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Entre el retablo y el oro

(%=Image(8625440,»R»)%) DURANTE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVIII, coincidiendo con el rococó, el arte venezolano del período colonial experimentó su etapa de máximo florecimiento. La creación de la (%=Link(«/bitblioteca/venezuela/real_cedula_1777.asp»,»Capitanía General de Venezuela»)%)
en 1777 y el pujante desarrollo económico determinaron un ambiente cultural mucho más evolucionado. Por entonces, los talleres caraqueños alcanzan su madurez y, en el campo de las artes, especialmente con la aparición de la obra del tallista canario Domingo Gutiérrez, se rompieron definitivamente los moldes barrocos que habían estado vigentes hasta mediados del siglo para dar paso a las sinuosas líneas del rococó.

La contribución de los canarios al arte venezolano que se gestaba en ese momento -una de las bases de la identidad nacional- ha sido destacada por el profesor Carlos F Duarte, quien ha estudiado su papel hasta el punto de hablar de una «escuela de Caracas», integrada por isleños o hijos de isleños. Sobresalen los pintores Domingo Baute Arvelo y Castro, natural de Los Realejos-I Nicolas González de Abreu, que lo era de La Orotava, y Juan Pedro López, hijo de padres canarios, considerado como el mejor pintor venezolano del siglo xviii; los tallistas caraqueños de origen canario Juan Francisco y Gregorio de León Quintana y Domingo Gutiérrez, el mejor retablista de su tiempo en Venezuela-, y los fundidores Jose Maria Rodríguez Olivera (t1788) y Luis Antonio Toledo (1738-1798), ambos naturales de La Laguna.

En general, esta colonia de artistas mantuvo un comportamiento endogámico (casaban con isleñas, como Juan Pedro López o Domingo Gutiérrez), colaborando estrechamente entre sí, y gremial, con vivienda y taller abierto en el mismo sector de la ciudad, en torno a la parroquia de la Candelaria de Caracas, centro de la comunidad isleña, donde contraían matrimonio y están enterrados. En este sentido, el ya citado Juan Pedro López mantuvo a lo largo de su vida constantes relaciones con la comunidad tinerfeña establecida en Caracas, especialmente con el tallista Domingo Gutiérrez y con el fundidor Luis Antonio Toledo. Este ultimo realizó la estatua de la Fe que corona la torre de la catedral de Caracas según un modelo en barro ejecutado por López.

Duarte ha destacado la figura del artista Domingo Gutiérrez, al que considera como introductor de las formas rococó en la provincia de Venezuela en la segunda mitad del siglo xviii. Nacido en La Laguna el 12 de mayo de 1709, sus padres residían en la villa de Abajo, de modo que su familia paterna era vecina de la calle de Santo Domingo.

Su obra es muy prolífica y en ella es posible detectar la influencia isleña. Así, en el retablo del Santo Nino de Belén de la iglesia de San Francisco de Caracas (1762-1764) incorpora una disposición de pabellón-baldaquino que aparece en el retablo tinerfeño de la zona de La Laguna y Tacoronte desde finales de la tercera década del siglo xviii. Del mismo modo, para Duarte, el concepto y dibujo de la madera calada de este retablo recuerda notablemente a los del fondo del nicho del Cristo de La Laguna, en Tenerife, ciudad en la que nació y aprendió el oficio.

Pintores, escultores, tallistas y retablistas estimularon los intercambios artísticos entre las dos orillas. Para muchos artistas canarios América representaba más amplias perspectivas y garantías de triunfo. Algunos retornaban a las islas para quedarse definitivamente, otros lo hicieron con la intención de regresar al Nuevo Mundo, trayendo y Ilevando, en este trasiego artístico, formas y soluciones.

En Venezuela permaneció durante trece años (17581771) el escultor y pintor palmero Marcelo Gómez Rodríguez de Carmona (1725-1791). El historiador David W. Fernández sospecha que durante su etapa venezolana es probable que ejecutase algún retablo, aunque no ha sido posible identificar ninguno como obra suya. A su vuelta realiza el retablo mayor de la iglesia de Los Llanos de Aridane (1774) y dirigió la construcción del coro de la parroquia de El Salvador de Santa Cruz de la Palma (1784), ambos con decoración rococó. Según sus propias palabras, en esta última obra había introducido la talla al estilo moderno, formas que quizás tuvo ocasión de conocer en Venezuela, donde su compatriota, el canario Domingo Gutiérrez, había implantado el rococó desde 1760.

