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El fabricante de peinetas

Es bien conocido, gracias a la biografía La criolla principal(Caracas: Fundación Bigott,2003. 164 p.) que sobre María Antonia Bolívar  Palacios(1777-1842) escribió Inés Quintero(1955) que ella fue persona de intensa vida íntima. Al investigar sobre su vida Inés Quintero se encontró con los testimonios de su vivir íntimo. Tales hechos nos muestran un rostro más humano en María Antonia, que esta historiadora, como estudiosa de la vida cotidiana que es, supo pesquisar bien.

De hecho en sus romances María Antonia tuvo varios hijos naturales estando casada, de dos de ellas tenemos noticias ciertas. La primera de estas hijas expósitas, adulterinas y bastardas, como se decía entonces, al igual que una segunda, a las que nos referiremos, las sostuvo económicamente.  La primera la tuvo con don Felipe Martínez, Oidor de la Real Audiencia de Caracas, en 1806. A la muerte de María Antonia una persona llamada Trinidad Soto reclamó en los tribunales la herencia por ser hija de María Antonia y de Felipe Martínez le correspondía. La petición hecha ante la autoridad fue pagada. La segunda de estas hijas fue Josefa Cabrera, de quien también se ocupó la insigne goda.

Más escandaloso, pues hubo un juicio público, fue el romance que María Antonia tuvo, cuando se acercaba a los sesenta años, con José Ignacio Padrón(1814), lo cual nos indica que fue mujer de intensa vida sexual. Al joven amante María Antonia lo llegó a acusar ante los tribunales de haberle robado 10.000 pesos, este  para defenderse, hizo públicas las cartas de amor que María Antonia le había remitido. Sir Robert Ker Porter dio noticias del hecho(Diario de diplomático británico en Venezuela. Caracas: Fundación Polar,1997,p.775-776).

Cuando leímos en La criolla principal las noticias que hemos consignado, interesado como siempre hemos estado de la historia de la mujer en Venezuela, creímos que podíamos dejar tranquila a María Antonia en su cama y en su alcoba.

Sin embargo, resulta que Inés Quintero, con su acucia singular, siguió tras su pesquisa y ha logrado hallar la documentación necesaria sobre el romance de la mantuana con el joven José Ignacio Padrón, cosa que trata en su libro El fabricante de peinetas (Caracas:Alfa,2011.223 p.) a donde podemos seguir la peripecia del romance y hallar a María Antonia en medio de su despecho cuando José Ignacio Padrón la dejó, momento en que ella, en el extremo de la aflicción amorosa y sexual, inventó acusarlo de haberle robado 10.000 pesos, cantidad muy grande en aquella época. Hurto que no logró probar, pese al escándalo armado en los tribunales, rapiña que seguramente nunca cometió José Ignacio y que a la vista de lo que hallamos en El fabricante de peinetas comprendemos que fue un invento de la propia María Antonia, deprimida por el abandono y llena de celos por perder a aquel hombre de su lecho. Le sucedió a nuestra dama lo que les sucede a las muchas mujeres que por tratar de conservar a un hombre como sea pierden la dignidad y pierden al hombre, según la magnífica frase de nuestra escritora Ángela Zago. Y eso ha sido desde que el hombre y la mujer están en la tierra. Y ello porque como decía un gran conocedor del amor, el gran Sthendhal(1783-1842), “las pasiones son caprichosas” y porque en el fondo la sexualidad manda en nuestras vidas y en nuestras pieles. De hecho la influencia del sexo en la historia es fundamental, piénsese sino, por ejemplo, en Enrique VIII(1491-1547), el monarca inglés del siglo XVI, quien por el inmenso atractivo y sensualidad de Ana Bolena(c1507-1536), quien por cierto tenía cinco dedos en una de sus manos, alteró la vida de la cristiandad, para obtener el divorcio, a como diera lugar, porque la jovencita le puso como una condición: no haría el amor con él hasta que no se separara de su esposa. Pero este, años más tarde, fascinado por Jane Seymour, acusó a Ana Bolena de adulterio y la mandó a la ahorca para poder estar con la Seymour:¡y,sin embargo, hay quien duda del poder de la sexualidad en la vida humana.

