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El difícil salto de la pantalla a la política

En muchos aspectos, la actividad actoral se parece mucho a la política, ya que en ambas se necesita mucha popularidad, además de una constante manipulación de la opinión pública para crear y mantener una imagen adecuada. Obviamente el talento histriónico y la simpatía de un actor no dan ninguna garantía en hacer un gobierno exitoso, por más que conozca los males de una región, sepa hablar bien o tenga buenas intenciones.

(%=Image(3888783,»L»)%) El caso de Arnold Schwarzenegger como virtual candidato a la gobernación de California llama de nuevo la atención hacia la evidente interacción entre ambas profesiones. El ex Mister Universo, de origen austriaco pero ciudadano estadounidense desde 1983, aprovechó la baja aceptación del gobernador Gray Davis en las encuestas (20%) para anotarse en la lista de candidatos alternos en un referendo revocatorio, contando con la ventaja de lo que se denomina allá “name recognition” o popularidad de un hombre. Lo ayuda el hecho de que puede ganar por mayoría relativa, simplemente con superar el porcentaje tanto de Davis (quien por ley debe participar igualmente en la contienda) como de los numerosos candidatos que se presentarán. Sin embargo, por la abundancia de candidatos de la oposición, es probable que Davis retenga su puesto, si recibe el respaldo masivo de los demócratas, máxime cuando hasta ahora nunca se ha revocado el mandato de un gobernador en funciones.

El proyecto llega en buen momento, pues su reciente megafilme “Terminator-3, la rebelión de las máquinas”, está arrasando en las taquillas mundiales y ya ha recaudado $600 millones. Con una extensa filmografía que ha generado más de dos millardos de dólares en recaudaciones globales en tres décadas, el actor de 55 años no tiene problemas financieros para pagar él mismo la campaña que vendrá. Cuenta con su enorme popularidad, que se debe en parte a la imagen de ‘forzudo justiciero’ que logró en la pantalla con las series “Conan el Barbaro” y “Terminator” y en comedias como “Policía del Kinder”. Una mezcla de rudeza y humanidad que gusta a muchos conservadores en un país asolado por el terrorismo y que añora una justicia más severa y expedita, que al menos se evidencia en los guiones cinematográficos. Lo ayuda también el hecho de estar a tono con una administración republicana dominada por los ‘halcones’ de Washington, al haber apoyado abiertamente la invasión de Irak.

(%=Image(4453343,»R»)%) En una onda similar ganó el ‘duro’ Clint Eastwood la alcaldía de Carmel, un poblado en la costa californiana, donde obtuvo en 1986 las tres cuartas partes de los votos, aprovechando la popularidad que le proporcionó en los años 70 el personaje de Harry Callahan, apodado “Harry el sucio”, un policía inescrupuloso pero implacable con los criminales, sin olvidar sus numerosos papeles de sheriff justiciero o investigador privado. Eastwood fue incluso reelecto y administró la ciudad hasta 1990, con el apoyo republicano, partido que siempre ha favorecido una actitud enérgica en materia de seguridad y defensa.

(%=Image(5956547,»L»)%) En un estado donde está ubicada la meca del cine, no se puede olvidar que un actor popular como Ronald Reagan –protagonista de cintas con aire patriótico y líder del gremio de actores- estuvo ocho años como Gobernador de California, hecho que le sirvió de trampolín para aspirar varias veces a la presidencia del país, lográndolo finalmente al destronar –aún con el handicap de sus 70 años- a un blandengue Jimmy Carter en 1980 y estar en el poder durante dos períodos, imponiendo a su vicepresidente, Bush senior, para el siguiente período. Aunque para muchos no fue un estadista y se le critica su fracasada intervención en Líbano, la invasión de Granada y luego su controvertido apoyo a los ‘contra’ nicaragüenses, se le recuerda como un presidente medianamente eficaz, pero muy simpático y campechano que supo usar bien a los medios, transmitiendo con cierto talento su mensaje nacionalista. Hasta se le concede parte del crédito por la derrota del imperio soviético en la guerra fría, gracias a su decisivo despliegue militarista.

