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La Épica del Desencanto

(%=Image(4066741,»LRCN»)%) Para entrar en “La épica del desencanto”. (Caracas: Alfa, 2009. 254 p.) de Tomás Straka (1972), una obra en la cual él desea desentrañar de nuevo los rasgos del culto venezolano a Simón Bolívar (1783-1830) y tratar de explorar las interacciones y entrelazamientos entre bolivarianismo, historiografía y política entre nosotros, se requieren a nuestro entender unos presupuestos básicos porque siempre se nos presenta a los venezolanos que a la hora de estudiar al Libertador que nos encontramos con este hecho básico: es, como escribió Germán Carrera Damas (1930): “Imposible dar un paso por la vida venezolana sin tropezar con la presencia de Bolívar” (“El Culto a Bolívar”. 2ª.ed. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1973,p.21) o el maestro Pedro Grases (1909-2004): “Es difícil, si no imposible, dedicarse en Venezuela a temas de índole histórico cultural, sin tropezarse con la personalidad de Simón Bolívar, el Libertador” (“Obras”. Barcelona: Seix Barral, 1981, t. IV, p. XVII).

Y hay un solo camino para interpretarlo bien. Así lo señaló Grases al anotar “Hay que leer directamente los textos. A Bolívar no hay que defenderlo; Bolívar se defiende solo, lo que hay que hacer es estudiarlo, asimilarlo, comprenderlo, como hombre. Entenderlo en su grandeza, sin bajarlo a nuestra mediocridad. No hay que apearlo de su caballo. Está muy bien en su caballo en tanto que la devoción sea un magisterio y no simple admiración. A Bolívar hay que interpretarlo en el drama de la acción que quiso realizar, entonces es una de las piezas esenciales de la civilización universal” (“Reflexiones personales” en Obras. Barcelona: Seix Barral, 1989, t. XVIII, p.365). Y ello sin olvidar la insinuación de don Augusto Mijares (1897-1979), en la primera línea de su biografía del Caraqueño: “Exigir a un autor que sea objetivo al narrar una vida apasionante, es un contrasentido” (“El Libertador”. Caracas: Editorial Arte, 1964, p.1).

LA SOMBRA DE BOLIVAR

Y ello porque Bolívar siempre será para nosotros el héroe, la figura tutelar bajo cuya sombra ha vivido la nación, el siempre presente, el gran intuitivo de Venezuela, el primer caraqueño, el alero al cual se acogió Venezuela en sus horas más graves. Bolívar el constantemente interrogado, sobre todo en las instantes más difíciles, el siempre invocado. Héroe no solo por las grandes estrategias de sus campañas sino porque forma parte de esa familia seres humanos, de todas partes del mundo, que nos cautivan porque “causan asombro, admiración o respeto, y en algunos casos compasión” como indica el historiador británico Paul Johnson en su caracterización de estos seres (Héroes. Barcelona: Ediciones B,2009,p.14), personas, hombres o mujeres, que se caracterizaron por su virtud, generosidad y valentía.

Nos hemos referido a aquellas oscuras horas de la disolución nacional en el siglo XIX: tal durante la Guerra Federal (1859-1863), en esos caóticos siete años que van de 1863 a 1870, aun apenas mirados como se debiera, o desde la ruptura de la paz en 1892 hasta la llegada de los andinos a Caracas en 1899, e incluso hasta 1903. En esas horas el Libertador estuvo presente en las conciencias de las gentes, tanto que pudo escribir Guillermo Morón que entonces: “Tal vez porque las profundas raíces de la unidad de la cultura popular, la igualación social del viejo mestizaje y los nexos del idioma español, fueron suficientemente sólidos; tal también por el culto a la heroicidad, la sombra de Bolívar, el recuerdo de los héroes epónimos, un patriotismo a la antigua, convocó en las plazas públicas, en las pocas escuelas, en la voz de algunos hombres ejemplares y en la tradición popular, las escasas fuerzas de la soberanía histórica” (“Breve historia de Venezuela”. Madrid: Espasa Calpe, 1979, p. 181-182), notables frases estas que deberían esculpirse en las paredes de nuestra ciudades para que las gentes las lean cada día. Allí la presencia del Libertador fue acicate para esperar días mejores.

