Entretenimiento

Juan González HABITACIONES

Juan González siente la necesidad de hacer visible y tangible la realidad que a veces no somos capaces de percibir. Esta realidad está ligada a los espacios que habitamos, o que existen, sin poder renunciar a su ocultación, a la experiencia que va unida a ellos y a una especie de acción-documentación de los mismos.

Según Manuel Delgado, la serie «Habitaciones» nos invita a penetrar en una vida privada, privada de ser vida: la de las monjas de clausura. Las imágenes nos muestran un hueco, una habitación deshabitada, camas y sillas hiperesquemáticas -camas puras, sillas puras, entre cuatro paredes perfectas- a la espera de un cuerpo que se autoelude, que se escamotea a la simple mirada, se escabulle. Aparentemente las fotos no muestran a nadie. No es exacto: la persona -la religiosa- está ahí, en carne y hueso. Lo que ocurre es que se muestra en su naturaleza última, en su esencia más material, como prueba de que -está demostrado- lo que más pesa siempre es el espíritu. En algunos casos el cuerpo físico -obsérvese- se ha transformado portentosamente en una muñeca o un crucifijo. En los demas casos, aunque no veamos a nadie, ella está ahí, solo que en tanto que ser por fin invisibilizado, anonadado, nihilizado. Si su dios se hizo carne entre nosotros; ella se ha hecho aire. Vive, en efecto, sin vivir en ella.

En opinión de Agustín Pérez Rubio en esta serie de fotografías Juan González explora la vida de un espacio cerrado en sí mismo, un lugar que está destinado a no ser visto ni estar habitado por cualquiera. Un convento de clausura es ese espacio extremadamente habitado, y a su vez deshabitado, un lugar donde la austeridad, junto a la privacidad de todo lo que acontece en su interior nos es negado y ocultado. Así, siempre que se nos niega algo, siempre que existe una cierta censura en un acto, ello automáticamente nos aumenta y nos activa nuestras «ganas por». De esta manera la mirada voyeurística de cada uno se ceba sobre estos lugares rastreando todo el espacio para saber un poco más de aquel lugar o de los seres que lo habitan.

Pero, ¿cómo y de qué manera Juan González plantea su realización, y cuál es su verdadera finalidad?. Como muy bien explica él mismo: en «habitaciones» exploro el mundo de las monjas de clausura, cómo son, cómo viven y cual es su cotidianeidad. Ante la imposibilidad de entrar en este mundo privado y oculto, y sin tener especial interés en ello, mi propuesta consiste en enviar una «sonda», una sencilla cámara en manos de las propias monjas, y recoger luego las imágenes desvinculándome del acto fotográfico y de mi mirada personal. En una búsqueda de lo neutro. De esta explicación de Juan interesa resaltar, sobre todo, el carácter proyectual de esta serie, no planteada en relación a la experiencia del fotógrafo como hacedor de imágenes y sobre todo a la carga performativa que el acto de ofrecer una cámara a las propias monjas para autoretratarse -porque en definitiva «habitaciones» son una serie de autorretratos o retratos de ellas mismas- constituye un acercamiento por una parte lejano y neutro por parte del artista, y cercano y fiel por parte de las mismas monjas.

El resultado de todo ello se aprecia al contemplar la serie en su conjunto, puesto que si bien nos parecen estas celdas casi iguales, podemos apreciar en el despojo y desnudez de sus interiores pequeñas pistas, pequeños rastrojos que en nuestras miradas acechantes se convierten en pequeños destellos de vida, en recuerdos, en momentos y en situaciones que nos hacen imaginar a cada una de las retratadas. Todas ellas forman esta serialidad, esta concepción única e idéntica de convento, de clausura, de pobreza, de austeridad, pero también en este colectivo, dentro de estos espacios iguales, nos diferenciamos cada uno de nosotros por nuestros pequeños detalles.

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