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El Paraiso Partido: La agonia de Occidente

Agonía, palabra que el español tomó del latín y el latín del griego, en su acepción original, significa lucha, combate. Y en verdad Coro, hoy una de las ciudades más bellas y fascinantes de Venezuela, no aceptó mansamente su pérdida de protagonismo ni se resignó a perderlo. Luchó, combatió por mantener su status. Doscientos y tantos años después de que la realidad se lo arrebatara lo recuperó por breve tiempo, al convertirse en el foco principal de resistencia contra el movimiento independentista que presidió Caracas en 1811. Sólo para verse rebasada de nuevo, no por Caracas, sino por Valencia, que es también el Centro.

Para Coro y para Occidente (El Tocuyo, Barquisimeto) el solo proceso de fundación de Santiago de León de Caracas significó una notable pérdida, pues ciento cuarenta personajes importantes, dominantes, se fueron de sus territorios para establecerse en el Centro. Algunos, como Losada, regresaron, pero sólo a morir. La gran mayoría se quedó en la villa junto a la montaña cinética, de clima más suave y mejores condiciones para la defensa que Coro. Y para colmo poco después se fueron sumando muchos otros, atraídos por lo que se contaba de la nueva ciudad. Y por las noticias, por cierto falsas, de que en ella había oro en abundancia.

Como si fuese adrede, el año en que se fundó Caracas, pero el 8 de septiembre en la madrugada, el pirata francés Nicolás Valier tomó Coro por sorpresa. El gobernador Ponce de León a duras penas pudo escapar en cueros, con la ropa y las botas en las manos y la vergüenza en el rostro. También el obispo se salvó por un pelo, gracias a que varios vecinos lo ayudaron a escapar y lo protegieron mientras lo hacía. Casi todos los habitantes de la pequeña ciudad se refugiaron en la Sierra, desde donde, impotentes, vieron arder sus casas. Valier profanó la iglesia catedral, se robó todo lo que pudo y se llevó, entre otras cosas, todos los documentos que el gobernador iba a enviar poco después a España, entre los que debe haber estado el acta de fundación de Santiago de León de Caracas. De esa forma, el pirata francés se robó también un pedazo de la historia del país, aunque al hacerlo, la convirtió en algo más divertido y pasible de especulación. Unos cuatro meses después del asalto, murió Ponce de León, quizá de orgullo partido. Lo sucedió Francisco Hernández de Chaves, que gobernó hasta diciembre de 1569.

El sucesor de Chaves fue el capitán don Diego de Mazariego, zamorano y pariente de Diego de Losada, y uno de los hombres de Hernán Cortés en la conquista de México. Fue el fundador de Chiapas, y su gestión, al parecer, fue tan buena, que cuando lo nombraron gobernador de Guatemala en 1538, los vecinos de Chiapas no permitieron que se fuera y hasta lograron que el nombramiento fuese anulado. No pudieron, en cambio, evitar que Mazariego fuera enviado a La Habana a expulsar a los piratas franceses en 1556, y allí se quedó como gobernador, hasta que fue enviado a Venezuela, a donde llegó en diciembre de 1570 (Sucre, Luis Alberto, Gobernadores y Capitanes Generales de Venezuela, p. 70). Tendría entonces setenta o setenta y un años y Oviedo y Baños se refiere a su gordura, pues era obeso y, como suele suceder por razones que nadie puede explicar, los obesos suelen ser, o más bien parecer, personas de buen humor y aceptadas con gusto por la comunidad. Fue un buen gobernante, y entre otras cosas dispuso la fundación de Carora, que fue ejecutada por el capitán Juan de Salamanca. Cuando en junio de 1571 se aparecieron en la mar coriana otros piratas, Mazariego dirigió personalmente y con muchísima energía la defensa del lugar. Murió en 1576, probablemente a los setenta y siete años, y fue sucedido por don Juan de Pimentel, con quien ya, definitivamente, el ojo de la Historia se radicó en Caracas. Hasta 1602, cuando murió el gobernador Alonso Arias Vaca, Coro fue oficialmente la capital de la provincia de Venezuela, pero esa era una condición nominal, y todo el mundo sabía que el mando verdadero estaba en Caracas
Todavía Coro quedó como cabeza de la iglesia apostólica, católica y romana en la provincia de Venezuela, condición que pronto perdería también. Su cercanía al mar y lo abierto de su ambiente, que hoy la hace una ciudad encantadora, fue entonces la causa de su privación de poder.

A comienzos del siglo XIX Santa Ana de Coro buscaría y hasta encontraría por un breve período un cierto protagonismo histórico. En 1806 Francisco de Miranda desembarcó en el puerto de La Vela y llegó hasta Coro, sólo para encontrarse con que la pequeña ciudad había sido abandonada por sus habitantes, tal como lo habían hecho en tiempos del francés Valier, sólo que esta vez nadie incendió sus casas. Miranda, el soñador caraqueño, fue derrotado por el vacío. En 1810, Coro, desoyó el llamado de Caracas y se convirtió en el centro de la resistencia contra la autonomía, primero, y contra la Independencia, después. En agosto el cabildo de la ciudad reconoció como gobernador y capitán general de Venezuela a don Fernando Miyares Pérez y Bernal, que había sido designado por España como sucesor de don Vicente de Emparan, depuesto en Caracas. Y en 1811 es el punto de partida de Domingo de Monteverde para reconquistar Venezuela, ya entonces integrada no sólo por la antigua capitanía general de ese nombre, sino por todas las provincias que se unieron en 1777. Pero esa luz le duró poco. En 1821 se unió a la república y poco después era, apenas, parte de la provincia de Maracaibo.

Por último, ya cuando Venezuela había entrado en tiempos francamente complicados, la región de los antiguos curianos sirvió de punto de partida para la Guerra Federal en tiempos definitivamente mucho menos brillantes y con personajes definitivamente más opacos.

En rigor, Coro había luchado con bravura para no perder su posición, pero las ventajas que ofrecía Caracas, no sólo por su clima mucho más benigno, sus tierras mucho más productivas y el hecho de que inicialmente se creyó que en sus alrededores había mucho oro, resultaron demasiado pesadas e inclinaron la balanza en su favor, y en ello también privó las ventajas que ofrecía Caracas para su defensa, gracias a las montañas altas que la rodeaban. No mucho después se comprobó que eso no era del todo cierto, pero esa es otra parte de la Historia.

Hoy su protagonismo es otro: Es uno de los puntos más bellos del país y patrimonio cultural de la humanidad, por decisión de la UNESCO, condición que los malos gobiernos están a punto de revertir.

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