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El entierro

Hoy el asunto no resulta tan fácil, se debe optar entre la cremación o la sepultura. La cremación, recordemos, tiene lugar en el llamado crematorio, consiste de uno o más hornos y utilería para el manejo de las cenizas. Un horno de cremación es un horno industrial capaz de alcanzar altas temperaturas (de aproximadamente 870 a 980 °C), con modificaciones especiales para asegurar la eficiente desintegración del cuerpo. Una de esas modificaciones consiste en dirigir las llamas al torso del cuerpo, en donde reside la principal masa corporal. Afortunadamente para los católicos, en 1963 el papa Paulo VI levantó la prohibición de la cremación, y en 1966, se permitió a los sacerdotes católicos la posibilidad de oficiar en ceremonias de cremación.  La sepultura, por su parte, es el lugar donde se entierra a una persona o animal tras su muerte, generalmente se agrupan en un cementerio y su ubicación esta señalada por una lápida.

En el caso de la cremación, el asunto es más sencillo para los sufridos deudos: se reduce a esparcir las cenizas en algún lugar predeterminado por el difunto: puede ser la Muralla China, el cauce del río Éufrates o del Tigris, la playa de Varadero o la Altiplanicie boliviana. En estos casos, de lo que se trata es del tamaño de la caravana aérea, si todos caben en el avión de la familia o hay que pedir prestadas otras aeronaves al tío y al abuelo.   Hay deudos que reciben instrucciones precisas para que las cenizas de marras no sean esparcidas en la Casa Blanca, en el Hudson, en la sede del FMI o de la OMC.

El entierro puede ser más complicado, sobre todo si se trata de un hombre público de realizaciones patrias e internacionales de largo alcance: un cementerio le puede quedar pequeño al interfecto, quizás sea mejor incluir en los planes de obras públicas la construcción de un camposanto para él solo, a fin que no “conviva” con enemigos o adversarios.

Otro aspecto a considerar es la llegada y salida de tanta gente importante que vendrá de todos los confines a dar el pésame, no alcanzarán las casas de MAR en la ciudad ni los hoteles bolivarianos o capitalistas; la familia – las mujeres del difunto sobre todo – deben elegir el vestuario entre los trajes de diseñador que poseen y las joyas que portarán que por discretas, no dejarán de llamar la atención de alguna gobernanta empresaria sureña. Para el perraje tricontinental no habrá problema, como si fueran damnificados nacionales, se les aplicará la Misión Vivienda: carpa con ellos.

En fin, suponemos que dada la importancia de fallecido no habrá cripta sino mausoleo, que el cadáver no será enterrado sino embalsamado, y permanecerá a la vista de todos para ser admirado y venerado como lo fue en vida, tal como los  soviéticos hicieron, por ejemplo, con su Vladímir llich Uliánov.

 Lo que si planteará problemas es el texto de la placa sita al lado de la urna del notable difunto: ya muchos de sus allegados se pelean por ver quien redacta con temor, culillo y prevención el texto más laudatorio, elogioso, lisonjero, servil, encomiástico, zalamero, que adulador haya  escrito… no vaya a ser que el carajo de verdad sea inmortal y regrese del más allá a seguir jodiéndonos la paciencia.

 

 

 

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