Parte más que interesante en El fabricante de peinetas es mostrarnos un hecho, un suceso de la vida cotidiana caraqueña del período, ahora sabemos que en su registro el cónsul Ker Porter fue veraz, no era aquel un chisme callejero. Además el inglés lo consignó en un recuento íntimo, personal, como lo es todo diario, escrito en inglés, y que pasó más de un siglo para ser editado, desde que hizo la última anotación en tierra venezolana, en Puerto Cabello, el domingo 7 de Febrero de 1841. El Diario no fue impreso, todavía en inglés, por Walter Dupouy(1906-1978), sino ciento veinte y cinco años después(Caraca´s diary,1825-1842, a british diplomat in the newborn nation. Prologue: Augusto Mijares. Caracas: Editorial Arte,1966.CXII,1055 p.), y solo traducido al castellano ciento cincuenta y seis años después de haber sido cerrado, en la versión de Teodosio Leal que antes hemos citado. El Diario de sir Robert siempre será, esto se comprueba ahora en el punto que trata Inés Quintero, fiel documento de la vida venezolana durante los diez y seis años en que el diplomático lo redactó.

Y todo el conjunto de lo que leemos en El fabricante de peinetas cobra especial valor si lo apreciamos en su justo sentido, no en el escándalo de aquella mujer de la alta sociedad caraqueña, de cincuenta y nueve años quien tuvo intenso romance con un joven de veinte y dos, sino más allá, como un suceder de la historia de la vida cotidiana. Y lo decimos porque, así no se hayan hecho públicos, sin duda hubo otras relaciones en la Caracas de la época entre mujeres mayores, seres de sexualidad viviente, con hombres más jóvenes que ellas.

Todos los detalles del intenso romance entre la hermana de Bolívar y  José Ignacio Padrón que aparece tratado en El fabricante de peinetas ha sido estudiado, en base a la documentación, a los expedientes judiciales que guarda el Archivo General de la Nación por Inés Quintero, asunto que ya había advertido el documentalista don Manuel Landaeta Rosales(1847-1920), en papeles aun conservados en su archivo, rica mina de datos históricos, que custodia la Academia Nacional de la Historia. Las cartas íntimas de ella a Padrón se reproducen en El fabricante de peinetas, pueden leerse además en el libro en sus originales manuscritos en los cuales se puede ver los fuertes trazos de la escritura de María Antonia, asunto que podría tentar a un buen grafólogo, sería la revelación de la psicología de aquella dama, que sentimos tan compleja(p.177-216). El estudio, repetimos, corrobora la exactitud de las observaciones que sir Robert Ker Porter consignó en su Diario.

 

LA HISTORIA SEXUAL DE LOS VENEZOLANOS

 