PARA ESTUDIARLO

Pero para comprenderlo hay que estudiarlo, directamente, en sus papeles, leídos como el indicó deseaba ser comprendido, tal como él pidió ser leído en su carta a su amigo Guillermo White (c1764-1834), “Tenga Ud. la bondad de leer con atención mi discurso, sin atender a sus partes, sino al todo de él” (“Escritos del Libertador”. Caracas: Sociedad Bolivariana de Venezuela, 1983, t. XVII, p.416). Pero a la vez que hay que partir de este principio, considerado por J.L. Salcedo Bastardo (1926-2005) el método preciso para leerlo, hay que añadir los siguientes materiales que nosotros sugerimos: 1) atención en todo momento a los sucesos de su biografía y no sólo a sus ideas. 2) debemos acotar que sus concepciones tienen gran importancia, diríamos que esencial, porque el fue un intelectual y serlo es darle más importancia a las ideas que a las personas, como sugiere el historiador británico Paúl Jonhson. Pero si seguimos sólo sus ideas, que es lo que hacen los historiadores de las ideas, equivocándose muchas veces porque estudian línea a línea sus renglones pero dejan de lado la acción que en un político como el Libertador es fundamental, él era un activista. Y fue el primer político nuestro, esto tampoco hay que perderlo de vista, en que hubo un flujo constante entre ideas y acción. Pero él no se explica sin mirar cada uno de sus pasos. Es en este punto donde El contrato social (1762) de Juan Jacobo Rousseau (1712-1778) es básico, allí está el tipo de sociedad que él quiso crear: democrática y liberal; 3) pero el análisis del Libertador además de lo ya indicado debe detenerse en sus grandes momentos psicológicos, en todo lo que le enseñaron los avatares de su acción; 4) por ello siempre que se estudie a Bolívar hay que tener a la mano, al lado, sobre nuestra mesa de trabajo, un ejemplar de “El príncipe” (1513) de Nicolás Maquiavelo (1469-1527) para entender al político. Y si bien Bolívar criticó a su edecán Daniel Florencio O’Leary (1801-1854) por leer “El Príncipe” él lo había hecho desde muy atrás, con atención, tanto que su frase “si la naturaleza de opone” la ha encontrado, no textual, Manuel Caballero en el penúltimo capítulo de “El Príncipe”; 5) hay verlo como una criatura de la historia; 6) buscando siempre lo sustantivo en él, dejando de lado la red de adjetivos que nada explican. Sin el realismo político que no enseña Maquiavelo y que él utilizó no se le puede comprender, esa la tarea que hay que hacer ante él.

EL CULTO A BOLIVAR

El libro de Tomás Straka es relativo al culto al Libertador, pero él ha encontrado tal ángulo de expectación, de análisis, que nos ha logrado ofrecer un libro sustancial y sustancioso, el cual se aleja completamente de aquellas obras que utilizan a Bolívar como un arma política, la cual siempre nos impide el análisis porque ante el Libertador, insistimos, estamos ante una criatura de la historia. Un personaje, también es verdad, que ha logrado atravesar la barrera de los siglos, por ser su vivir y sus experiencias esenciales para un pueblo. ¡Y hay de la nación que no tenga a su Héroe¡ Los que a esos sucede no tienen identidad.

Y hay que insistir en el punto, como lo hace Straka, que si bien las manifestaciones falsas del culto a Bolívar deben siempre se criticadas y abandonadas, tal como aquella que él cita: “Todo está sintetizado en el Libertador. Sencillamente todo” (p.196) como se leyó un día en las columnas de “El Heraldo” caraqueño.

