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El bautizo del libro del Dr. Víctor Luis Granadillo C. (Año 1950)

En la década de los años 50 se encontraban en las tiendas que vendían artículos para bromas, unas ampollas de vidrio llamadas “peo liquido” las cuales contenían una sustancia fétida, que combinaba en forma admirable la hediondez intensa de las aguas negras, el profundo hedor cadavérico de la carne podrida y el insoportable y penetrante olor nauseabundo de los gases que desprenden las fermentaciones intestinales de los seres vivos. Pero lo más terrible, digno de una pesadilla dantesca, era el efecto sicológico que producía el “peo liquido” en la mente de sus víctimas: las personas que inhalaban sus emanaciones mefíticas, creían que se trataba realmente de la expulsión de gases de un ser humano. Pensaban que nadie, por enfermo de gravedad que estuviese, podía incubar algo tan hediondo, nauseabundo y tóxico para la salud. Entonces el pánico se apoderaba de las gentes, todo el mundo no pensaba otra cosa que correr para liberarse de esa peste, del flagelo de una grave enfermedad. Hoy en día, que todos saben que no es otra cosa que una sustancia química, nadie le hace caso, pero en esa época en que la gente creía que se trataba de un genuino pedo, el efecto era demoledor: trancar la respiración y desaparecer del lugar contaminado. A este punto debo decir, que cuando mi primo Carmelo Pifano viajaba a Caracas traía una provisión de “peos líquidos” calculada estratégicamente para hacer desaparecer a la entera población de San Felipe, en una veloz estampida, de salto rápido y no parar jamás, hasta llegar a una guarimba confiable y segura como la montaña de Sorte, en los predios de la Reina María Lionza.

Hecha de este modo la presentación del primer protagonista de esta reláfica, me resta ahora introducir al segundo: el doctor Víctor Luis Granadillo C. nativo de Nirgua -que en tiempos de la Colonia se llamó “Nuestra Señora de las Victorias del Prado de Talavera” un nombre que, como todo el mundo mágico del viejo Yaracuy, envuelve un fino y noble sentido de hermosa poesía- era hijo de un pequeño empresario local que fundó en San Felipe la primera fábrica de hielo, en esta empresa de su padre él tuvo que aprender a reparar los refrigeradores porque en el Yaracuy no había técnicos que pudieran hacerlo, se traían de Puerto Cabello o Barquisimeto. Hasta el día en que se graduó de abogado en la UCV, Víctor Luis -inteligente y emprendedor- reparó neveras, cavas, aparatos de aire acondicionado, etc. Muy pronto ingresó como profesor de francés al Liceo Arístides Rojas, él no hablaba francés, pero al parecer no había nadie mejor que él para ejercer esta actividad, con la cual se ganó de por vida el cognomento de “Mesié Granadillo” Después fue profesor de Química, tampoco sabía nada de química, pero si podía reparar heladeras, era porque conocía la naturaleza química de los gases y su comportamiento físico, entonces era apto en el poblacho para dar clases de química. A inicios de la década de los 50, escribió una obra de 4 volúmenes, a la que llamó “Tratado Elemental del Derecho Civil Venezolano”, el volumen I se imprimió en la “Imprenta Oficial del Estado Yaracuy” en una vieja máquina de linotipo, manejada con mucha maña por Caracciolo Castillo, conocido con el remoquete de “mosquito de piña” Cuando tuvo el primer ejemplar en su mano, calientito como arepa salida del budare, se dispuso a bautizarlo. Ahora bien, con una cabeza redonda y calva, bien provista de talento jurídico, pero un tanto floja de tornillos, como la que tenía “Mesié Granadillo” a nadie en el mundo se le podía ocurrir una manera más estrafalaria y alejada del sentido común para bautizar un libro, al que había dado el nombre de “tratado” ¡Veamos cómo lo hizo! O más bien como trató de hacerlo.

Para la época, el único auditorio que existía en San Felipe era aquel del “Grupo Escolar República de Nicaragua” Al final del año escolar cada maestra organizaba con sus alumnos una presentación de talento vivo, para integrar un acto cultural muy apreciado en la sociedad sanfelipeña. Cantaban los coros, se hacían bailes típicos, conjuntos orquestales ejecutaban hermosos valses yaracuyanos, tenían lugar pequeños sketch de teatro y sobre todo, eran muy admirados los “cuadros vivos” hermosas escenas de los héroes de la independencia captadas en un instante. Este fue el ambiente que “Mesie Granadillo” escogió para la presentación de su tratado, ante un público que quería ver a sus hijos cantando, bailando y representando pequeñas escenas teatrales. Nunca pensaron que tendrían que escuchar ininteligibles disquisiciones sobre la hermenéutica jurídica, el testamento nuncupativo, el matrimonio morganático y los contratos sinalagmáticos, para nombrar algunos de los modestos petardos que traía en su arsenal el jurista yaracuyano.

