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El lamento de Ariadna poemario inédito de Egar Vidaurre

Prólogo: Relato en diálogo de amores

“Ensimismada en mi misma
Amantando el deseo

Un nacimiento en la muerte
Este lamento, esta señal
Que ya no es para nadie

Por mi cuerpo transcurre ya
Lo eternamente venidero
Hacia el centro de mi rosa

Ahora yo también te reconozco sentada
Sobre esta huella muerta
Roja y abierta”.
“Pero no era tu voz lo que yo anhelaba… alma de mi alma! sino la forma de tu pie, la
huella que me marca el camino
donde me espera la respuesta”

“Cuál de los dos fue capaz de amar?”
Porque nosotros, los natos, los exiliados y circunscritos a la prevalencia de esta dimensión existencial, muy duramente desprendidos del todo acogedor; hemos elegido este incomprensible dolor; y parodiando a Salomón: no escogimos nacer a esta vida para ser felices. La felicidad en esta vida es posible; además es nuestro derecho y bienaventuranza el alcanzarla. Pero, no es ella la respuesta. Nuestra existencia consiste en lograr otra inefable historia de amor. Hemos asumido lo sensorio para lograr ser la auto conciencia de Dios y a través de semejante tránsito, luchar paso a doloroso paso, el arribar a la sabiduría del amor: ese, creador, indiscriminado, constante, sin bien o mal como premisa, siempre vinculante.

Añorado Elam: universal consuelo sin palabras de nuestros omnipresentes encuentros. Lucha humana nuestra, llamada gracia o poesía. Y poemario este, jamás excluyente de las dudas, consuelos manejados como apoyos, revelaciones y tanteos sin carecer jamás del inaudito arrojo del ser, mientras este permanece en el iluso límite del ego; ofreciéndonos las trascendentes respuestas o epílogos a lo que siempre somos: inquisitivos exploradores de lo incógnito. Y con dubitable humildad, ni aún durante la reanudación de la ley que nos imponen las rupturas y sus casi obscenos desgarros, nos convertimos en testigos excepcionales de la indescifrable bondad del Universo en su continuo reto (casi siempre llenos de pena) de la constante sagrada creación de vida.

Recordemos el valiente poema de Job, el cual, llaga tras llaga, requirió razones a lo inescrutable ¿no es acaso esta mítica hazaña, la misma ahora planteada por Edgar en pleno siglo XXI , bajo la forma de cantares sobre el manso y conmovedor, casi sobre humano lamento de Ariadna, y ¿no menos trágico al de Teseo, cuando acompañado con el amor debido a su generoso prestigio viril, cual Job, fue relanzado en su ya logrado victoriosamente tránsito laberíntico, a la única salida posible? una suerte de su propio grial, con la gran fortuna para todos nosotros de proveernos esta vez, de un insólito sostén poético. Ya se, que en vista de la introducción parece redundante, pero no lo es.

La poesía es siempre una historia de amor.¡Que virilmente sensual es esta que se nos expone hoy!. Una historia que es palabra tras palabra, tal y como es el amor: valiente, maternal con expectante reciedumbre esencial, y apenas contenido arrebato, que le aproxime a la comprensión y demanda humilde de lo amado, ¡y no mide las consecuencias¡

Describe el recorrido del amor, desde su primer obligatorio plano sensible y terreno y en consecuencia, trenos de la carnación inexorablemente unidos al “Aurea Catena” (o ánima inevitable) que siempre integran los laberintos. El poeta pues utiliza limitándolo a recurso técnico, el arquetipo del laberinto para instrumentar la travesía. Dentro de él ( el laberinto ) todos los pasajes son estrechos, claustrofóbicos, quimeras y promesas siempre riesgosas, sin detectable objeto alguno que oriente; semejando así, eventos truncos para aquellas personas que no alcanzan a comprender su trascendencia, ni aún el proyecto final que aguarda a cada particular aventurero, siendo en realidad este peregrinaje un plan perfectamente diseñado hacia el centro del laberinto en el cual nos aguarda el hallazgo vital: “El silencio de la propia conciencia, donde habita nuestro ser y todos somos uno”, conteniendo así las respuestas a nuestra incredulidad y confusión.

El laberinto como la poesía, utiliza cada insignificante y desdeñable acontecer como alegoría de lo inmensurable; cada espacio y tiempo de pasadizo incomprensible es una referencia a la ausencia de los mismos. La poesía es el único idioma que descarta la palabra (así como el laberinto aparentemente ignora los materiales que le construyeron como realidad visible, y al tiempo necesario para su recorrido lo considera intrascendente, además su aparente desciframiento pareciese dejarle indiferente. También la poesía descaradamente hace caso omiso de la palabra, simplemente obviándola, para luego paradójicamente hacernos conocer meticulosamente “su centro”: la sabiduría de lo intraducible a través del Lógos.

Decía que esta historia describe el inicio del recorrido del amor, utilizando la osadía del laberinto como mítico recurso desde aquel primer nivel sensible, hasta obtener aquel ya trascendido, donde logra en pleno pléroma cósmico su consumación. Hazaña de triunfante culminación; justo allí: donde la falaz otredad, lo que deseamos poseer por ajeno, lo témporo- espacial es considerado con inquietud circunstancial como una amenaza, tal vez incluso la del no logro victorioso de lo amado; se diluye, fundiéndose en abrazo abarcante sin fisuras que interrumpan el deseo, y entonces el amor, ya esta vez en plena conciencia de su verdadera naturaleza, nos revela su, y nuestra verdad…..Y ya no somos lo que creímos ser; sino lo que siempre fuimos: Almas enamoradas en tránsito continuo

Todos tarde o temprano, recorremos el laberinto vital de la conciencia; cuya única respuesta es el amor (amor erróneo, equívoco o bien expresión de un corazón sin mancillas), Y siempre es la poesía nuestra redención. Bien o mal transitado, hallado o no su centro, fundidos o confundidos con su respuesta, siempre acontecerá la mística transformación. Aún cuando la vinculación no nos sea prescindible, porque al nacer elegimos padecer voluntariamente o no, lo irrevocable de tamaña ley, escogimos las rupturas- separaciones, asumiendo en lo profundo semejante paso ó peso de penas ¿Qué responderemos a ella? Nada prevalecerá cuando la poesía se hace palabra. Conversión o lamento de Job, de Teseo, de Ariadna, de mi hermano, del tuyo, del mío

Escrito por Ruth Vidaurre, poeta y ensayista venezolana. Graduada en Psiquiatría y Psicoanálisis

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