Pero la devoción venezolana a nuestro hombre tiene otra cara: fue, y creemos que es su mensaje lo que dio unidad a Venezuela, por ello vivimos bajo esa ala, bajo el cual todos los pueblos viven porque todos tienen su figura egregia. Y pobre el país, repetimos porque ese esencial, que no tenga su héroe, porque no tendrá ni dirección hacia donde dirigirse, ni entidad.

Y todos los pueblos han rendido culto a sus héroes, a sus figuras egregias, a sus hombres representativos. Si bien el Panteón Nacional puede ser visto como la máxima representación del culto oficial a Bolívar en verdad es más, es el lugar donde está la huesa que hay que recordar. La iglesia laica de la plaza del Panteón vale tanto para nosotros como la abadía de Westminster en Londres, El Escorial, en las afueras de Madrid, el Cementerio de Arlington en Washington o la Valhalla alemana, cuyas filas de tumbas miran al río Rin.

Es por esto mismo que observa Straka “a veces estas críticas a la ‘religión bolivariana’ van al otro extremo y descuidan lo que, también, de positivamente inspirador pueda tener el Libertador para los venezolanos” (p.164).Y reitera “el culto a Bolívar… (es) rasgo esencial de nuestra memoria nacional” (p.208-209). Y añade: “siguiendo a Luis Castro Leiva (1943-1998)… la base de nuestro ethos republicano es una combinación original, ingeniosa del catolicismo y ese conjunto de ideas cívicas que nosotros encerramos, descubrimos y no pocas veces atribuimos al bolivarianismo” (p.209).

EL LIBRO

Casi al abrir “La épica del desencanto” nos indica Tomás Straka insiste en la importancia que los venezolanos hemos dado al historicismo. Historicismo es la “Tendencia intelectual a reducir la realidad humana a su historicidad o a su condición histórica” como leemos en el Diccionario esencial de la lengua española (Madrid: Espasa, 2006, p. 782). Fue esto lo que llevó a decir a Carrera Damas: “La historia es quizá el ramo del conocimiento que más ha pesado hasta el presente en el complejo cultural venezolano. Las diversas expresiones de nuestra cultura histórica exhiben huellas de una fuerte carga histórica, manifiesta no solamente en la que sería normal integración de sus componentes, sino también en la presencia de la Historia como disciplina básica en la elaboración de los múltiples productos culturales” (Historia de la historiografía venezolana. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1961, p. X). Todo lo observamos los venezolanos a través del tamiz de la historia, por ello ante todo suceso siempre nos preguntamos de dónde viene, por qué sucede esto, cuál fue su génesis, de allí lo amplio de nuestra bibliografía histórica. Y de allí también la abundancia de obras con registros históricos en nuestra literatura, en nuestro teatro, en nuestras artes plásticas, en nuestro cine. En verdad la historia es el centro de Venezuela. No se puede entender a Venezuela sin ella y sin interrogar los libros de nuestra literatura en muchos de los cuales nuestra historia está imaginada, vista más allá del documento, logrando muchos veces más penetración que la que logran los libros de historia porque los creadores logran llegar al meollo del suceder humano, a lo que no pueden atrapar los papeles de la historia y sí la intuición del escritor de ficción.

Tomás Straka ha vuelto a mirar el culto a Bolívar porque, como él lo escribe, “cada generación escribe su historia” (p.223). Esto es tan importante que el maestro dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) indicaba “Cada generación debe justificarse críticamente rehaciendo las antologías, escribiendo de nuevo la historia literaria y traduciendo nuevamente a Homero” (Obra crítica. México: Fondo de Cultura Económica, 1960, p. 232). Por eso cada promoción venezolana vuelve a redactar la vida de Bolívar desde que Felipe Larrazábal (1816-1873), un hombre de la generación de 1830, escribió la suya que fue el libro más popular en Venezuela a todo lo largo del siglo XIX, aparecido el mismo año de la primera edición, en la Revista Literaria, de la “Biografía de José Félix Rivas” de Juan Vicente González (1810-1866), el segundo más famoso libro de esa centuria, a lo que se unió más tarde Eduardo Blanco (1838-1912) con “Venezuela heroica”. ¿Y no nos debe llamar la atención que los tres libros más leídos por los venezolanos en el siglo XIX hayan sido tres libros de historia y no una novela como sucede en tantas naciones? Y de allí, desde “La vida de Bolívar” de don Felipe Larrazábal, desde 1865, podemos seguir el caminar de las generaciones escribiendo la historia de Bolívar: Luis López Méndez (1863-1891) redactó la de los positivistas; Augusto Mijares (1897-1979) la de los hombres de 1918 y 1928, que son una misma generación en dos etapas, como acotó Fernando Paz Castillo (1893-1981); José Luis Salcedo Bastardo, Tomás Polanco Alcántara (1927-2002) y José Luis Silva Luongo (1930-2007) la de aquellos que actuaron en nuestra vida pública desde mediados del siglo XX hasta que se presentó la militarada en 1992. Y estos últimos no ha podido volverlo a hacer: no se han logrado escribir ningún libro de valor porque el de J.R. Nuñez Tenorio, que examina Straka con buen ojo, fue impreso en Caracas en 1975 y no en Chile, en donde apareció su segunda edición, y no es para nada una contribución a algo porque para nada su autor conocía y manejaba la documentación bolivariana. Y Nuñez Tenorio no pasó de ser una medianía como profesor de filosofía, no le conocemos ninguna contribución ni siquiera al marxismo. Murió en paz y nos dejó en paz, como Federico Brito Figueroa (1922-2000), para utilizar la frase del general Gómez al enterarse de la muerte de un antagonista. XXX
Y esto sin contar la inmensa bibliografía sobre el Libertador: en 1942 don Pedro Grases registró 1546 impresos de y sobre Bolívar en un repertorio (Catálogo de la exposición de libros bolivarianos. Caracas: Biblioteca Nacional, 1943. 239 p.) y en 1986 solo la entraba “Bolívar, Simón” de otra obra, compilada por el maestro Manuel Pérez Vila (1922-1991) y Horacio Jorge Becco (1946-2005), registraba 681 títulos (Bibliografía directa de Simón Bolívar. Caracas: Universidad Simón Bolívar,1986. XXIII, 405 p.). Y en el epígrafe del mismo volumen don Manuel citaba este pasaje de Guillermo Morón (p.XV):”Seguramente habría que dedicar toda la vida de trabajo de una docena de especialistas para poner en orden de la lectura la inmensa Bibliografía Bolivariana” (“Reflexión heterodoxa a propósito de Simón Bolívar”, Revista Nacional de Cultura, Caracas, n/ 250,1983,p.121-133).

SU ESENCIA

La esencia de “La épica del desencanto” la hallamos cuando al leerla, es un libro apasionante, tanto que por momentos los hemos leído como si siguiéramos las pista de los personajes de una novela, nos damos cuenta que Straka nos ofrece sus análisis sin ningún tipo de prejuicios, que son siempre juicios previos, sin rencores sociales de ningún tipo, que desgraciadamente aparecen tantas veces en las obras sobre Bolívar. En cambio él lo hace diáfanamente, aceptado al triunfador que fue Bolívar, lo fue porque fue fiel al proyecto vital y por haber sido uno de los pocos que logró realizar sus sueños. Y todo lo hace aquí Straka también lejos del “bolivarianismo escuálido”, tan nefasto como el chavista: porque ambos usan al Libertador como arma política en su combate por el poder. Y eso, desde el punto de vista de la investigación histórica es erróneo. Hay obras actuales en las cuales se intenta examinar a Bolívar pero quien aparece, así no lo mencionen, es el presidente Chávez, aunque a veces sólo sea visible su espectro, como sucede también en el Cesarismo democrático (Caracas: Empresa El Cojo, 1919. VIII,307 p.;2ª.ed.aum.Caracas: Tipografía Universal, 1929. VIII,349 p.) de Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936) quien nunca cita Gómez pero Don Juan Bisonte está presente siempre tras sus renglones.

