Entretenimiento

El monstruo de Picasso

Se encuentran actualmente abiertas tres exposiciones que por sí solas justificarían un viaje expreso a París. El Grand Palais, el Louvre y el Musée d’ Orsay se distribuyen la exhibición de cuatrocientas obras de la herencia pictórica de Pablo Picasso.

Cerca de diez años de arduos trabajos y de persuasión fueron necesarios para lograr el préstamo de los más prestigiosos museos del mundo —París, Londres, Madrid, Barcelona, Nueva York— y de celosos coleccionistas privados, y para seleccionar y constituir garantías de seguridad para el transporte y el regreso de los cuadros, sanos y salvos, a sus sitios de origen; elaborar contratos y emitir pólizas, y, en fin, cuidar de todos los detalles exigidos por una meta de tal envergadura.

Carentes de previas reservaciones, agradezco a mis cuatro compañeros de viaje me hubieran concedido el privilegio de disfrutar de la única entrada que fue posible adquirir y en la que se estipulaba que debía llegarse a las dos de la tarde y que la espera no pasaría de media hora. Apenas a los diez minutos fue llamado el grupo del que yo formaba parte, uno de los tantos perfectamente articulados para su fluido ingreso y para que ninguno de sus integrantes perturbara a otro en su recorrido ni en la visión de los cuadros expuestos.

Particularidad del conjunto de piezas asignadas al Grand Palais, bajo el rubro de Picasso y los Maestros, fue la presentación de cada lienzo del genial pintor al lado del ajeno que le hubiera servido de inspiración. Así, La bañista sentada de Renoir y La gran bañista de Picasso; Las Meninas de Velázquez seguidas de las suyas; La Arlesiana de Van Gogh y El desayuno sobre la hierba de Manet con sus respectivas versiones picassianas contiguas. Estos impresionantes contrastes replantean una vez más la eterna controversia sobre la creación y el plagio que, como en la literatura, se configuran también en la pintura y en cualquier otro género de actividad artística. ¿Cuál es el valor de la obra y cuál el de su recreación? Depende de cada caso. Copias existen desprovistas de todo mérito; otras, tanto o más valiosas que el original. No son inferiores a los ejemplares de Renoir, Velázquez, Van Gogh, Manet, El Greco, Goya, Rembrandt, Cezanne, Toulouse-Laurtec las interpretaciones de Picasso, quien, sin ambages, tomaba de esas fuentes para la renovación de su estilo,

Contrariamente a lo que muchos piensan, los trazos de Picasso requerían de más esfuerzo y precisión que los de cualquier pintor figurativo. A tal convicción llegué en el año de 1949 cuando visité el Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde se exhibía el formidable lienzo de Guernica, que es la expresión profunda del alma del autor contra las atrocidades causadas por las fuerzas vandálicas de la aviación alemana. En varias salas precedentes se podían contemplar los múltiples bocetos realizados por Picasso en el proceso de ejecución de su obra maestra. Cabe recordar que un oficial nazi, en presencia de una foto del célebre mural, tuvo la ocurrencia de preguntarle si él había hecho eso, a lo que tajantemente contestó Picasso: “No, fueron ustedes”.

Todo el caudal de creatividad que expresaba en sus obras no era sino la explosión del genio que “encontraba primero y buscaba después”, lema suyo que, aplicado en las artes o en las ciencias, produce siempre resultados positivos. No en vano el insigne jurisconsulto Bartolo de Sassoferrato recomendaba que para lograr la justicia efectiva era necesario: “Encontrar primero la solución y no buscar sino después los fundamentos legales para motivarla”. Norma ésta que yo, como profesional del derecho, he puesto siempre en práctica y que, como profesor universitario, procuré inculcar en la mente de mis discípulos.

A diferencia de otros pintores de igual categoría, Picasso pudo disfrutar ampliamente del producto de su trabajo. Aparte de las compensaciones directas recibidas, por ejemplo no necesitaba de dinero, ni de chequeras, ni de tarjetas de crédito para ser acogido en los mejores establecimientos gastronómicos del mundo. Le bastaba estampar su firma en una servilleta para saldar las cuentas de sus consumos. Después de su muerte no ha sido menos cotizada su fama. Su autorretrato Yo, Picasso fue vendido en 48 millones de dólares, y el retrato de su amante Dora Maar, en 92 y medio millones.

Como suele suceder, los éxitos de Picasso suscitarían sentimientos de envidia. Interrogado al respecto por la radiodifusión francesa el estrafalario Salvador Dalí, otro eximio representante de la plástica mundial, tuve ocasión de escuchar su jocosa respuesta: “No hay ninguna razón por la cual podría yo envidiarlo. Picasso es un genio, yo también. Picasso es millonario, yo también. Picasso es comunista, yo tampoco.”

El genio de Picasso no se limitó a la pintura. Dejó un legado no menos importante en la escultura, la cerámica y hasta en la poesía y la literatura dramática. Merece entonces con creces que se le considere un monstruo por su talento y por la amplitud de su obra.

Dato significativo: el artista inmortal a quien Francia ha rendido un nuevo grandioso homenaje en tres de sus renombrados museos nunca renunció a su nacionalidad española.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba