Entretenimiento

Entre la angustia y el deber periodístico: La emboscada de Los Palos Grandes

19 de abril, 06:15pm. Albermary, Yendry y Eudomar caminan por la primera transversal de Los Palos Grandes, del Municipio Chacao, luego de culminar la jornada laboral. Ellos son periodistas, y se han pasado el día publicando los reportes sobre las manifestaciones. Sin embargo, desde hace aproximadamente media hora, no han recibido mayor información, así que no saben cuál es el estado actual en que se encuentra la calle.

Se debaten la idea de quedarse en la oficina o irse a sus casas, dadas las represiones que hay contra los manifestantes. Finalmente asumen el riesgo.

—Si hoy no nos hubiese tocado cubrir las marchas desde la oficina, ¿ustedes habrían ido? —pregunta Yendry a sus compañeros.
—¡Claro! De hecho, yo quería ir —responde Albermary. Eudomar opina lo mismo.

Cuando van caminando a la altura del Miga’s de Altamira, ubicado en la avenida Luis Roche, el grupo voltea su mirada hacia la Plaza Francia:

—Chamo, mira eso —dice Yendry. En la avenida Francisco de Miranda se observa un gran número de personas, envueltas por una gran nube de gas lacrimógeno. De pronto escuchan una detonación. En tensa calma, las personas se mantienen observando lo que pasa más abajo, a la altura de la Torre Británica. Albermary, Yendry y Eudomar deciden avanzar, pero solo logran caminar una cuadra más.

Al llegar al Friday’s, la situación interrumpe el camino; las personas empiezan a subir trotando la avenida San Juan Bosco. Mientras deciden si avanzar o no, el panorama empeora: las personas ahora están corriendo. Huyen, pero no solo del olor de las bombas, sino de las motos que se acercan.

Los jóvenes periodistas deciden resguardarse detras una Ford Runner blanca estacionada frente al establecimiento de comida. Su deber como comunicadores los obliga a conocer la situación. Ese lugar sería ideal para grabar y tomar fotos. Pero el escondite improvisado no dura ni cinco segundos.

—¡Corran! ¡Vayanse ya! — les insta el conductor mientras abre su vehículo y se va.

Allí comienza el debate: quedarse a preguntar o huir por sus vidas. No tienen máscaras, no tienen vinagre, no tienen resguardo, no tienen nada. Solo queda una opción: devolverse a la oficina.

¿Cobardía? Mejor llamarlo “estar a salvo”. No se sabe cuál de los funcionarios que vienen avanzando en las motos puede detenerse a lanzarte un perdigón (incluso una bala), o llevarte al Sebin, solo por estar en la calle.

—Como si fuese un delito querer regresar a tu casa —piensa Albermary.

Ya no hay tiempo para hablar. Mientras corren hacia la oficina, ubicada en la calle Andrés Bello, tratan de conseguir otro resguardo, al igual que todos los demás que avanzan a su lado, pero no consiguen nada.

Logran llegar al edificio; suben a la oficina. Al entrar, sus compañeros, asomados a la ventana, observan cómo efectivos de la Policía Nacional Bolivariana llegan del norte y del sur para emboscar a los ciudadanos de a pie. Los agreden con perdigones.

Un grupo de jóvenes logra entrar al edificio; hay varios heridos. Una chica tiene heridas en sus brazos y en la espalda. Son treinta marcas, aproximadamente.

Albermary, Yendry y Eudomar, agitados,  ya están a salvo. Pero ahí no termina la jornada. Hay que seguir informando.

Para este jueves, la Mesa de la Unidad llama nuevamente a una manifestación de calle, desde los mismos puntos de concentración que convocaron para el 19 de abril.

Salir da miedo. Mucho. Pero hay deberes que cumplir; hay que hacer lo que hay que hacer.

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