Y esto es importante porque las obras sobre el Libertador están llenas de los recovecos psicológicos de sus autores, a veces parecen memorias personales.

Hay quien ha negado toda la posibilidad de que los venezolanos sintamos afecto por Bolívar, pasión por sus acciones, que él pueda ser para los venezolanos, y lo ha sido, y lo es hoy en medio de la anarquía que vivimos, consuelo, refugio y acicate, cosa que explicitó Carrera Damas en el controvertido capítulo IV de El culto a Bolívar, tanto que el tutor de su tesis, el doctor Joaquín Gabaldón Márquez (1906-1984), debió hacerle una acotación aclaratoria, la conocemos por haber copiado Carrera al inicio de su obra en señal de comprensión. Y esta observación del querido don Juaco las que nos hace comprender cual es el significado del afecto que sentimos los venezolanos por Bolívar. En otras es la aflicción por el país, tan válida psicológicamente como el desencanto del que nos habla Straka.

Hay otros casos en que los autores usan a Bolívar en sus combates políticos con otros. Y entonces visten a Bolívar con las ideas, que no tienen que ver con el Caraqueño, de aquellos a quienes adversan, aplicándole al Libertador concepciones que él no tuvo. Sabemos que estas observaciones nos darían materia para todo un ensayo.

En tal trabajo habría también que dedicar espacio a un hecho: la mayor parte de los autores de libros sobre Bolívar, salvo las excepciones lógicas, se han copiado unos de otros, fíjese que no decimos plagiado, porque ese es otro asunto. Y las copias son tantas que el verdadero estudioso de Bolívar debe leer con atención para darse cuenta de quien ha sido tomada tal o cual idea, tal o cual desarrollo, muchas veces hechos sin consultar la documentación bolivariana, que es de donde hay que partir. Esto es tan grave que prácticamente en aquella inmensa masa de papel solo se salvan hasta hoy 303 títulos, según nuestra propia observación, que son en verdad los que hay que leer para estudiar a nuestro hombre. Desde ellos es que hay comenzar la interpretación, previa la lectura, sino es imposible, de los papeles del propio Libertador que el la edición actual de los Escritos del Liberador, que llega en este momento hasta el 28 de agosto de 1824 se encuentran 9749 documentos, los cuales hay que leer para poder conocerlo, sin hacerlo toda interpretación que se intente sería inválida.

Y unos autores se han copiado a otros porque los venezolanos, esta es una gran falacia nacional, creen que por haber estudiado a Bolívar en la escuela primaria y en la educación media conocen al grande hombre. Grave error: para ser certeros en el análisis de Bolívar hay que dedicar o toda la vida o una muy buena parte de la faena intelectual para poder llegar al meollo de las razones que lo hicieron actuar.

Y esto es importante porque muchas veces las obras sobre el Libertador parecen más bien autobiografías de sus autores y no discretas obras históricas. Sucede muchas veces, demasiadas, aquello que observó la agudeza de Germán Arciniegas (1900-1999), “El caso ha venido repitiéndose como una constante desoladora sencillamente porque cada cual hace su propia historia cuando escribe la de otros” (“Bolívar:¿un misterio?”, El Nacional, Caracas: Octubre 19,1983, Cuerpo A,p.6). Y esto hay que evitarlo.

EN SU ENTRAÑA

Por qué llegamos a donde estamos es la pregunta central de “La épica del desencanto”, esta es la base del desencanto latinoamericano. No nos gusta la sociedad que tenemos pero tampoco no hemos puesto a crear la que deseamos. De allí el abismo en que estamos, habitamos en “los días de caos” que alguna vez advirtió José Ignacio Cabrujas (1937-1995).

