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En el país de las maravillas del cine

Dustin Hoffman dando saltitos alrededor de John Voight Manhattan abajo en Cowboy de medianoche (1969); los pandilleros de Warriors (1979) atravesando la ciudad convertida en una enorme emboscada o el deslumbramiento de Carole Lombard al contemplar por la ventanilla la línea de los rascacielos en La reina de Nueva York (1937). Plató de centenares de películas, la ciudad suma ahora a su oferta el aliciente cinéfilo del Museum of Moving Image (Museo de la Imagen en Movimiento). Esta institución, creada hace ya tres décadas, reabrió sus puertas este mes tras una ampliación y lavado de cara que acercan un poquito más Astoria, en Queens, al siglo XXI y la historia del cine al ciudadano.

Diseñado por el arquitecto alemán Thomas Leeser, el interior de la sede, con casi 9.000 metros cuadrados, tiene un aire inconfundible a 2001: odisea en el espacio. «Ya no están ustedes en Astoria. Están en el país de las maravillas de las películas», proclamó durante la presentación a la prensa la directora del museo, Rochelle Slovin.

El museo alberga la mayor colección del planeta de objetos relacionados no solo con el cine, sino con la historia de la imagen en movimiento. Se trata de más de 130.000 artefactos que constituyen el corazón de la única institución de Estados Unidos dedicada a explorar el arte de la pantalla en todas sus formas: televisión, videojuegos e imagen digital. Aunque, el grueso de la colección, titulada Behind the screen, la componen objetos relacionados con el cine. Pueden verse desde la cabeza original del Chebwacca de La guerra de las galaxias a una serie fotográfica que muestra la transformación de Orson Welles en Ciudadano Kane, los planos de los sets de El silencio de los corderos y memorabilia para cinéfilos irredentos como los guantes que utilizó Robert de Niro en Toro Salvaje o los zapatos de Ed Harris en Pollock.

La colección tiene más de 6.000 piezas relacionadas con las primeras décadas del celuloide, incluido un corto de Thomas Edison, y también ofrece varios espacios interactivos en los que se pueden doblar películas clásicas con la propia voz, hacer flipbooks con la propia imagen o incluso jugar con los efectos especiales de clásicos del cine. También es posible probar los primeros videojuegos que salieron a la calle en los setenta o pasearse entre las primeras piezas de merchandising cinematográfico, que se remontan a 1915, cuando se vendían cajas de belleza con la imagen de Gloria Swanson dibujada sobre ellas.

El museo alberga una sala de proyección de estética galáctica (todos los días tiene programación), otra más pequeña, y diferentes espacios abiertos concebidos para la imagen en movimiento. «Eso es lo que queríamos capturar, lo efímero de la imagen que se mueve y por eso la arquitectura trata de incorporar lo más característico del cine: el movimiento en sí mismo», asegura el arquitecto Leeser, a quien se le pidió que también creara un espacio para el videoarte. En él, seis artistas como Bill Viola o Cao Fei presentan instalaciones donde se difuminan las barreras entre arte, imagen digital e interactividad. Entre los invitados también está el español Pablo Valbuena, un arquitecto de Madrid que presenta Augmented Sculpture: un edificio-escultura al que unas proyecciones de luz le van quitando y poniendo la piel, creando un inquietante efecto animado.

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