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El deslinde

1817 es uno de los años de mayor importancia en la historia de Venezuela. Fue un año crucial para la tarea que se habían impuesto Bolívar y Sucre en su lucha por crear una patria nueva en la América española. Ya había aparecido en los Llanos la figura de José Antonio Páez, que sustituyó a Boves como “Taita” de muchísimos de los llaneros y, por fortuna de la patria, en vez de ubicarse en el bando realista lo hizo en el de los partidarios de la Independencia.

Después de Miranda, Bolívar y Sucre (y de Andrés Bello y Simón Rodríguez) José Antonio Páez es uno de los personajes más interesantes de la historia de Venezuela. Nació en Curpa, un lugar que hoy no pasa de ser un punto fagocitado por Acarigua y Araure, en los Llanos Altos occidentales de Venezuela, al pie de los Andes, el 13 de julio de 1790. Era hijo de Juan Victorio Páez, canario, funcionario del Estanco de Tabaco, y de María Violante Herrera, ambos de la clase de los “blancos de orilla”. Aún niño fue enviado por sus padres al pueblo de Guama, en el valle del río Yaracuy, a la escuela de la señora Gregoria Díaz, de donde lo sacó su cuñado Bernardo Fernández para emplearlo como dependiente en su bodega y como bracero en sus siembras de cacao. Un oscuro incidente lo alejó del sitio a los diecisiete años, pues cuando regre­saba de Cabudare, cerca de Barquisimeto, exhibió en una bodega de Yaritagua, el dinero que llevaba y poco después lo asaltaron cuatro bandidos en Sabana de Parra, al Oeste de Chivacoa. Páez mató al el jefe de la partida y puso en fuga a los otros tres, pero al poco tiempo, amenazado de muerte tomó el camino de los Llanos y fue a tener al hato “La Calzada”, de Manuel Antonio Pulido, en donde se empleó como peón. El mayordomo, un antiguo esclavo llamado Manuelote, se dedicó a humillarlo con saña. Mucho tiempo después Páez lo tuvo como prisionero y lo trató tan bien, que el hombre se cambió de bando y se jactaba de haberle forjado al nuevo “Taita” el carácter que lo convirtió en caudillo. El terrateniente Pulido sacó a Páez de la condición de peón y lo convirtió en negociante de ganado. En 1809 vivía parte no lejos de la cordillera, en Canaguá, Barinas, en donde se casó con Dominga Ortiz, que había heredado algunas tierras y cierta fortuna. En 1810, Manuel Antonio Pulido se integró a la lucha en pro de la independencia, y Páez se alistó en su escuadrón de caballería hasta que Domingo Monteverde derrotó a los patriotas. El “Catire” se retiró a Canaguá, a las tierras de su mujer, a donde fueron a buscarlo los españoles por órdenes de Antonio Tíscar. Obligado, Páez sirvió en el ejército español hasta que se reincorporó a las fuerzas de Pulido, en Barinas. Cuando Bolívar recuperó la patria con la Campaña Admirable, Páez fue el encargado de sacar a los realistas de Canaguá y alrededores. Poco después cayó preso y estuvo a punto de morir, pero con la invención de un “ejército de ánimas” consiguió escapar. En enero de 1814 empezó su carrera ascendente, que pronto lo llevó a ser uno de los hombres más destacados entre todos los patriotas y un verdadero héroe militar del proceso independentista. Fue factor decisivo en el triunfo de las armas independentistas. En 1830 se volvió contra Bolívar y dividió la Gran Colombia. Se había formado como caudillo bárbaro y, como muchos otros formados por Bolívar en el calor de aquella lucha salvaje no aceptó que Bolívar se convirtiera en civilizado. Venezuela se convirtió en su feudo hasta que, a causa de la Guerra Federal, debió salir al exilio tras haber ejercido la dictadura por un tiempo. Murió en New York, luego de haber dilapidado su enorme fortuna en vanos intentos de retornar al poder, el 6 de mayo de 1783.
1817 fue el año de los grandes triunfos de Páez en Yagual y Mucuritas, y fue también el año en que Bolívar consiguió sus grandes victorias, o sus pequeñas victorias que se hicieron grandes y lo llevaron a su cumbre de Angostura, que es donde en verdad nació la patria. Y también fue, claramente, el año del deslinde de Antonio José de Sucre, que dejó para siempre a Mariño y los secesionistas orientales y se ubicó en el bando de Simón Bolívar y los grandes sueños, que de inmediato se convirtieron también en los sueños del futuro Gran Mariscal de Ayacucho.
