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Es un error pretender evitar lo que está mal

Con ello no estoy diciendo que haya que fomentar lo que está mal, sino que no debe ser un objetivo en sí evitar lo malo.

Cuando evitar lo que está mal es un fin y no una consecuencia del obrar bien, el motor que lo impulsa es el miedo. Y siempre que procedemos desde el miedo, que éste toma el comando de nuestras acciones, restringimos nuestra libertad, se altera el verdadero sentido que debiera tener nuestro proceder, la motivación es inadecuada, se reprime la voluntad y la alegría de obrar bien, y renunciamos, así, al aporte de nuestra genuina responsabilidad.

Se estima que por cada sí que se le da a un niño recibe otros 25 no. No cuestiono el NO en sí, pues el niño necesita de límites y bien dados, con amor. Lo que cuestiono es la mentalidad con que se lo hace. Estamos enseñando (y nosotros mismos fuimos así educados) a que aprendan lo que no deben hacer. Cuando es mucho mejor que aprendan lo que sí deben hacer y cual es el sentido de que procedan de esa manera. Educar para promover sus valores.

Un ejemplo muy sencillo me tocó vivirlo cenando con mi familia en la casa de unos amigos. En un momento previo a la cena tuve en mi regazo a dos criaturas, en el muslo izquierdo a mi hija menor, entonces de 8 meses y en el derecho a la niña de nuestros amigos, de 2 años. Esta última, con su manito derecha, comenzó a pegarle en el rostro a mi hija. Pese al reto del padre, mi hija seguía recibiendo cachetadas, con la suave y descontrolada fuerza de un bebé, pero cachetadas al fin. ¿Me preguntaba que podía hacer? ¿Las separo? ¿La reto yo? o ¿Qué puedo hacer para que trate bien a mi hija? Después de esta última pregunta surgió la idea que fue sumamente efectiva.

Cuando la mano de la pequeña tomó un nuevo impulso con destino de renovada cachetada, le atenué el movimiento con mi mano, sin decirle nada, sin detenerle su delicada manito la acompañé hasta el rostro terso e inocente de mi hija; ayudándole a que se lo acariciara. Y así un par de veces más. Nunca más le pegó. De allí en más todas fueron caricias.

Relata cierto cuento que a un hombre las autoridades del pueblo le ataron las manos.

Así evitaremos que hagas mal uso de ellas -le dijeron. No robarás, no matarás, no golpearás, no escribirás nada que pueda ser nocivo. En una palabra no harás nada dañino con ellas.

Durante años se sintieron orgullosos del resultado. La conducta de este resignado «buen hombre» había sido ejemplar: nada malo había hecho con las manos.

Se necesitó que pasara un poco más de tiempo para que advirtieran que este hombre nunca había acariciado a sus hijos, ni tendido una mano en señal de ayuda, ni reparado ningún daño, ni construido nada valioso con ellas, ni escrito nada. Avergonzados liberaron al pobre hombre de su injusta condena preventiva. Con dolor notaron que tanto fue el tiempo transcurrido que las manos del infortunado estaban atrofiadas.

Cuando sólo nos ocupamos de no hacer algo malo, atrofiamos nuestra capacidad de obrar bien, ocultamos nuestros verdaderos valores y cercenamos nuestro espíritu.

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