Si asuntos personales, como este de María Antonia Bolívar, llaman aun hoy tanto la atención ello se debe que aun no se ha hecho, cosa que urge, la historia sexual de los venezolanos y las venezolanas. Desde luego tenemos el Diario(1771-1792) de don Francisco de Miranda(1750-1816), el primer venezolano en consignar por escrito todos los detalles de su rica vida sexual. Existen algunas otras historias pesquisadas por los estudiosos de la historia de nuestra vida cotidiana, como uno fielmente reconstruido por Dora Dávila sobre Josefa Lovera Otañez y Bolívar, una ascendiente de quien esto escribe, como todos los Lovera Otañez(“Se tiraban fuertemente al honor” en Varios Autores: Quimeras de amor, honor y pecado en el siglo XVIII venezolano. Caracas: Plantena, 1994 ,p.65-100). Fue aquella Josefa mujer de activa vida sexual, se escapaba por los muros de su casa para irse a encontrar con su amante. Y, pese a su pasión, llegó a embarazarse de su secreto enamorado, no se usaban en la Caracas del siglo XVIII los condones que ya existían, como nos lo indican testimonios europeos de la misma época que hemos podido leer. Tal fue el vivir de Josefa que fue demandada en divorcio por su esposo Martín Xerez de Aristiguieta. Por cierto que el divorcio existía, hubo varias mujeres divorciadas ya en aquellos años. Desde luego no existía el divorcio civil, establecido en nuestro país en 1904, sino el eclesiástico. Otra historia que conocemos, con bastante nitidez, es la de Belén Jerez de Aristiguieta Blanco(1765-1850), una de las Nueve Musas, a quien se atribuye la maternidad de dos próceres, Manuel Piar(1774-1817) y José Felix Blanco(1782-1872). También conocemos bien hoy en día las ordalías sexuales de don Juan Vicente Bolívar y Ponte(1726-1783) en San Mateo, acciones que corresponden a lo que hoy conocemos como actos de acoso sexual.

Son estas, algunas de las noticias sobre la vida íntima que habrá que anotar en la futura historia de la vida sexual venezolana. Que Caracas fue ciudad de mucha actividad en este campo, lo sabemos, al menos desde los escándalos de los días del obispo fray Mauro de Tovar, en el siglo XVII. Además,nuestra literatura, no es casual, está cargada de sexualidad.

En el caso de El fabricante de peinetas Inés Quintero ofrece un nuevo jalón de ese recuento. Pero dados los testimonios que recabó en la documentación que tuvo a la vista nos lo hace ver en su lado más humano, gracias a sus registros personales que se han salvado de la destrucción de tiempo. Podemos observar lo que sintió una mujer cuando aquel amor apasionado se le terminó, podemos comprender en este libro como siempre la sexualidad se sitúa más allá de las normas, así sean estas muy fuertes, pues siempre los amantes rompen con todo, pasan por encima de todo, “pisotean las leyes sociales” como Octavio Paz(1914-1998) escribió(Corriente alterna.2ª.ed.México: Siglo XXI Editores,1968,p.150) porque el amor siempre es un acto de rebeldía. Así El fabricante de peinetas nos permite comprender lo que es el amor, de lo que se siente mientras se vive y el dolor que implica su final, sobre todo si se mezcla en aquello celos, emoción natural en aquel, hombre o mujer, que ama al otro.

Así con El fabricante de peinetas en la mano comprendemos que estamos ante una historia “referida a la vida afectiva, las emociones, necesidades, expectativas y carencias de estos dos venezolanos tan distintos”(p.170) como lo fueron María Antonia Bolívar y José Ignacio Padrón.

Para presentar aquel romance la autora traza al panorama de la época, al menos desde 1814, nos muestra quien fue José Ignacio Padrón Higuera y la vida de María Antonia Bolívar en el período, sobre todo desde que ella denunció el robo hasta la sentencia, en la cual él fue absuelto de la acusación y luego hasta 1842, fecha de la muerte de ella. Hasta qué año vivió José Ignacio no logró averiguarlo la historiadora.

José Ignacio era un hijo de familia, su madre había recibido educación, sabía leer y escribir, aprendizaje que también hizo también el hijo, pese a haber crecido este en los años terribles de la guerra, tenía siete años el día de la batalla de Carabobo, nueve el día de la toma de Puerto Cabello, final del período bélico en nuestro país, diez el año de la batalla de Ayacucho trabajador.  Primero fue empleado de la Renta del Tabaco, a donde laboró hasta su abolición en 1833, y más tarde se abrió camino por si mismo trabajando en la fabricación de peinetas.

José Ignacio era persona de buena presencia, “alto, delgado, de nariz chata, color amarillento, pelo crespo y sin barba”(p.37), según se le describió en las actas del juicio que le hizo seguir María Antonia. O más bien,  “peinetero, joven, educado, fuerte, bien dispuesto”(p.169) como anota Inés Quintero.