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Su otro paisano, el retablista Antonio Luis de Paz, nacido en Santa Cruz de la Palma en 1732, marcha a Venezuela por esas fechas. En 1769 figura como pasajero del buque El Victorioso, que salió del puerto de Santa Cruz de Tenerife hacia La Guaira. No era éste su primer viaje a América, puesto que, según consta del testamento de su mujer, ya había hecho otro anterior. Desconocemos si regresó o no de Venezuela, lo cierto es que no murió en La Palma y que toda su producción es anterior a 1769. En la isla fue autor del retablo mayor de la parroquia de Nuestra Señora de Montserrat de Los Sauces (c. 1760); de los retablos colaterales de la ermita de la Encarnación de Santa Cruz de la Palma (c. 1762), y el de la ermita de San Sebastián en la villa de San Andrés (c. 1762-1766).

No es de extrañar que el retablo venezolano -al igual que el cubano- sea el que más afinidades estructurales y decorativas presente con el retablo canario, especialmente por su barroquismo de carácter tranquilo, con decoración de talla menuda y fina, y su configuración plana, adaptada a las áreas cuadrangulares de las plantas mudéjares de las iglesias.

LA RUTA DEL ARTE: MEXICO-VENEZUELA.

Antes de analizar el legado artístico venezolano en Canarias, es interesante resaltar las relaciones entre México y la antigua provincia de Caracas. De este modo, muchas obras mexicanas que Ilegaron a Canarias en el siglo xviii fueron encargadas por la comunidad canaria establecida en Venezuela. Así, piezas que la documentación recoge como enviadas de Venezuela son, en realidad, de procedencia mexicana, adquiridas a través del activo comercio existente entre los puertos venezolanos, México y Cuba (La Guaira, Campeche, Veracruz y La Habana).

Buen ejemplo de ello da la imagen del Gran Poder de la iglesia de San Agustín de Icod, traída en 1760 desde Caracas por Domingo Hernández Brito, que anteriormente la habla mandado a buscar a México en 1758. Lo mismo podemos decir del bello grupo escultórico de la Virgen de los Dolores, titular de la ermita del Hoyo de Mazo. Las vicisitudes de su llegada a la isla de La Palma se conocen con bastantes pormenores, que resultan de interés porque ilustran los caminos que se seguían y las formas de envío. Sabemos que su. donante, el presbítero don Tomás de Aquino Fernández Riverol, se embarca en 1770 como capellán de la fragata la Palonza isleña, famosa nave palmera que habitualmente hacia la travesía entre Canarias y Venezuela. A su Ilegada a La Guaira encargó una escultura de la Virgen de los Dolores a Veracruz, al tener conocimiento de que allí se vendían imágenes procedentes, a su vez, de la ciudad de México, donde estaban establecidos, como capital virreinal, los principales talleres artísticos. La imagen fue realizada, en efecto, en ciudad de México y desde allí transportada, dentro de una caja y sobre una mula, por el camino real hasta Veracruz. Desde este último puerto fue embarcada con destino al de Campeche, continuando hasta La Habana -escala imprescindible en el viaje de regreso- y Santa Cruz de Tenerife.

(%=Image(8784055,»R»)%) Ello viene a confirmar, por otro lado, que buen número de las imágenes y piezas de orfebrería que Ilegaron a Canarias desde América en el siglo xviii lo hicieron vía Venezuela. En el caso de la platería, la misma dinámica comercial hace difícil conocer con exactitud el centro de origen. De este modo, se constata la recepción de obras mexicanas a través de Venezuela, como el cáliz mareado en México que donó en 1771 Jose González Felipe, cuando estaba a punto de zarpar para el puerto de La Guaira en la Paloma isleña, a la iglesia de Los Llanos. Asimismo, el arca de plata y carey de la parroquia de San Lorenzo, en Gran Canaria, fue mandada a hacer en México en 1760 por el doctor don Juan Agustín Naranjo y Nieto, vecino de Caracas, copiando un cofrecito que tema su madre en mucha estima. El envío a Canarias se hizo desde Caracas, por documento notarial. El profesor Carlos F. Duarte también cita un juego de altar que don Jose Fierro y Santa Cruz mandó de Caracas a su hermano, el canónigo don Francisco Fierro, que tema en un cajoncito, tal y como había venido de México.

JUAN PEDRO LÓPEZ
EN LA TIERRA DE SUS ANCESTROS

Recientemente hemos localizado en la isla de Tenerife varias pinturas venezolanas de los siglos xviii y xix, algunas de las cuales muestran la huella inconfundible del arte del caraqueño Juan Pedro López (1724-1787), el abuelo de Andrés Bello López. Se trata de la serie que guarda el convento concepcionista de Garachico y de un pequeño retablo doméstico del mismo autor existente en una colección particular de la ciudad de La Laguna. Todas ellas, unidas a las que últimamente ha identificado el profesor Duarte en la misma isla, componen una excelente embajada del más destacado pintor venezolano del periodo colonial.

Las pinturas de Garachico fueron expuestas en 1991 con motivo de la muestra: Tenerife secreto: piezas de los conventos de clausura, donde las dimos a conocer como obras de Juan Pedro López. Forman parte de un nutrido y variopinto conjunto de pinturas de escuela venezolana, de las que (únicamente tres consideramos como salidas de la mano del artista caraqueño: dos representaciones de Santa Apolonia y una del Tránsito de la Virgen. Pintadas sobre tablas de madera de cedro, muestran el característico colorido del pintor, brillante y luminoso, en particular en los tonos azules y rojos, así como sus formulas prototípicas para rostros, manes, niños, ángeles, etc., que se repiten -como señala C.F. Duarte de forma casi idéntica en cada una de sus obras. Por lo que respecta al tema de la Dormición de la Virgen, existe otra versión del mismo autor en el convento de San Francisco de Caracas (1752), cuya composición, en términos generales, coincide con la conservada en Tenerife.

(%=Image(9311261,»L»)%) En el mismo monasterio de Garachico encontramos otras dos tablas, con marcos rococó dorados y esgrafiados, que representan las veras efigies de dos imágenes de gran devoción en Venezuela durante la segunda mitad del siglo xviii: la Virgen de Guía y Nuestra Señora del Socorro de Valencia. Como es propio de estos verdaderos retratos, ambas aparecen ataviadas con lujosos vestidos, rostrillos y coronas, plantadas dentro de aveneradas hornacinas arquitectónicas, tal y como se veneraban en sus retablos y camarines. Conforme a su iconografía, la Virgen de Guía lleva cetro en la mano derecha y al Nino Jesús en la izquierda con la bola del mundo. Del mismo modo, la patrona de Valencia viste de luto, con toca monjil y corona de espinas entre sus manos, como era venerada en la catedral de esta ciudad. Ambas advocaciones fueron representadas por López a lo largo de su carrera, de modo que la Virgen del Socorro de Valencia recuerda especialmente la tabla de la colección Asociación Venezolana Amigos del Arte Colonial (1775-1780). Sin embargo, su ejecución difiere del estilo del artista y parecen más bien obra de su circulo o taller.

Como señalábamos en 1991, esta serie pictórica sin duda llegó a Tenerife con las siete religiosas concepcionistas, exclaustradas por el presidente Antonio Guzmán Blanco, que, procedentes de su convento de Caracas, se acogieron al de Garachico en 1887. Una de las tablas -la Santa Apolonia que atribuimos a López- Ileva al dorso el nombre de su propietaria: la Madre Sor Maria del Rosario de la Preciosa Sangre de Cristo (1830-1918), natural de Charallave, Venezuela. En aquella muestra también se expusieron otras dos pequeñas pinturas devocionales de la Virgen de Guadalupe, pertenecientes asimismo al convento de concepcionistas de Garachico: una sobre tabla (posiblemente venezolana), de 1738, y otra sobre cobre, también del siglo xviii, que creemos mexicana.

Las otras pinturas de López se encuentran, como hemos dicho, en colección particular en la ciudad de La Laguna. Son tres óleos sobre tabla que componen un retablo doméstico (42 x 29 x 8,5 cm), cuyas puertas, al desplegarse, forman un bello tríptico. Se halla ejecutado en madera de cedro y presenta una ranura en la parte superior para el vidrio. Como en otros tabernáculos venezolanos de la misma apoca, presenta rizados marcos de rocalla tallada y dorada, acaso obra del tallista canario Domingo Gutiérrez, colaborador habitual de López. En efecto, como señala Duarte, los dinámicos marcos rococó de Gutiérrez parecen adaptarse perfectamente a sus cuadros y viceversa. La escena central representa, la Coronación de la Virgen, en tanto que en las puertas laterales aparecen San Jose con el Niño y San Pedro Papa. La composición de la tabla central coincide con la de los misterios gloriosos de la colección Henry Lord Boulton Núñez de Caracas, fechada, por recibo, en 1781; en tanto que el San José con el Niño se relaciona con otras obras del mismo tema de López, especialmente con el lienzo de la Casa Natal del Libertador, repintado en 1786 por el artista caraqueño.