Tomás Straka en “La épica del desencanto” nos muestra como ha leído la documentación y las obras en la cual se basa su análisis leyéndola “con calma y el sentido crítico que merece” (p.204), mira así con extremo cuidado “el culto a Bolívar, esa épica fundacional de nuestra República” (p.139) porque “Venezuela ha hecho del historicismo la base ideológica de su proyecto como nación. Sin importar cuán raídas estén, en ellas, como recuerdo de tiempos mejores, encontramos inspiración y consuelo” (p.9).

Anota Straka sobre la entraña de los que nos desea mostrar es: “El problema de la relación entre historia y política, de la relación entre las lecturas políticas de la historia y las justificaciones historiográficas de lo político, es el que ocupará estas páginas” (p.9), “La necesidad de entender cómo fue que llegamos a donde estamos, qué es un concreto lo que encierra el Libertador, cuyo nombre al parecer es un ensalmo que sirve para todo; cómo es posible que con base en su gesta de hace dos siglos se pretenda construir un futuro, ha hecho que más de uno repase lecciones olvidadas en sus días escolares o se ponga, cosa impensable hace años, a leer libros de historia” (p.10).

Por ello la necesidad de “estudiar el historicismo bolivariano, adentrarnos en algunos de los caminos y fases que se nos insinúan, es estudiar algo que en Venezuela va bastante más allá de los ideológico, lo político e incluso lo historiográfico. El país que busca lustre con el uniforme apolillado del abuelo, tiene una relación mucho más honda, sociocultural, psíquica, vivencial con él, que cualquier otro que simplemente evoca a un héroe o a un pasado primordial para un fin político determinado” (p.10).

Así “el problema no es si Bolívar está o no de acuerdo con algo, el problema es: ¿por qué debe estarlo?¿Por qué hacerle tanto caso a lo pensado por un hombre, cuyas virtudes que por demás no negamos, de dos siglos atrás? ¿Por qué un venezolano no puede simplemente disentir de Bolívar, como en efecto lo hemos hecho tantas veces, como lo hicimos en 1826 y 1830, y por eso no convertirse es una especie de traidor a al patria?¿Por qué toda propuesta debe buscar coincidencias con el Libertador para que sea legítima?” (p.11).

De allí este libro: “son dos…los objetivos de los trabajos que acá se presentan: primero, demostrar cómo el debate en torno a la memoria de Bolívar ha sido, pero sobre todo sigue siendo, fundamental en el diseño de la república venezolana…Segundo…el de la historia como forma de ‘representación social’ y la historiografía como parte de la historia cultural, es decir, no solo como ‘historia de la historia’ sino como la de toda la cultura que la produjo” (p.13-14). Así intenta su libro “ser una especie de anverso y reverso del Bolivarianismo viéndolo en ambas caras de su curva: cuando empezó a cuestionársele…y cuando se erigió como gran lenitivo para nuestros males en el siglo XIX” (p.14). Y continúa: “La hipótesis que esperamos delinear…es que se trata de un problema de envergadura: el de la redefinición de nuestro proyecto como país, el del modelo de democracia que en cuanto tal queremos y del rol que la memoria del Libertador puede tener en la misma” (p.24), “Del bolivarianismo como fundamento ideológico del proyecto nacional venezolano desde el siglo XIX, y sus encuentros y desencuentros con el proyecto democrático del siglo XX” (p.62), “Se trata de una bipolaridad nacional…de la ‘oposición entre el optimismo lírico y el pesimismo sistemático’, que nos caracteriza” (p.113)

