Entretenimiento

El grupo expansionista visto a través de la problemática de las vanguardias

«Lo abierto sigue ahí, pulso de astros y anguilas,
anillo de Moebius de una figura del mundo donde la conciliación es posible,
donde anverso y reverso cesarán de desgarrarse,
donde el hombre podrá ocupar su puesto
en esa jubilosa danza que alguna vez llamaremos realidad.»

Julio Cortázar

Sabemos que el término «vanguardia», perteneciente al vocabulario bélico de confrontación propio de la modernidad, nace en el marco del socialismo utópico. Será, en efecto, Saint-Simon quien en el siglo XIX afirme que los artistas como «videntes» pueden servir de vanguardia a científicos e industriales. Las vanguardias se desarrollan en el seno del capitalismo y responden, también, a sus crisis. La relación entre literatura y vida, la autonomía de la creación artística, el surgimiento de una sociedad y un arte de masas, serán cuestiones nucleares a las teorías y a las praxis vanguardistas.

Superada la miopía decimonónica que apenas aspiraba a la reproducción mimética de la realidad material, el siglo XX ha visto cómo la mayor parte de sus movimientos artísticos han intentado la creación de un espacio donde pueda ser expresada la «invisible» realidad del espíritu. Esta concepción de la obra como universo inventado, donde el artista, con palabras de Paul Klee, «imita el juego de las fuerzas que han creado y crean el mundo», aproxima los mecanismos actuales del quehacer estético a la dimensión genésica del artista primitivo.

(%=Image(2696668,»R»)%) La eterna búsqueda de la razón en todas sus acepciones. El estrecho contacto con el remolino de ideas estéticas revolucionarias, foco candente ubicado en París y extramuros, proporcionó a nuestro coterráneo Omar Carreño una consistente formación artística, que le inspiró reconsiderar algunos conceptos, ya formados y abandonados por algunas vanguardias a medio camino de configuración, con la firme y tradicional determinación de desarrollarlos para cascar las matrices estéticas, madurar las verdes ideas y pasar por encima de todo lo vacuo que se ha impuesto hasta entonces. He aquí un germen originario del eterno fénix vanguardista, un geniecillo cuyas ideas se alzarán optimistas y aguerridas contra todo, a defender su existencia «expansionista».

El término «Expansionismo» surgió en 1953, para individualizar las obras poliestructurales y transformables de Carreño, salidas a la luz dos años antes. Relieve, tridimensionalidad por efecto de dos planos y movilidad, son las principales características de los llamados «Polípticos», preludios al Movimiento. Andrés Guzmán, Víctor H. Irazabal, Rubén Márquez, Alirio Oramas, y Álvaro Sotillo, se sintieron, más que identificados, envueltos por esta corriente impulsada por las circunstancias del medio, que bien traducía Carreño en su obra y en la consecuente aparición del Primer Manifiesto Expansionista, prueba contundente de apoyo a las vanguardias y, sobretodo, de apego a los principios que las adjetivan. ¿Realmente cumplen esos preceptos?, creemos que sí, pero antes de justificarnos debemos hurgar en la esencia expansionista para catalogarlos como vanguardistas clásicos o tardíos.

Sin lugar a dudas, la obra expansionista se plantea lejana al mercado del arte, debido a que su existencia depende de su re-creación por parte del espectador, y para ello, la interacción con un numeroso público es vital, además, la necesaria intervención de todo un aparataje técnico -por demás costoso- requiere de espacios amplios -con infraestructura- disponibles en los lugares públicos. Es en la calle, entonces, donde la obra encuentra su lugar, allí calza, será accesible a todos los estratos sociales y podrá cumplir su función motivadora.

Vemos en el artista su preocupación por señalar rumbos, su compromiso con la sociedad es crear para romper esquemas caducos, permitiendo el fluir del progreso por vías tecnológicas. Su participación en la sociedad es a través de la creación -su libertad creativa da pie a la manifestación de su genialidad-, pero no introduce los problemas y la crisis de la misma en su obra. Sin embargo, y contrario al evidente enfoque heróico-vanguardista, el expansionista afirma que la forma no subordina al concepto. El apego a las ideas perpetuadas en sus manifiestos, no admite que éstas puedan ser contrapesadas -ni mucho menos dominadas- por los medios técnicos de producción, porque eso representaría el final de la búsqueda, la muerte del Expansionismo. Por otro lado, la esencia aristocrática de la vanguardia quiere ser abolida -según entendemos- para llevar la obra expansionista a ocupar grandes espacios urbanos, que faciliten el enfrentamiento ante cualquier público. Partiendo de su maestría, pretenden llevar a cabo obras complejas que sean fácilmente digeribles por el espectador, a través de su participación en el tránsito creativo. Pero, vanguardia al fin, no hay muestras de éxito en este objetivo revocador.

Las características típicas de las vanguardias se manifiestan claramente en el Expansionismo -principalmente la tendencia a la contradicción-. El rechazo a la sociedad de su tiempo es, quizá, el único rasgo que no está claramente identificado, por cuanto muestran preocupación por los problemas que aquejan a la sociedad pero no participan sino desde el campo de la creación. El rechazo quizá viene dado por la indignación del artista ante la privación de apoyo económico-tecnológico y difusivo a la que es objeto en su entorno -Venezuela-, razón por la cual muchos de sus proyectos se quedan en el papel. Sin embargo, el artista no se deja apabullar por estas limitaciones, su meta se fija contracorriente, atravesando la crisis de su sociedad, viviéndola, pero sin implicarla en su obra. La creación se desarrolla, más bien, como un proceso paralelo y esencialmente disyuntivo a este trance, asido a los avances tecnológicos para descoagular nuevas vías que conduzcan al futuro. En tal sentido, la preocupación del expansionista está en el hombre de su tiempo, por ello crea en función de motivar al espectador para que re-cree y colabore en este proceso de apertura hacia una comunidad espiritual transigente, que desplace su óptica pasiva a una activa-participativa-creativa. Además, llama a participar a filósofos, psicólogos, sociólogos, urbanistas, arquitectos y pensadores en este movimiento «multidisciplinario y universal» llamado Expansionismo.