Orfebrería: Preservación DE UN LEGADO

Por lo que respecta a la orfebrería, las piezas venezolanas conservadas en Canarias Ilegan al archipiélago a partir del siglo xviii, especialmente en su segunda mitad, momento en el que el rococó caracteriza las mejores obras de la platería venezolana.

La destrucción de terremotos, guerras, incautaciones, por los emigrantes isleños a sus parroquias de bautismo, como la concha de plata para bautizar remitida de Caracas a la iglesia de San Bartolomé de Tejina por el vecino Manuel González antes de 1763; el juego de altar y el copón de plata sobredorado que don Manuel Martín de Acevedo mandó de la provincia de Caracas en 1767 y 1768 a la parroquia de Buenavista (Tenerife); y el cáliz y patena que Agustín Alfonso Martel, vecino de Caracas, legó en su testamento, en 1783, a la iglesia de San Marcos de Icod.

(%=Image(5292600,»R»)%) Asimismo, en las islas de Tenerife y La Palma existe un numeroso conjunto de portaviáticos venezolanos con labores repujadas y caladas de estilo rococó. Todos ellos presentan curiosa forma de sagrario cilíndrico, con puerta practicable que gira en círculo para dejar ver el copón interior. Se conservan hasta seis ejemplares, algunos de los cuales fueron adscritos por Duarte al platero caraqueño Domingo Tomás Núñez (santuario de las Nieves, en Santa Cruz de la Palma; parroquia de los Remedios, en Los Llanos de Aridane; e iglesia de San Marcos, en Icod de los Vinos). Otros portaviáticos semejantes poseen las parroquias del Realejo Bajo, Tacoronte y Guimar. Este último fue un obsequio de don Domingo López según inscripción al dorso, mientras que el de Tacoronte fue enviado de Caracas, con anterioridad a 1776, por don Francisco Gutiérrez. Este opulento comerciante, fallecido en Caracas en 1778, remitió igualmente a la sacristía del santuario del Cristo de los Dolores de Tacoronte un cáliz de plata sobredorado rotulado con su nombre y un tabernáculo con la imagen del Santo Cristo de los Dolores, pintado por Juan Pedro López.

También consideramos venezolana la media luna de plata que custodia la ermita de Santiago de Valverde, en la isla de El Hierro. Lleva estrellas en las puntas -como se ve en otras piezas venezolanas del mismo tipo- y cabeza de querubín de facciones mestizas y cuatro alas. Aparte de la inscripción dedicatoria, con la leyenda «A DEVOCIÓN DE JVAN BVTISTA RODIGVES», presenta dos punzones: un león rampante y las letras «TS», que no hemos podido identificar.

Los envíos no terminaron después de la independencia de la colonia, de manera que en la segunda mitad del siglo xix es posible localizar nuevas donaciones y legados. El caso más interesante es el de la hermosa corona imperial de filigrana de oro de la Virgen de la Esperanza de La Guancha, en Tenerife, regalo, según anota el cura ecónomo del lugar en un inventario hecho en 1875, de Sebastian Luis de Avila, «natural de este pueblo y residente en la provincia de Mérida, de donde se la mandó». En ella figuran los siguientes versos: «Esta corona os dedica/ la madre que me crió/ que le debuelbas suplica/ la vista que ya perdió». La pieza conserva todavía el cajoncito de madera de cedro original en la que fue enviada.

A pesar del origen mexicano que Henández Perera le atribuye, pensamos que, por las fechas en las que el párroco escribía, debe referirse a la provincia venezolana de Mérida y no a la ciudad de Mérida, en el estado del Yucatán (México). En este sentido, el profesor Duarte señala que la población andina de Mérida registra una importante actividad orfebre desde el siglo xvii. En la misma iglesia de La Guaricha existe una daga de plata de la Virgen de los Dolores, remitida desde Caracas por don Gregorio González.

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