Sucre, ya separado de los que no querían integrarse del todo a Venezuela, no participó en forma alguna en el llamado Congresillo de Cariaco, que había pretendido nombrar a Mariño jefe supremo del ejército. Pero tampoco había permanecido, como algunos, “equidistante”. Había decidido deslindarse de los orientales y sumarse, no a los centrales, sino a los que tenían por patria a Venezuela, que pronto serían parte de Colombia. La prueba más indiscutible de ese deslinde está en la carta que le dirigió a Bolívar, desde la ciudad de Maturín, el 17 de octubre de ese año de 1817:

“Mi general y apreciado amigo:
“Anoche a las diez llegué a ésta, habiendo tenido en Tabasca la dilación de que avisé a Vd.
“Al amanecer hoy escribí a Cumanacoa por no haber sido posible continuar faltándome bestias; y preparándome para seguir esta tarde, ha recibido en general Rojas el parte que incluyo a Vd. del coronel Carmona. Por dicho parte, la división de Cumanacoa está al corriente; pero temiendo yo que hagan una igual a la pasada en que dieron un paso semejante, me apresuro a marchar para asegurar el que han dado ahora, y no permitir que alguna otra junta o bochinche varíe de disposición. A mi llegada daré a Vd. las noticias y partes de todo.
“Me parece más importante que nunca la venida del general Bermúdez; tanto que aun sería tal vez bueno darlo a reconocer sin embargo de no haber llegado. Y pienso, si no es que las circunstancias exigen otra cosa, permanecer mientras tanto sólo en calidad de comisionado, al menos hasta tener la contestación de Vd. que considero ya en camino. Trataré en el ínterin de pasar a Vd. o al estado mayor un estado de la fuerza, recursos y necesidades de aquella división, para que Vd. pueda hacerla poder en movimiento contra el enemigo; pues ahora carece absolutamente de víveres, reducida miserablemente a dulce por almuerzo; municiones me dice el general Rojas no tiene ningunas, admirándose de que se hayan mantenido hasta ahora a la defensiva.
“Del general Mariño nada se sabe; porque la toma de Güiria ha impedido la comunicación de Trinidad. Yo le escribo hoy por Tabasca para cuando haya ocasión. El coronel Armario pudo salir de aquí para llenar su comisión antes que hubiese busques enemigos en el golfo Triste; pero estando algunos ahora, sin transportes aquí y sin medios para verme con él a fin de desempeñar la otra parte de mi comisión, que comprende su completa reunión al gobierno, tendré (si Vd. dispone que vaya donde él) que volverme a Tabasca y procurar allí en qué verificarlo para Trinidad.
“Mientras Vd. me contesta habré yo ocupado el tiempo en que se arregle la división de Cumanacoa, y para facilitar entonces si he de ir donde el general Mariño, sería bueno que viniese de Guayana una flechera a Tabasca o mejor a Barrancas equipada de lo necesario, pues ya le digo que en ésta no hay transporte alguno ni puede entrar.
“Yo no dudo que el general Mariño se convendrá al orden no teniendo otro arbitrio sino ése o el de ser un guerrillero en los montes de Güiria, y aun en ellos se dice que lo han atacado. Será sensible que le suceda un mal, o que pierda trescientos hombres que había reunido en Güinimita. Los enemigos parece que tenían en Güiria 500 hombres y 14 pequeños buques mal armados y tripulados. En fin, Vd. me dirá lo que debo hacer respecto a mi marcha casa del general Mariño con presencia del orden de cosas actuales.
“Adiós, mi querido general. Escríbame Vd. algo de las ocurrencias de por allá, y disponga siempre del afecto de su invariable apasionado amigo.
“A.J. De Sucre,
“¿Y qué habrá de bueno en la división Urdaneta? ¿Seré yo parte de ella o tendré que quedar en esta tierra de Dios no a favor de mi persona y con perjuicio de mi carrera? ¿Qué será de esto? Yo estoy resuelto, no obstante todo, a obedecer ciegamente y con placer a Vd.” (Sucre, Antonio José de, De mi propia mano, pp. 5-6)

Es una prosa un tanto vacilante, distante años luz de la palabra elegante de Simón Bolívar. Y nos revela, sin dudas, que el joven Sucre ha podido acercarse al Simón Bolívar, doce años mayor que él, que seguramente admiró desde su paso por Caracas. Para Bolívar, en cambio, el cumanés no debe haber sido entonces más que un muchacho, uno más entre los muchos que participaban en la gesta que él quería dirigir, y que estaba empezando a dirigir muy a pesar de los intentos de Mariño, Piar y otros orientales o amigos de orientales.