La reconocida investigadora Victoria Combalía, propone una clasificación de las vanguardias (1) basada en tres visiones distintas: una «Analítica», marcada por una tendencia a la reflexión del hecho artístico, que estimula la destrucción de códigos establecidos y la creación de nuevos signos; una «Expresiva», donde la obra de arte se manifiesta como transmisión de sentimientos, un estado subjetivo que debe desarrollarse en un mundo particular, con unos códigos expresivos muy individuales; y por último, una visión «Constructiva», sostenida por una creencia muy arraigada en la capacidad regeneradora del arte, en la abolición de su rol elitesco para ser integrado a lo cotidiano.

(%=Image(3014683,»L»)%)Apoyándonos en las ideas que hemos venido manejando, si nos ajustamos a la clasificación de las vanguardias propuesta por Combalía, de plano debemos dar por descartada la «Visión Expresiva» por una simple razón, que es la total renuncia del artista a expresar su individualidad, a crear una simbología única y personal que exteriorice sus sentimientos y revele su mundo interior. El expansionista crea nuevas formas de arte que predisponen una re-construcción por parte del público -sin ánimo de convertirlas en una invitación a lo lúdico-, por ende no puede haber en ellas códigos expresivos personales -desde el punto de vista de Combalía-. Sin embargo, y como lo afirman los abanderados del movimiento, la obra de arte vive gracias al equilibrio entre lo racional y lo emotivo, ambos están en constante movimiento con la participación de cada re-creador.

La insatisfacción producida en los artistas de la expansión por los truncos alcances del Cinetismo, manifiesta la presencia de un disimulado concepto iconoclasta. En las bases del movimiento cinético, los expansionistas encuentran el impulso necesario para barrer con las propuestas novedosas de ese movimiento de vanguardia que acapara -para ese entonces- el escenario artístico nacional e internacional. La sensación de movimiento de la obra dependiente del desplazamiento del observador, así como dependiente de sí misma ante un público estático, son muestras, para los expansionistas, de un alcance limitado, y por ello proponen involucrar obra y espectador en una misma actividad regeneradora. De igual modo, la antiestética se manifiesta en el impacto causado por estas ideas universalistas en el gusto del momento, principalmente en el gusto local, que no era capaz de ver con buenos ojos los alcances de este movimiento que, aunque nacido en Francia, conservaba plena actitud y disposición nacionalista. El quebrantamiento de los viejos esquemas y los conceptos tradicionales, sacudieron el piso de la crítica y transmitieron desconfianza a un público temeroso del engaño. La novedad se advierte muy cultivada y arraigada en las ideas integracionistas y universales de estos visionarios.

Y precisamente, como visionarios, su compromiso con la sociedad penetra las fronteras de lo mesiánico, para difundir una postura cultural que funcione como integradora universal mediante la creación. Su misión, entonces, es la de acercar al hombre a un plano superior en lo espiritual pera lograr su equilibrio con el creciente avance técnico y científico que experimenta la sociedad. A pesar de que el principal exponente del movimiento -y padre de la criatura- Omar Carreño, afirme -según Manuela Billaudot- no creer en arrebatos románticos (2), el movimiento vanguardista que creó se fundamenta en el poder integracionista del arte, ya que reconoce en él la capacidad de acoplar y orientar las diversas disciplinas humanísticas y científicas hacia un mismo fin, la consolidación del ya mencionado utópico movimiento multidisciplinario universal. En definitiva, la aspiración expansionista pretende, no sólo universalizarse como sistema de pensamiento, también procura la cotidianización de la obra de arte. Para alcanzar semejante cúspide, el artista debe confiar ciegamente en su potencial como genio, y los expansionistas no deben estar muy lejos de ello, pues así lo han demostrado al defender la maestría de Carreño por encima de la de Yaacov Agam, como autor indiscutible de las trascendentes obras transformables.

Ahora, al cotejar todo este panorama vanguardista y retomando a Victoria Combalía, podemos en síntesis afirmar el perfecto acoplamiento del Movimiento Expansionista tanto a la «Visión Analítica» como a la «Visión Constructiva». Un arte «integral», que invade todas las áreas del pensamiento y rompe con toda una tradición estética, planteando innovaciones en las formas de crear, en la concepción de objetos artísticos así como en el establecimiento de relaciones creador-obra-re/creador, mantiene tan ocupadas las energías y reflexiones de los expansionistas que terminan por dejar en planos proscritos la problemática de la sociedad. Pero es que el arte que vislumbran los defensores de la expansión, posee la extraordinaria facultad de penetrar, revolucionar y regenerar toda la atmósfera que habita la sociedad, por ello, no es menester echar mano al arbotante distractor de la bandera política y social, porque con la influencia de este nuevo movimiento de pensamiento universal la dimensión catártica se dilata. ¿Utopía?…

Notas

(1) COMBALÍA, Victoria, et al.: «El descrédito de las vanguardias artísticas» en El descrédito de las vanguardias artísticas , Barcelona, Ed. Blume, 1980.

(2) BILLAUDOT, Manuela: Omar Carreño. Entre el color y la luz , Margarita, Ed. Fondo Editorial del Estado Nueva Esparta, Colección «Gustavo Pereira», 1997, p. 82.

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