inundadas de resina que atrapa ripios de un equipaje a ninguna parte creada por Valerie Snobeck y Catherine Sullivan.

Todo para demostrar que el arte estadounidense, que está perdiendo presencia en las ferias internacionales, está en plena forma. «Queremos demostrar que tenemos más recursos que nunca, que merecemos un lugar en el que exhibir nuestro arte», concluye Comer.

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