1817 fue también un año crucial para Simón Bolívar. Fue un año en el que la realidad iba, como algunas obras musicales, cambiando de tono continuamente, como con dudas. Fue, como vimos, el año del llamado “Congresillo de Cariaco”. El canónigo José Cortés de Madariaga, chileno y protagonista importante del 19 de abril de 1810 (cuando con gestos, que algunos creen que fueron más obscenos que lo que pinta la historia, llevó al pueblo de la plaza mayor a gritarle un potente “no” a al capitán general español Emparan cuando preguntó si querían que siguiera en el poder). Caída la Primera República, el curita también cayó, pero preso, y luego de escapar de Ceuta, en donde estuvo en la sombra varios años, en 1817 se presentó en Carúpano y lanzó un manifiesto en el que convocaba a un gobierno federal, y posiblemente Santiago Mariño vio en ello su oportunidad de desplazar a Bolívar. El 8 de mayo se instaló, en la villa de San Francisco de Cariaco, un el Congreso, para el cual no hubo ninguna forma de elecciones ni de representación, integrado por Mariño, Madariaga, Francisco Antonio Zea, Francisco Javier Mayz, Francisco Javier de Alcalá, Manuel Isava, Diego Bautista Urbaneja, Francisco de Paula Navas, Diego Antonio de Alcalá y Manuel Maneiro. Casi todos eran orientales, y Mariño habló de la necesidad de establecer un gobierno sin esperar la elección de diputados, que se hacía muy difícil por la guerra. Madariaga, por su parte, declaró que en cuanto se constituyera un gobierno estable, se daría el reconocimiento de varias potencias extranjeras. Brion declaró que al hacerlo estaban cumpliendo instrucciones de Bolívar, y todos los demás manifestaron su acuerdo, por lo cual se declaró instalado el Congreso Supremo de la República, ante el cual Mariño presentó su renuncia al cargo de Segundo jefe del Ejército y, sin poder ni autorización, presentó también la renuncia de Bolívar. Zea, Mariño, Madariaga y Brion, que no eran miembros del Congreso, se retiraron, y el cuerpo sesionó bajo la presidencia de Mayz, cuya autoridad, según él, emanaba del hecho de haber sido triunviro y miembro del Congreso anterior, del cual fue diputado por Cumaná. Así se establecía una pretendida continuidad entre el Congreso Constituyente (1811-1812) y el de Cariaco, cuyo secretario fue Diego Bautista Urbaneja, de Barcelona. Nombraron un nuevo Triunvirato, presidido por Fernando Rodríguez del Toro (el compañero de viaje de Bolívar en Europa, que estaba refugiado en Trinidad desde 1812, después de que perdió una pierna en Valencia en 1811), e integrado también por Francisco Javier Ustáriz y Simón Bolívar, que estaba en campaña en Guayana. Los tres fueron suplidos inmediatamente por Mayz, Zea y Madariaga. Se tomaron medidas inútiles, como designar a Mariño “General en Jefe de los Ejércitos de la república y Jefe de la fuerza armada», con lo que lograba el verdadero poder en tiempos de guerra, salvo por el pequeño detalle de que en realidad no contaba con ejército alguno. El 9 de mayo, hubo las juramentaciones de rigor y el llamado “Congreso Federal” entró en receso permanente. El Triunvirato (Mayz, Zea y Madariaga) se trasladó a Margarita, que pasó a llamarse Nueva Esparta, y Mariño, como “General en Jefe de los Ejércitos de la república y Jefe de la fuerza armada», publicó un también inútil manifiesto en el que anunciaba, entre otras cosas, el retorno al gobierno representativo y otras lindezas que no llegaron siquiera a despegar del suelo. Poco después se disolvía también el Triunvirato, que en definitiva no fue acatado por nadie.
El 14 de junio del 17, en carta dirigida a Piar, dice Bolívar entre otras cosas: “El canónigo me ha escrito una larga carta; y, entre otras cosas, me dice que volvía a Jamaica para de allí escribir a Inglaterra a favor de nuestra independencia. Rojas me escribe instándome para que le mande caballos y dándome noticias de Europa. Portugal y España van a declarar la guerra, según las apariencias; pero los portugueses se han apoderado de Buenos Aires y de Montevideo. Los americanos no han terminado aún el tratado con España sobre la Florida.
“Una grande expedición que venía para América, se ha detenido por los disturbios de Portugal y España.
