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El fracaso de Las lanzas coloradas

En 1930 un joven escritor venezolano que acababa de radicarse en París y se había hecho muy amigo del cubano Alejo Carpentier y del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, escribió un guión cinematográfico para realizar una película con motivo del Centenario de la muerte de Simón Bolívar, pero luego de una lectura en voz alta ante sus dos compañeros de sueños, los tres llegaron a la concluisión de que era en realidad una novela, una muy buena novela. En menos de tres meses nació Las lanzas coloradas (1931). Para editarla se trasladó a Madrid en enero de 1931, y gracias a una carta de recomendación de Asturias logró que la editorial Zeus la imprimiera en abril. Desde Madrid envió varios ejemplares para que la crítica venezolana la conociera. Pero en Caracas lo ignoraron. Se enfrentó a una total indiferencia en su propio país, que lo llevó a escribirle una carta fechada el 4 de junio de 1931 a su primo Alfredo Boulton, en la que se negaba a creer que hubiese una conspiración de silencio en su contra. Las lanzas coloradas había sido un fracaso. Años después la novela echaría a volar, al aparecer una cuarta edición en Argentina (Editorial Losada, 1949), luego de dos realizadas por Zig-Zag en Chile, y de las traducciones al alemán y al francés, logradas por la influencia de Asturias y Carpentier en medios de la izquierda europea. 

En realidad, la «conspiración» no era contra Uslar Pietri, sino contra la literatura venezolana, y tenía (tiene) un origen muy profundo que aún no se ha desentrañado del todo. El joven caraqueño no sabía que en la Venezuela que se hizo petrolera en 1922 con el famoso Reventón del Pozo Barroso N° 2, y se convirtió en 1929 en petroleodependiente, había aparecido el «Síndrome de Cenicienta», que hace que los venezolanos sientan vergüeza por haberse enriquecido repentinamente y, como consecuencia, tiendan a adular a los extranjeros a costa de los propios venezolanos.Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, fue la última novela venezolana en ser recibida normalmente por la crítica nacional, y Las lanzas coloradasCubagua las dos primeras en recibir el castigo de la indiferencia. Algo que Arturo no alcanzó a entender nunca, aunque alguna vez habló de la muerte de la crítica en general. Las lanzas coloradas, a pesar de su altísima calidad, pasó inadvertida y ha podido morir de mengua al nacer. 

La muerte de la crítica literaria en los medios de comunicación impresos venezolanos se demuestra con lo siguiente: en los primeros treinta años del siglo XX (1901-1930) había por lo menos diecisiete críticos literarios que ejercían en forma regular su oficio en tres diarios: La EsferaEl UniversalEl Heraldo; y tres revistas: El Cojo IlustradoÉliteBilliken; es decir, diecisiete críticos en seis medios de Caracas. Son ellos: Antonio Álvarez R., Rafael Angarita Arvelo, Agustín Aveledo Urbaneja, B.M., Juan Carmona, Juan José Churrión, Claudio, Pedro Emilio Coll, Edoardo Crema, El arquitecto-poeta Luis Fernando Álvarez, Luis Enrique Osorio, Andrés Pacheco Miranda. Fernando Paz Castillo, Angel C. Rivas, R.A. Rondón Márquez y J.M. Salaverría. 

En un país aún rural y con una población limitada se lograba que los lectores estuviesen bien informados acerca de los libros que iban apareciendo en el mercado, lo cual es, por cierto, la función de la crónica literaria. Bruscamente, entre 1928 y 1931, los diarios y las revistas dejaron de publicar esa información cotidiana acerca de novedades bibliográficas. En cambio, en los últimos treinta años del siglo XX (1971-2000) apenas podemos señalar los nombres de Federico Álvarez, Orlando Araujo, Jorge Gómez Mantellini, Luis Beltrán Guerrero, Juan Liscano, Roberto Lovera De Sola, Alexis Márquez Rodríguez, Guillermo Meneses, Augusto Germán Orihuela, Jaime Tello y Pascual Venegas Filardo, once críticos literarios que publicaban regularmente en medios de comunicación de Caracas (El NacionalEl UniversalÉliteBohemiaZeta). Once firmas en cinco medios de comunicación masivos, en un país con una población muchísimo mayor (Venezuela tenía, en las tres primeras décadas, entre 2 y 3 millones de habitantes, y en las tres últimas entre 12 y 18 millones. Caracas tenía, en 1926, 167.941 habitantes, y en 1980, 3.141.000 personas. La población del país se multiplicó por siete y la de la capital por 20. Lo que hace mucho más dramática la realidad, pues debería haber en la última década por lo menos cinco veces más críticos literarios orientandos al público lector, es decir, debería haber más de sesenta voces, y sólo encontramos once). 

Además, en esas últimas tres décadas la población alfabetizada era muchísimo mayor que la de las primeras tres. 

Desde luego, el número de críticos literarios («lectores privilegiados», según Mario Vargas Llosa) es mucho mayor que lo que parece, pero la casi totalidad permanece encerrada en círculos académicos a los que el público no tiene acceso. Son investigadores de gran valía, pero su trabajo no llega a los lectores potenciales y por lo tanto no cumple la labor que la crónica literaria debe cumplir en un país, si se aspira a que sus escritores tengan el éxito que se merecen. 

Los medios de comunicación de Venezuela no tienen interés por la crítica literaria, no creen importante que los lectores estén informados acerca de las obras que se producen en el país, con lo cual perjudican a los escritores, pues para la promoción de sus obras es importante que los críticos las comenten, no importa si favorablemente o no, y a los lectores, que no tienen forma de saber qué se ha publicado en el país. 

Por fortuna, Las lanzas coloradas logró superar el silencio de los venezolanos, y, aunque sea algo parecido al reconocimiento de los héroes póstumos, hoy en día está considerada una de las novelas mayores de Hispanoamérica y del idioma español.

fuente:talcualdigital.com
foto:manuel sardá

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