Es posible, conjetura la autora, que fue trabajando como peinetero donde conoció a María Antonia. O que se hallan topado en El Empedrado, en La Vega, en donde él vivía y ella tenía una casa de descanso.

Entre Febrero y Marzo de 1835 José Ignacio comenzó a trabajar para María Antonia. Eso lo hizo durante cuatro meses, después surgió un “convenio privado” entre los dos, eufemismo que arropaba la relación íntima que comenzaron a tener. Entonces también  el dinero de ella comenzó a andar entre los dos. Y fue por los peculios, pero no solo por aquello como veremos, solo llegó a deberle 300 pesos, que la pareja entró en crisis, las cartas que él le envió, correctamente redactadas dan fue de ello(p.32 y 33). Y mas bien el abandonó de él por otra mujer, precipitó todo.

Por mucho tiempo se llegó a pensar que la historia de aquella relación  parecía un chisme callejero de la Caracas de 1836. Ahora se transforma en las manos de Inés Quintero, y gracias a las pistas de la historiadora Arlene Díaz, primera en examinar el expediente, en una historia sólidamente documentada gracias a los documentos del juicio conservados en nuestro principal repositorio documental.

Quizá habría que comenzar por donde no se comenzaba en aquella época: por el vivir de la sexualidad, lo más natural en todo hombre y en toda mujer, es allí en donde está la entraña de este suceso, en la atracción entre ambos, en el amor que surgió, inclinación muy fuerte en María Antonia.

Todo comenzó con el encuentro entre una mujer, ya edad, pero quien para nada había renunciado a llevar vida sexual activa, como por lo demás siempre había sido en su vida, y un joven de 22 años llamado José Ignacio Padrón Higuera de quien tras el juicio, en 1838, se pierden sus huellas.

El conflicto comenzó cuando se dijo que el 19 de Abril de 1836 José Ignacio había efectuado un robo en la casa de María Antonia, situada en el número 19 de la esquina de Sociedad.

El 30 de Julio de 1836 en la Gaceta de Venezuela María Antonia Bolívar ofreció 2000 pesos a la persona que la ayudara a descubrir el ladrón que le había robado 10.000 pesos de su casa caraqueña de situada la esquina de Sociedad.

Así el 8 de Septiembre de 1836 ella denunció el robo ante los tribunales(p.39), acusó a José Ignacio de haberlo hecho y pidió se iniciara el juicio contra él.

Al día siguiente, el 9 de Septiembre, José Ignacio fue detenido como consecuencia de la denuncia hecha por María Antonia de haberle robado 10.000 pesos. Comenzó entonces el juicio.

La experticia realizada demostró que él era un hombre de recursos bastante modestos, dueño de una pequeña posada, con pocas pertenencias, “con algunas prendas de vestir, muchas de ellas gastadas. No hay ni siquiera calzado en el inventario, salvo que el que debía llevar consigo. Los objetos de mayor lujos son dos relojes de plata, las piecitas de oro, la espuelas de plata, la guitarra, la mula y los dos criados”(p.37).

Pese a ello cuando el 11 de Septiembre se preguntó a María Antonia si se constituía en acusadora, “Su respuesta fue negativa; debía el tribunal, con los datos suministrados por ella, dar seguimiento a la causa”(p.40). Fue entonces forzada a hacer la denuncia, “Si lograba su cometido, José Ignacio Padrón recibiría 100 latigazos, sería sometido a escarnio público amarrado a una argolla con un letrero que decía “Por ladrón”, lo encerrarían ocho años en la cárcel y, como si esto no fuera suficiente, quedaría endeudado con ella por 10.000 pesos, los cuales tendría que pagarle hasta el último centavo”(p.46-47).

