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Fotografía-Robert Doisneau: La vida plena de amor y humor

“Del oficio a la obra” (1) del francés Robert Doisneau se exhibe en la Fundación Henri Cartier-Bresson hasta el 18 de abril. En cien imágenes se muestra otra mirada del fotógrafo que inmortalizó París. No se exhibe la conocida fotografía “Le baiser de l’Hotel de Ville”.

 

I

Otra vez vuelven a “reunirse” para “dialogar” silenciosamente, como otras tantas veces lo hicieron, dos íconos de la historia de la humanidad que compartieron durante sesenta años la pasión por la fotografía y la fraternidad. Robert Doisneau, ante su ausencia física y la anuencia de otros, tomó los espacios de la Fundación Henri Cartier-Bresson (HCB), en París, el 13 de enero, para dejar ver las imágenes seleccionadas, entre colecciones y el estudio del creador, otra visión de su obra. Así sus consecuentes seguidores y, por qué no, los detractores de oficio, podrán percibir la ciudad temporal, plasmada con dignidad. Los textos presentados en el catálogo correspondieron a Agnes Sire y el ensayo, «La ilusión de un momento», a Jean-François Chevrier. Éste refiere la necesidad que tenía el fotógrafo para “recoger lo que se estaba perdiendo y dejar la memoria de este pequeño mundo que amaba”.

 

Las imágenes fueron hechas por Doisneau, en la ciudad luz, entre 1930 y 1966. Los formatos y las impresiones de las fotografías son íntimas y clásicas: blanco y negro (plata sobre gelatina) y un formato hasta 30 x 40 centímetros.

La amistad entre Doisneau y Cartier-Bresson se gestó al finalizar la II Guerra Mundial. Ambos trabajaron en la agencia Alliance Photo, convertida en Adet, y precedente de Magnum. Cartier-Bresson, uno de los fundadores de esta última, lo invitó varias veces a unírseles, pero él prefirió quedarse en Rapho. El primero venía de una familia pobre y el segundo de una familia pudiente. El primero viajó dentro de sus propios barrios y suburbios, casi toda su vida; el segundo recorrió el mundo, sin ninguna contemplación ni concesión geográfica. El primero se comprometía social y políticamente con los hechos; el segundo atrapaba el contexto con estética, siendo su compromiso únicamente con las “Imágenes en fuga” (Images à la Savette), conocido como “El momento decisivo”, planteamiento exclusivamente: plástico-intuitivo-conceptual. Ambos socializaron y fueron influenciados en su juventud por artistas reconocidos en diversos medios expresivos. Ambos trabajaron en blanco y negro y con economía de recursos: el primero con Rolleiflex, aunque trabajó con 35 mm; y el segundo tuvo durante años el visor de la Leica en su ojo.

Robert Doisneau, por Henri Cartier-Bresson, Paris, 1986. © Magnum Photos

II

Doisneau, el amoroso y gentil, se desplazaba, lo narró en diversos ocasiones,  con sus 50 kilos de peso, sus 163 centímetros de altura y las cámaras Rolleiflex o Leica, aunque usó formatos mayores, sus compañeras en la travesía urbana, fotografiando lo que conocía y sorprendía: la multitud anónima, para el resto de la humanidad, y los personajes de su tiempo. El adentro y el afuera de las calles. A veces, se ocultaba detrás de su boina, símbolo de la resistencia, para  pasar desapercibido. Desde los 19 años se dedicó los fines de semana a saborear las calles, y a hacer reportajes a la libre, sobre lo que veía. Todos lo conocían. Siempre bromeaba, aseguran quienes lo conocieron, y alentaba a la gente a dejarse fotografiar o simplemente los atrapaba­: in fraganti, con la cámara a la altura de la cintura. Era como un bufón con la extensión de un cíclope: en sus fotografías no hay dolor. Exploró con la misma sutiliza irónica y respetuosa a la alta sociedad, sin importar las nacionalidades. A través de la fotografía aprendió a conocer al hombre. Nunca ocultó ni rechazó sus responsabilidades éticas y asumía, de igual modo, sus errores y las pequeñas mentiras.

Él se crió en la pobreza, y la retó. En ese espacio sórdido encontraba amor, pasión, sentido de humor y lealtad ante los otros. Puede que se señale que parte de su obra haya sido una puesta en escena, pero ¿qué es la vida? Tomando las palabras del dramaturgo Antonin Artaud, se dira que Doisneau, sabía “cómo se traficaba ahí adentro”.

Juegos africanos, 1945. © Atelier Robert Doisneau

III

Gentilly vio nacer a Doisneau el 14 de abril de 1912. Según sus propias palabras era “un lugar feo, de mal olor y usado para verter la basura”. Su madre falleció cuando él tenía siete años y su padre fontanero, aspiraba a un futuro mejor y estable para su hijo, de ahí la feroz disciplina y la educación impartida. Su infancia y adolescencia transcurrió en las márgenes del río Bièvre.  Doisneau se burlaba de sí mismo, así logró vencer y trascender su complejo y timidez, quizás, al situar sus ojos detrás de la cámara. Logró imágenes de su tiempo, de manera discreta e indiscreta, al andar con modestia, fidelidad y sensibilidad social. Acariciaba y protegía sus imágenes como si fueran niños de la calle, sin familia. Los niños son protagonistas de buena parte de su obra, están siempre felices en sus juegos o simulando ser adultos. Él fue, también, un niño travieso e inquieto.

Estudió, a finales de los años 20, en la Ecole Estienne, en París, recibiéndose como grabador y litógrafo. Descubre la potencialidad creativa y comercial de la fotografía (1931) siendo asistente del artista André Vigneau, especialista en reproducciones de obras de arte, promoción industrial, arquitectura y moda. Al concluir el servicio militar se casó a los 21 años con Pierrette Chaumaison, con quien tendrá dos hijas. Trabaja para ganarse la vida y acepta una vacante como fotógrafo industrial en la fábrica Renault (1934-38), en Billancourt. Esos años reafirmaron que no estaba hecho para los horarios y la rutina: ¡lo suyo era la calle!

Antes de la II Guerra Mundial trabajó y publicó algunas fotografías con cierta independencia. Se alistó y sirvió como soldado de infantería, al enfermarse, a causa del frío, fue desmovilizado a los pocos meses.  Hizo  documentación falsa para la resistencia, salvó a judíos, comunistas y fugitivos. No le gustaba hablar sobre su participación en guerra, porque no se consideraba un héroe. Se conocen pocas fotografías del período bélico y de la liberación de la ciudad francesa, porque su compromiso era ayudar a la gente. Contribuyó con la Confederación General del Trabajo (CGT) y estuvo afiliado al Partido Comunista de Francia.

El auto fundido,1944.© Atelier Robert Doisneau

 IV

Doisneau trabajó para Rapho, primera agencia de fotoperiodismo francesa, fundada en 1933 por Charles Rado, Brassaï, Émile Savitry, Ergy Landau e Ylla (Camilla Koffler) y Raymond Grosset, asociado desde Nueva York en 1946, durante cincuenta años, en ese peregrinar realizó asignaciones para Vogue, Life, Femme, Le Point (Pierre Betz era el director) L’Excelsior, Vrai, Picture Post y La Vie Ouvrière y L’Humanité. Viajó por varios países, aunque no se sentía cómodo fuera de su entorno. Tuvo el privilegio de conocer y ser uno de los protagonistas de la fotografía eurocentrista, que definió el estilo y el movimiento periodísticos de la escuela francesa de postguerra, y el culto al reportaje humanista. A groso modo se mencionan a varios de los fotógrafos que aún laceran y avivan los sentidos con su obra: Eugene Atget, Izis, Brassai, Willy Ronis, André Kertész, Martin Munkacsi, Robert Capa, Man Ray, Ergy Landau, Hans Silvestre, George La Faille, Édouard Boubat, Jean-Philippe Charbonnier, Jean Dieuzaide, René Maltête, Janine Niepce y Sabine Weiss.

De igual modo, el periodismo y sus propias inquietudes, le dieron la oportunidad de compartir, fotografiar y entablar amistad con actores, vagabundos, músicos clásicos y callejeros, proxenetas, obreros, cantineros, prostitutas, intelectuales de diversas nacionalidades como: Jerry Lewis, Pablo Picasso, Jacques Prevert, Jacques Tati, Saul Steinberg, Daniel Pennac, George Simenon, Sabine Azema, Robert Delpire (editor, ex director de la HCB y responsable de la primera edición (1958) en Francia de “Los Americanos” de Robert Frank), Maurice Baquet, Fernand Léger, Irving Penn (la HCB presentará en mayo la exhibición de sus “Les petits métiers”), George Braque, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Albert Camus, Jean Cocteau, Alberto Giacometti, Orson Welles y Juliette Gréco.

Doisneau tuvo conciencia de lo que labró, a su ritmo, la iconografía de los barrios clásicos (populares y burgueses) y las periferias, donde habitaban o pululaban repartidos geográficamente los ciudadanos franceses en las márgenes y alrededores del río Sena: Belleville, Montmartre, Saint-Germain des Prés, Passy et le Marais, Pigalle, Barbès,  Ménimontant, Bastille, Montparnasse, Champs-Elysées, Porte de Clignancourt, Saint-Ouen, Montreuil, Boulogne-Billancourt, Vincennes o Neuilly-sur-Seine  (de éste proviene el presidente Nicolas Sarkozy).

Los tugurios en Ivry, 1946. © Atelier Robert Doisneau

V

Él, sin ningún complejo reconoció, entrado en años, la importancia de la disciplina y la constancia en el hacer diario. Tuvo reconocimientos gracias a su tenacidad, a los amigos que creyeron en su sensibilidad y arrojo. Ellos oían sus preocupaciones, le hacían observaciones o le daban el visto bueno a sus reportajes, aunque los temas tratados no fueran nada románticos. Doisneau presentaba a sus protagonistas de manera amable, sensible y, sobre todo, cargado de inconmensurable humor. Estaba fotografiando a sus iguales: ¡él no era un fuera de lugar! A muchos de los personajes les regaló su fotografía.