Los casos de Eastwood y Reagan no son excepcionales, pues otros artistas de Hollywood han incursionado en la política con diversos grados de éxito. El cantautor Sonny Bono, esposo entonces de la luminaria Cher, fue brevemente alcalde de la ciudad de Palm Springs, próxima Los Angeles y Fred Grandy –el oficial de la serie “El bote del amor”- fue congresista por el estado de Iowa, mientras Jesse Ventura, otro actor-fisioculturista como Schwarzenegger, fue primero alcalde de una aldea y luego gobernador de Minnesota, apoyado por el partido reformista -con una plataforma basada en su honestidad a toda prueba- y hasta se le consideró para la contienda presidencial, proyecto que no intentó por no tener el respaldo de un partido nacional. Recientemente, el sesentón liberal Warren Beatty, hizo un intento fútil para ser candidato por el partido demócrata en la pasada elección presidencial.

Pero en el medio artístico siempre han predominado los liberales, que generalmente apoyan al partido demócrata y se oponen a las guerras, siendo numerosos los actores que han hecho campaña por causas pacifistas. El caso más notorio fue el de Jane Fonda a fines de los 60, quien abogó por el fin de la guerra de Vietnam, y recientemente vimos a Barbra Streisand, Robert Redford, Susan Sarandon, Sean Penn y Martin Sheen, protestando contra la guerra en Irak, aún arriesgando críticas en los medios y una velada discriminación en círculos conservadores. El caso de Sheen es interesante por cuanto interpreta a un hábil y carismático presidente en la serie televisiva “West Wing”, y en una encuesta la mayoría opinó que votarían por él si se lanzaba a la presidencia, confundiendo su convincente actuación fílmica con el talento político, algo muy común por cuanto el cine es –en el fondo- una fábrica de ilusiones que distorsiona deliberadamente la realidad, ajustándola a los deseos del público espectador.

También en otros países hubo fenómenos similares. En Francia el actor izquierdista Yves Montand por poco se convierte en candidato a la presidencia en los años 70, después de personificar a políticos honestos en películas que condenaban a regímenes militaristas, mientras que en Grecia la actriz Melina Mercouri llegó a ser ministra de la cultura. En India hay actualmente dos ex luminarias de la llamada ‘Bollywood’ (la Hollywood de Bombay o Mumbay) en el gabinete y tres populares actrices fueron electas al Parlamento, fenómeno éste que se repitió en el vecino Pakistán. Pero en Filipinas, Joseph Estrada –un popular galán de telenovelas que llegó a la presidencia- hizo un gobierno desastroso y finalmente fue condenado por peculado y enviado a la cárcel. En Panamá es muy conocido el caso de Rubén Blades, quien se lanzó a la presidencia en 1994, perdiendo ante Balladares, pero siguió activo en la política apoyando a candidatos populistas.

Aquí en Venezuela tuvimos también algunos ejemplos en que de la farándula se pasó al mundo político, como los casos de la modelo Irene Sáez y la actriz Yvonne Attas en las alcaldías de Chacao y Baruta. La primera progresó primero hacia una candidatura presidencial y finalmente llegó a la gobernadora de Nueva Esparta. Asimismo, se recuerda el triste destino del animador-productor de televisión Renny Ottolina, que quizás hubiera llegado muy lejos de no desaparecer en un oscuro accidente de aviación, aunque se cree que difícilmente hubiera podido hacer un buen papel como independiente en el intrigante ámbito de la política venezolana.

Actualmente, Orlando Urdaneta, con una exitosa carrera de tres décadas en el cine y la tv -y ahora como conductor de un programa de opinión- afirma “estar disponible, si lo llegaran a necesitar” para la próxima contienda política. Curiosamente, la misma declaración la hace Schwarzenegger en California, esperando ser el candidato republicano, aún sin un programa concreto de gobierno y apoyado solamente en su popularidad. Pero para ambos, y como usualmente sucede, quizás sea mucho más difícil gobernar que ganar una elección, especialmente con el enorme déficit presupuestario y los complejos problemas sociales que heredarán de sus predecesores.

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