Inés Quintero analizó todos las denuncias por robos coetáneos, sus expedientes están en los archivos, y ninguna de las que pudo ver llegaban a los 4000 pesos, menos una de 5445 pesos, hurto en el cual habían también algunas alhajas de la propia María Antonia Bolívar(p.57). De allí no pasaron las cantidades sustraídas en aquellos días. Otro robo era la sustracción de tres tomos de la Enciclopedia Británica hurtada al doctor Cristóbal Mendoza, que no es ex presidente, como dice la autora(p.47), ya que al prócer había muerto en 1829, sino su hijo del mismo nombre y apellido. La denuncia de Mendoza fue muy propia del hombre de libros, del profesor universitario que fue Mendoza.

En medio de esto el viernes  21 de Octubre el cónsul Ker Porter anotó el suceso en su Diario.

Fue aquel mismo día que María Antonia Bolívar denunció que le habían robado 10.000 pesos. Fueron citados numerosos testigos a favor de María Antonia, todos personas de su servicio o trabajadores, gente sencilla, un pulpero, un tendero, un dependiente de una panadería. Ninguna persona de su familia, ni su hermana Juana, ni su cuñada Josefa María Tinoco, ni sus hijos, ni sus sobrinas, ni su sobrino político el general José Laurencio Silva(1791-1873), el otro Pedro Briceño Méndez(c1792-1835) había muerto, exilado en Curazao, el año anterior. Tampoco sus amistades estuvieron presentes en el juicio para responder en favor de ella(p.77). Ni siquiera alegó en su favor su amiga Belén Aristiguieta, la mujer caraqueña más liberada sexualmente de la época.

Ante el fuerte asedio de María Antonia no le quedó a José Ignacio otro recurso que presentar en el tribunal, para defenderse, las cartas de amor que María Antonia le había remitido(p.108-114). Pueden leerse en el libro que comentamos.

Las cartas de María Antonia constituyen una fehaciente prueba de aquella relación, no queda duda del amor que tuvo por José Ignacio al repasar sus renglones. Sus declaraciones son las propias de una enamorada: “soy feliz para siempre y no tema usted nada de mi…Soy siempre de usted servidora y muy feliz”(p.108), se lee en la primera; en la segunda, aunque le dice preferir que no viva en su casa(p.108) le dice: “Yo soy siempre su amiga y le protegeré siempre que lo crea en necesidad, pero no juegue que me desconsuela mucho”(p.109). Pero al parecer pronto aparecen los celos, naturales en quien ama, al saber que hay otra en la vida de José Ignacio. Por ello lo llama “calavera” en la treceava carta(p.113).

María Antonia, desde luego, fue llamada a declarar en el juicio el 4 de Octubre: lo negó todo, hasta el haber escrito las misivas. Quedó muy mal, no se dio cuenta aquel día que ella misma no podía seguir siendo la “poderosa y arrogante”(p.157) que siempre había sido, los tiempos había cambiado. Vivíamos en una sociedad democrática en la que todos tenían derechos. El mantuanaje había desaparecido con la guerra. Soplaban otros aires. De hecho ella no pudo probar que el robo había sido efectuado.

Y volviendo al juicio hay que tener en cuenta que “Un robo como el denunciado por María Antonia Bolívar no era un delito común para la época; se trataba de un episodio excepcional, ya que constituía una cantidad de dinero enorme, con la cual podía comprarse hasta un trapiche”(p.47).

Al día siguiente de la denuncia, “Juan Bautista Carreño inicia la causa por injuria contra María Antonia Bolívar. Su propósito es demostrar que José Ignacio Padrón es un hombre honrado, que ha vivido honestamente de su trabajo como peinetero, que ha dispuesto de recursos suficientes para atender sus gastos y sus negocios mucho antes de que ocurriera el hurto y que numerosas personas pueden dar cuenta de que lo conocen como un hombre de bien”(p.81). El “recurso de mayor contundencia con el que cuenta la defensa para comprobar la inocencia de Padrón es demostrar que existía un vinculo afectivo entre María Antonia Bolívar y el acusado. Para ello cuenta con la palabra de José Ignacio Padrón y con las cartas que le escribió María Antonia, guardadas celosamente por él y entregadas al abogado para que fuesen exhibidas en el tribunal, como parte de la defensa a la hora de confirmar su inocencia”(p.97).