Declaró en varias oportunidades que ya no era lo mismo hacer fotografías en la calle: “Hay una enorme agresividad, la gente no coopera en absoluto y el aspecto de los barrios es muy distinto. Nadie tiene tiempo. La gente ha perdido la frescura. Cada vez es más difícil hacer fotografías en la calle. La gente te demanda si se reconoce en la fotografía. Vamos a tener que utilizar extras”.

Exhibió su obra individual y colectivamente dentro y fuera de Francia desde 1949. Claves fueron para su carrera: “Cinco fotógrafos franceses” con Izis, Henri Cartier-Bresson, Brassaï y Willy Ronis, y “La Familia del hombre” (1955), curadas por Edward Steichen, Director de Fotografía del MoMA. Obtuvo, entre otras distinciones: el Premio Kodak (1947), el Premio Nicéphore Niepce (1956 y 1957), el Gran Premio Nacional de Fotografía en Francia (1983) y el Premio de Balzac (1986).

La obra de Doisneau se exhibe y puede ser adquirida en galerías del mundo. Aunque apuntó que “repudiaba la imposición de los galeristas a la numeración de las fotografías”. Probablemente lo anterior, se deba a su formación como fotoperiodista.

Él era partidario de la democratización del hecho fotográfico y no que una minoría tuviera el privilegio de disfrutar de sus fotografías. Desde 1992 sus familiares, entre ellas sus hijas Francine y Annette, tienen bajo su custodia la responsabilidad el preservar y difundir una memoria de más de 450.000 negativos. Se  han publicado, desde 1946, cerca de treinta libros sobre la urbe parisina de su autoría.

 

 

La nariz en el espejo, 1953. © Atelier Robert Doisneau

VI

«La fotografía es muy subjetiva. La fotografía no es un documento sobre el cual pueda hacerse un informe. Es un documento subjetivo. La fotografía es un testigo falso, una mentira…”, le habría declarado Doisneau, a los investigadores de arte y fotógrafos Paul Hill y Thomas Cooper en 1977. Además, agregó: “Siempre estoy tratando de comprender al individuo que soy. Pero existe la restricción continua de enfrentar la vida cotidiana. Crece una especie de furia como resultado de que no somos enteramente libres. Entonces comienza una especie de lento hervor interno hasta que finalmente explotamos. Después, abruptamente surge la exasperación que en un momento se traduce en una necesidad de ser llenado por la maravilla, una necesidad de una clase de felicidad del ojo y una necesidad de mirar con intensidad y coraje y quizás una necesidad de moverse hacia adentro”.

Blaise Cendrars, escritor suizo, autor de la novela «El Hombre Fulminado», lo conoció en 1946. Desde entonces fueron profundos amigos. Él escribió en una carta: «(Doisneau y yo) tenemos muchos puntos en común, como para no encontrarnos más de una vez en el dédalo de los suburbios, un clima óptimo para novelar y el ambiente ideal de fotografiar, uno a la búsqueda de una idiosincrasia de corrupción permanente y el otro detrás de la recuperación y de lo pintoresco que se escapa, los dos comulgando en el interés por lo real».

Como ironía, o para no perder la candidez de su despedida con humor, Doisneau, amoroso y sin complicaciones, falleció en Montrouge, el suburbio que lo acogió al sureste de París: el 1 de abril de 1994, el mismo el día en que hizo la fotografía más difundida y vendida en la historia: “Le baiser de l’Hotel de Ville” (1950). Fue enterrado en Raizeux junto a la tumba de Pierrette, su esposa.

Si se le pudiera garabatear un epitafio en su tumba, sería: “Yo inmortalicé tu luz, toda. Si existiera la máquina del tiempo, lo volvería a hacer: Paris, te amo”. (2).

Fútbol en Choisy le Roy, 1945. © Atelier Robert Doisneau

 

 (1) “Du métier à l’œuvre”.

(2) “j´ai inmortalicé ta lumière, en entier. Si la machine du temps existait, je le ferais à nouveau: Paris je t´aime”.

Agradecimiento:

Jessica Retailleau, Janine Vigas, Manuel López, Manuel Arguinzones y Gabriel Nicolas.

 

Fuente:

Fondation Henri Cartier-Bresson

2 impasse Lebouis – 75014 Paris

tel: +33 1 56 80 27 03

fax: +33 1 56 80 27 01

www.henricartierbresson.org

Diálogo con la fotografía, Paul Hill y Thomas Cooper, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1980.

Foto, España. Año XVI, # 192. Diciembre, 1998.

Life en español, 20 de marzo de 1961.

El País Semanal, Número 1140, 02 de agosto de 1998.

www.artcurial.com

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