Jinete insomne
«El poeta no sólo sabe imaginar. Puede sentir lo que ocurre a su alrededor, lo que sucede lejos de su siglo, lo que quizás nunca suceda, haya sucedido o pueda suceder. La poesía no es el equilibrio de la pluma, es el gran desequilibrio del poeta ante esta ficticia realidad que lo abruma. Él es un hipersensible de alma sin coraza. Reside y no reside en este mundo. El poeta vive muy lejos en lo profundo de su ser, pero desde allí fija su vista en el mundo, y como Nietzsche, parece sopesarlo y mensurarlo; pero por otra parte, «enfermo de ternura» se hunde en las entrañas de las luchas y los dolores del mundo y algunas veces disfruta de sus alegrías; si digo algunas veces, es porque el poeta desfondó su ser y a ese recipiente roto de luz y de belleza la alegría le duele al saber que manan los momentos sin tiempo de las fugas.
Tirso Vélez, acribillado por este tiempo sin nombre todavía en una de nuestras aceras fronterizas, nos confirma, así, que jinete insomne, el poeta cabalga estrellas hasta el amanecer. Vivo, bajo el granado trigal de la noche insomne, rumorosa de viento alto y de luceros, barco de larga travesía, ola lenta de fuertes resonancias, cabalga que cabalga las estrellas a caballo en las crines de la mar. Jinete insomne, cabalgando la vida entera en el paisaje que se beben sus pasos; como si la tierra que camina fuese enarbolando magias que su pupila deshace en versos de madrugada, para reencontrar el hombre que las habita; allí entre esos horizontes que dan cuenta del mundo, el poeta construye su equipaje frugal de pájaros y neblinas, para no perder jamás la vasta hondura que lo contiene. Se va jineteando la vida, pero convocando el galope que resuena sobre la hierba, que hace cauce en el viento, que toma impulso en el corazón del hombre, cuando se asoma, asombrado, a las claves que le ofrendan las palabras que murmuran los árboles. Sentado en el bostezo de la neblina, le seguirá tirando besos a la aldea. La poesía no perecerá jamás.