Pues bien, “Mesie Granadillo” se presentó con su libro y pidió un espacio de 10 minutos para hacer la presentación, algo muy breve, lo cual le fue concedido. Los 10 minutos se transformaron en media hora y todavía no había salido del monumento histórico que era el derecho romano, después una hora para el código napoleónico y otra más. El calor en la sala era insoportable, gruesas gotas de sudor perlaban la cara de los asistentes y se deslizaban a sus espaldas y torsos. La gente no entendía ni un comino las disquisiciones de ese inesperado visitante, más molesto que un cadillo en el ojo y más lento que un tractor impulsado por pedales. Entonces comenzaron a preguntarse: ¿Qué pecado grave hemos cometido nosotros para tener que pagar la penitencia cruel y despiadada a que nos condena este extraño personaje más fastidioso que un paseo en aplanadora? Fue entonces cuando el director de la escuela, Prof. García Salaz, decidió tomar cartas en el asunto: ordenó cortar la electricidad del micrófono. Granadillo impertérrito dijo:- lástima que se dañó el aparato de sonido, pero yo afortunadamente tengo fuerte e inteligible voz y siguió su discurso sin amplificación acústica. Entonces el director dio instrucciones de que cerraran el telón y el orador quedó detrás de la cortina, pero “Mesié Granadillo” como si la cosa no fuera con él, buscó la abertura de la cortina y nuevamente se paró frente al público, muy pegado al borde del escenario, para continuar con su soliloquio. ¿Qué más se podía hacer ante tanta tozudez?

Fue en ese preciso momento que mi primo Carmelo Pifano Garrido comprendió que la solución de este problema estaba en sus manos, él era el único que podía poner fin a ese Calvario o peor aún, a ese suplicio de Tántalo y dijo: “Pa bachaco chivo” Subrepticiamente se aproximó al Dr. Granadillo, por la parte baja del escenario (a la sazón tenía 12 años de edad) y debajo de cada pié le colocó dos “peos líquidos” cuatro en total, una dosis para provocar la estampida de una manada de búfalos. A los pocos segundos las ampollas fueron pisoteadas y una nube de gases parecida al hongo atómico de Hiroshima cubrió totalmente con su vaho el pequeño auditorio. El ambiente se impregnó de un fuerte olor rancio y concentrado de excremento humano, de orines macerados y de aguas residuales provenientes de los emuntorios intestinales. La escena era apocalíptica. Alguien gritó: -Se ha roto el tubo maestro de la cloaca, sálvese quien pueda, a correr se ha dicho, porque lo que viene detrás es un tremendo aguacero de mierda de muy buena cosecha. El pánico se apoderó de todos. Se escuchó una voz: -Cristo ten piedad. Misericordia Señor. Dios nos coja confesados. La gente corría despavorida presa del terror, sus pupilas dilatadas buscaban con mirada ausente a “imposibles y ansiados continentes”, como diría nuestro poeta nacional. En pocos minutos todo quedó desierto. La soledad total en medio de un silencio quieto y pálido. Al día siguiente, las autoridades sanitarias fueron a inspeccionar el tubo roto de la alcantarilla, por supuesto no encontraron nada ni siquiera los fragmentos de vidrio de las ampollas, todo desapareció en el “íncubo” que sufrió esa noche, para recordar por toda su vida, la colectividad sanfelipeña.

Para concluir, ese mismo día siguiente, yo también me encontré con mi primo Carmelo y me preguntó: -Querido primo, estuviste en el bautizo del libro del Dr. Granadillo. -No, le respondí, no supe de eso, no fui invitado. Entonces me dijo: -mejor que no fuiste, se rompió un tubo maestro de la cloaca, eso fue un torrente de puro excremento, que tendió sobre todos los presentes, un manto de exhalaciones mefíticas bajo la forma de lluvia de estrellas. – Es la primera vez que yo he visto en mi vida el bautizo de un libro, perteneciente al género de los tratados, con materia fecal. Francamente, no me explico cómo pudo “Mesié Granadillo” acabar con un acto cultural tan bello.

Fotografías:
1.- Entrada al auditorio del Grupo Escolar República de Nicaragua, San Felipe, Yaracuy. Foto de presentación.
2.- Coro de Niños Cantores del Yaracuy, igual que hace sesenta años.
3.- Catedral de San Felipe, al fondo el Grupo Escolar República de Nicaragua. A ese sitio corrieron los asistentes al bautizo del libro, para implorar la protección divina.

Hugo Alvarez Pifano

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