“El general Urdaneta me escribe de Cumanacoa: Que ni él, ni Sucre ni las tropas de su mando han querido jurar al gobierno ilegítimo; que, con el parque, marchaban a la cabeza de quinientos fusileros para reunirse a Rojas y ponerse a mis órdenes; que Sucre había ido a Cariaco a obligar a Mariño a reconocer mi autoridad y que, si lo hacía así, vendría también a Maturín con su batallón. Urdaneta asegura que a Mariño no le quedará más que su guardia y se irá con ella a Güiria. Brion me participa la pronta arribada de Mac-Gregor con siete buques mayores cargados de armas y municiones, procedentes de Baltimore, que vienen a incorporarse con Brion y con nosotros. Una embarcación danesa ha venido a tratar con Brion sobre relaciones amicales y de gobierno.”
Parece claro que no estaba demasiado preocupado por aquel intento, definitivamente inútil, de quitarle el poder.
También en esos días, el 7 de mayo de ese año de 1817, fue la matanza de los frailes catalanes, capuchinos, detenidos en el convento de San Ramón de Caruachi desde que fueron tomadas las Misiones por los patriotas. Es algo que nadie ha sabido explicar y que no le hizo ningún bien a la causa ni a la figura histórica de Bolívar.
Y, por último, 1817 fue el año del fusilamiento de Piar, cuya única justificación posible es el hecho de que a Bolívar debe haberle horrorizado la perspectiva de que se volviera a plantear la famosa “guerra de colores” que tanto daño hizo a los patriotas durante la Primera República. Sucre no participó en absoluto en ese capítulo nada claro.
Parece claro que Bolívar debió hacer, en cabeza de Piar, un escarmiento para evitar que otros se le alzaran y, sobre todo, para impedir que se volviera a la absurda guerra social, o “guerra de colores”, como se llamaba entonces. El Libertador hizo varios intentos para que Piar volviera al redil, pero el curazoleño había visto de tal manera rebajada su condición que insistió en no hacerlo. El proceso propiamente dicho se inició el 24 de julio de 1817, cuando Manuel Valdés, Pedro León Torres, José Antonio Anzoátegui, Manuel Manrique, Carlos Soublette y otros oficiales, en vista de la actitud de Piar, en Junta de Guerra proclamaron a Bolívar, en San Miguel, Jefe Supremo de la República. Piar, enterado el 25 de que había en su contra orden de arresto, se fugó hacia Maturín el 26. Días después, el 5 de agosto de 1817 Bolívar lanzó un “Manifiesto a los pueblos de Venezuela” en el que denunciaba a Piar como conspirador contra el sistema “de igualdad, libertad e independencia” y se refería al origen del acusado: “Engreído el general Piar de pertenecer a una familia noble de Tenerife, ¡¡¡qué horrible escándalo!!!, negaba conocer el infeliz seno que había llevado este aborto en sus entrañas. Tan nefando en su desnaturalizada ingratitud, ultrajaba a la misma madre de quien había recibido la vida, por el solo motivo de no ser respetable mujer del color claro que él había heredado de su padre. Quien no supo amar, servir y respetar a los autores de sus días, no podía someterse al deber de ciudadano y menos aún al más riguroso de todos, el militar. (…) El general Piar ha tenido como timbre la genealogía de su padre y ha llegado su impudencia hasta el punto de pretender no sólo ser noble sino aun descendiente de un Príncipe de Portugal (entre sus papeles existe ese documento).” Piar fue apresado en Aragua de Maturín por Manuel Cedeño, que lo trasladó a Angostura, y el Consejo de Guerra que se le siguió fue especialmente breve, preciso y con resultado decidido de antemano. Bolívar puso al almirante Luis Brion, curazoleño como Piar, a presidirlo. Carlos Soublette, que era pariente de Piar y de Bolívar, actuó como Fiscal, y Fernando Galindo, mantuano de pura cepa y cuñado de Martín Tovar Ponte, actuó como defensor del acusado a pesar de ser su enemigo personal; José Ignacio Pulido, de la oligarquía barinesa, fue el Secretario, y los conjueces, además de Brion, fueron los generales José Antonio Anzoátegui y Pedro León Torres, orientales ambos, así como el coronel José María Carreño, que acompañaría a Bolívar muchos años después en sus últimos momentos, en San Pedro Alejandrino, y los tenientes coroneles Judas Tadeo Piñango, antiguo compañero de estudios y futuro enemigo de Sucre hacia el final de su vida, José de Ucrós y Francisco Conde. El 4 de octubre de 1817 se inició el proceso de instrucción. Los testimonios contra Piar no eran sólidos. Casi todos los testigos contaron lo que le habían oído a Piar o lo que había oído de Piar, en referencia a los caraqueños, que varias veces fueron mencionados como “caraqueñitos”. Todo estaba resuelto anticipadamente.