Al declarar José Ignacio dejó claro “tres puntos: primero, que él no se robó los 10.000 pesos; segundo, que si conocía la casa y la señora Bolívar porque había sido su dependiente; y tercero, que entre la señora Bolívar y él había un convenio privado, lo cual explicaba sus entradas y salidas de la casa donde ocurrió el hurto”(p.99). Aquí, ya los hemos indicado, “convenio privado”(p.99) quiere decir romance, relación afectiva; y por si faltara poco hay también la información que había roto la ventana de la casa de ella para entrar por ella mientras vivían apasionadamente su romance, así no llamaba la atención de quienes estuvieran en la casa y pasaba directamente a la habitación en donde María Antonia lo esperaba.

Por ello apunta Inés Quintero que “La pieza fuerte del interrogatorio, el dato fundamental de la causa, la clave esencial del episodio, es la confesión de José Ignacio Padrón sobre la existencia de un convenio privado entre la señora María Antonia Bolívar y su persona. El joven Padrón, peinetero y posadero, de 22 años, había mantenido una relación personal, íntima, privada y secreta durante varios meses con la señora Bolívar, de 57 años, dueña de la casa de la esquina de Sociedad, viuda, blanca, criolla y principal, propietaria de una considerable fortuna y, además, hermana mayor de Simón Bolívar, el Libertador”(p.106-107).

Al ser presentadas las cartas íntimas en el juicio, como única forma de alegar a su favor, estas “dejaron de ser parte de un intercambio epistolar personal para convertirse en documentos públicos al servicio de la historia”(p.114).

Pero los alegatos a favor de José Ignacio fueron claros: “La defensa no está con rodeos. Juan Bautista Carreño va directo al grano: María Antonia Bolívar mintió cuando dijo que le habían robado 10.000 pesos; María Antonia Bolívar tenía una relación íntima con José Ignacio Padrón; María Antonia Bolívar inventó el robo para perjudicar a José Ignacio Padrón por celos y porque este ya no respondía a sus requerimientos amorosos. Ni más ni menos”(p.120).

En medio de ello “María Antonia se mantiene imperturbable”(p.121. Subrayado de la autora).

Y cuando la acusadora es interrogada, llama “poderosamente la atención su reacción frente a las preguntas del abogado. La situación es visible y ostensiblemente comprometedora. Allí estaban las cartas, los testigos; todo la dejaba en evidencia. Sin embargo, lo niega…no podía hacer otra cosa; tenía que decir que todo aquello era mentira; negarlo todo desde el principio hasta el fin”(p.132).

Desarrollado el juicio, José Ignacio fue declarado inocente y quedó en libertad el 17 de Octubre. La sentencia fue ratificada, escuchada las apelaciones, por la Corte Superior de Justicia dos años mas tarde(Julio 27,1838).

María Antonia, desde luego, perdió el juicio, se demostró que había mentido en su desesperación por haber perdido a José Ignacio. Hasta se hizo verdad algo que se lee en una de las cartas que le envió a su amante: “Mire que el diablo le arranca la lengua a los embusteros””(p.112): ello terminó sucediéndole a ella.

Pese a todo, después de haber perdido el juicio, después de haber sido proclamado inocente José Ignacio la dama de marras todavía se atrevió a enviarle una carta(Noviembre 6) cobrándole 300 pesos que le debía.