El 8 de octubre de 1817 Piar negó de plano los cargos y declaró que “no sabía si el ser pardo era la causa de que se le calumniase y vilipendiase; pero que es falso el que convocase ni en público ni en privado a los hombres de color, a la conspiración de que se le acusa, que de nadie ha formado apuntes, que a nadie ha visitado ni hablado, más que con los que han venido a verle, y sobre todo, cómo podía proyectar una conspiración ni solicitar partidarios un hombre que sólo anhelaba por irse y que incesantemente se fatigaba por la consecución de lo que necesitaba para su viaje, y esto no obstante las reiteradas súplicas de Jefes y Oficiales porque no se fuese, a quienes dijo constantemente el confesante, que se iba, que no podía permanecer en un país donde se le había tratado de ladrón, y que se iba en solicitud del General Mariño, y pregunta el confesante ’si el general Mariño es tenido por el jefe de un color contra el otro’ y que, sobre todo, es imposible que pueda haber un solo hombre en su presencia que le sostenga que lo ha convocado para el aniquilamiento de los hombres blancos ni para la destrucción del actual Gobierno, a menos que sea un enemigo del confesante y que haya jurado su muerte».(Rodríguez, Manuel Alfredo, Bolívar en Guayana, 3ª Edición aumentada, Editorial Cejota, Caracas, Venezuela, 1983).
Sin mayores deliberaciones el tribunal sentenció 15 de octubre. Se condenó a Piar la pena máxima por los delitos de insubordinación, deserción, sedición y conspiración. La sentencia se ejecutó el 16 de octubre de 1817, a las seis de la tarde, en la fachada lateral Oeste de la iglesia mayor de Angostura. Piar estuvo convencido hasta el último momento de que Bolívar no se atrevería a fusilarlo, por lo que al recibir la noticia de labios del capitán José Ignacio Pulido, perdió la compostura por algunos minutos, se arrancó un lente que siempre llevaba colgado del cuello y hasta se tiró al piso gritando y pataleando como un niño. “Nunca creí que mis compañeros me sentenciaran a muerte”, dijo, cuando una enorme tristeza terminó por envolverlo.
Bolívar oyó el fusilamiento, que tuvo lugar a la hora precisa al pie de la torre, en el costado occidental de la catedral, desde “los salones del edificio del Colegio que fue sede del Congreso de Angostura”, y después de la descarga de los fusiles exclamó: “¡He derramado mi sangre!” Poco después, al paso del cadáver, exclamó: “¡Adiós, amigo mío!». Esa culpa le haría cometer varios errores al final de su vida, y la llevaría hasta su último minuto en Santa Marta, porque en verdad, había derramado su sangre. La sangre de un compañero de lucha.
Y todo eso hace más notable el deslinde de Sucre, su decisión, su resolución clara de, “no obstante todo, (…) obedecer ciegamente y con placer a Vd.”
Tres días después del fusilamiento, el 19 de octubre de ese mismo año (1817), desde Angostura, Bolívar le escribió a Sucre, entre otras cosas, lo siguiente:
“Recibí a su tiempo la carta que Vd. me escribió antes de marchar para Maturín, y la he visto con mucho gusto, porque ella contiene ideas y sentimientos que apruebo en sumo grado. No olvidaré jamás las promesas que Vd. me hace, y mucho menos sus deseos de acompañarme en el Occidente. Ofrezco a Vd. que en cuanto Cumaná esté libre de facciosos y enemigos, le llamaré a Vd. a mi lado, y no lo haré como un favor sino como una necesidad, o más bien por satisfacer mi corazón que lo ama a Vd. y conoce su mérito.”
Bien podía estar cerca el encuentro.

Capítulos publicados de EN LOS DÍAS DE SUCRE:
Zaguán de letras. Primera parte
Zaguán de letras, segunda parte
Zaguán de letras, tercera parte
Zaguán de letras, cuarta parte
Zaguán de letras, quinta parte
Zaguán de letras, parte final
1. Los Sucre de Cumaná
2. El niño Sucre
3. Las primeras luces
4. El soldado niño
5. Los pasos primeros
6. El encuentro
Segunda Parte:
El soldado Sucre

7. La Ascensión
8. El deslinde

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