Pero aun más, el 20 de Diciembre, le vuelve a escribir, esta vez lo envió un poema donde le declara su amor, una composición que de hecho no desentona dentro de la poesía venezolana de aquella época, bien escrito(p.152-154). Es un poema lleno de despecho, con él se podría componer un buen bolero. Entre sus versos se lee: “Ignacio, no me es posible/aunque me siento agraviada/verte un instante borrado de mi corazón sensible”; en otro verso leemos: “Tu conducta ingrata viera” y en otra línea “A mi amistad fina y leal,/Pues yo no encuentro qué mal/te haya hecho en mi conciencia” y sigue: “No quiero, no, recordar/Cuánto me has hecho sufrir”. Es decir, que María Antonia ama plenamente a José Ignacio, por ese amor ha armado este revuelo, lo que llamamos un zaperoco, lo ha acusado de un delito que no cometió pero pese a todo lo desea, no sabe como vivir sin su presencia. Es la confesión propia de todo enamorado, hombre o mujer, que no desea perder el ser que ama, que teme con miedo su desaparición de su vida, el adiós. Y María Antonia con su pasión y deseo pleno lo confiesa sin pena, su autenticidad en el poema es conmovedora, leyéndolo tocamos su alma, sentimos que proclama su deseo sexual pleno. El poema lo conocemos porque fue a dar al expediente judicial en donde lo encontró la historiadora. Por ello anota: “En estos versos no hay arrogancia, no hay petulancia, tampoco soberbia; sí tristeza, nostalgia, recuerdos, deseos de contar con su amistad y también reclamos; se siente herida por su abandono, por su traición, por su ingratitud, por su maltrato, pero no puede olvidarlo ni prescindir de su amistad”(p.154).

En esto de escribir poemas no se debe olvidar que María Antonia los hacía desde tiempo atrás. Existe una carta a su famoso hermano en que se lo dice. En ella se lee: “Te remito esos versos para que veas que ya soy poeta”, según misiva hallada por Vicente Lecuna(“Cartas dirigidas a Bolívar” en Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, n/ 62,1933,p.267). Estos poemas se perdieron pero quedó su testimonio que ahora se corrobora en el poema que descubierto por Inés Quintero. Podemos titularlo con su primer verso: “Ignacio, no me es posible”.

Y, pese a ello, en una última carta, escrita después del poema, lo vuelve a insultar, como lo hacen los enamorados desesperados, “Al fin se acabará lo que no tiene remedio, en verso y en prosa me he quejado y nada he sacado…Bien puede Ud. emplear su tiempo en otra parte, que hoy nada quiero por fuerza y mucho menos que la Santísima Trinidad tenga que traerlo por los cabellos…vaya a cortejar a quien quiera…siga usted con su sistema calavera”(p.154). Y, en su agonía, hasta invoca a la Santísima Trinidad, la devoción familiar de los Bolívar, no se olvide que así se llama la capilla catedralicia que por privilegio canónico sostenían los Bolívar Palacios.

 

LA CONDICION DE LA MUJER ENTONCES

 

En verdad, María Antonia, como en su día Josefa Lovera Otañez y Bolívar, o la propia Belen Aristiguieta, pusieron por encima de las normas, tan represivas  entonces con las mujeres, los goces del amor.

Pese a ello Inés Quintero repasa esas normas. Escribe: “La condición jurídica de la mujer, para ese entonces, no le otorgaba ningún tipo de derechos ni consideraciones…establecían la sujeción de la mujer a los hombres, a la autoridad masculina…los derechos civiles de las mujeres eran bastantes limitados, por no decir casi nulos…Los derechos políticos de las mujeres, sencillamente, ni siquiera estaban contemplados: los asuntos públicos y de Estado no eran materia de su incumbencia”(p.133). Y sigue: “De acuerdo a los cánones morales de la época, resultaba absolutamente condenable, impropio, inaceptable que una dama de su edad, estado civil y condición social estuviese en tratos amorosos con un hombre de inferior calidad y ostensiblemente menor que ella”(p.134).

Cuatro años después, a los sesenta y cinco años, murió María Antonia en Caracas, en su casa de la esquina de Sociedad(Octubre 7,1842). Vivió aquellos años finales de su vida, como dice Inés Quintero, “sola, triste y desamparada”(p.159).

 

Noviembre 7,2011.

 

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