LOS GRANDES LOGROS

JUAN VICENTE GONZALEZ

Entre los grandes logros analíticos que encontramos en “La épica del desencanto” deseamos destacar algunos. Tal su estudio sobre Juan Vicente González (1810-1866), el verdadero fundador del culto a Bolívar, cosa que no se le ha reconocido. Nos explicamos: el culto a Bolívar no se inicia en 1842 con el traslado de los restos del Libertador a Caracas ni a los pocos meses, ya en 1843, con la Descripción de aquellos actos redactada por Fermín Toro (1806-1865). El culto a Bolívar lo comenzó el licenciado González, hombre tan sabio que en Caracas lo llamaban “tragalibros”, también “el literato monstruo”. Gonzalez fundó el culto a Bolívar cuando, desde 1831, inició la publicación de los textos con los que formó en 1842 su libro Mis exequias a Bolívar (Caracas: Imprenta de El Venezolano, 1842. 104 p.). Y había que ser valiente para haber hecho aquello desde 1831 años en que imperaban al más cerril anti-boliviarianismo en nuestra elite política, la que se negó por años en reconocer aquella figura esencial de la venezolanidad, e incluso a cumplir el voto del propio Libertador en su testamento en ser enterrado en Caracas. Pero mientras aquello acaecía González publicaba cada año una de aquellas espléndidas prosas, fundamento de nuestro romanticismo literario. Por ello fue él quien fundó el culto a Bolívar, “la naturaleza me ha hecho boliviano” dijo una vez, boliviano, como se decía entonces, no por Bolivia sino por Bolívar. Así en 1842 fue González quien fundó y aclimató la devoción bolivariana entre nosotros. En 1827, joven estudiante universitario, había visto al Liberador en Caracas y quedó fascinado, fue gracias a las reformas de la universidad hechas por el Libertador que González se pudo graduar porque era hijo natural y no podía probar su limpieza de sangre, asunto eliminado por Bolívar en la reforma republicana de nuestra alma mater. El 17 de diciembre 1842 cuando Gonzalez, en la esquina de la Trinidad, recitó unos versos alusivos aquel día, ante el féretro de Bolívar, debió sentirse feliz porque aquel era un acto de justicia.

Pero era Juan Vicente González, y esto nos lo hace ver Straka muy bien, un gran desencantado de Venezuela, había visto aquella “edad de oro” caer, como llamó al gobierno deliberativo, vio la tiranía de los Monagas, que lo sacó de su cátedra universitaria, el horror de la Guerra Federal (1859-1863), durante la cual él fue el corifeo de los centrales y la gran disolución ética. Estaba tan desencantado al final de sus días que al morir su amigo Fermín Toro dijo que había muerto el último venezolano olvidándose de si mismo quien también lo era, lo sería once meses más tarde, como indica el ojo zahorí de Straka.

AQUELLA TRILOGIA

Un segundo hecho que deseamos destacar es la forma como Straka explora la trilogía de grandes hombres formada por Eduardo Blanco, Vicente Lecuna (1870-1954) y Tito Salas (1887-1974): el primero escribió con emoción nuestra epopeya, el segundo la documentó con los papeles en la mano, el tercero pintó esa historia. A Blanco y a Tito los denomina Straka “los rapsodas” (p.99) quizá por la razón que primero hay que relatar lo que pasa de boca en boca, como entre los griegos lo hizo Homero, y mas tarde interpretar, que fue lo que hizo el doctor Lecuna en esta caso, después que aquellos dos o se habían fascinando por la epopeya, caso Blanco o la habían imaginado con el pincel, caso Tito Salas. Ellos trataron a poner al desencanto latinoamericano la luz de aquellos logros, reaccionaron contra el canto del “fines patriae”, dicho incluso por el Libertador en su grave y depresiva carta a Juan José Flores (1800-1864), treinta y siete días antes de morir (Noviembre 9,1830), y luego por Manuel Díaz Rodríguez (1871-1927) en la última línea de Ídolos rotos y por el maestro Rómulo Gallegos (1884-1969) en un pasaje de El último Solar, su primera novela. Y ellos no fueron los únicos. Todo ello rematado en nuestros días por un pensador venezolano, quien como Cabrujas, Juan Nuño (1927-1995) y Francisco Herera Luque (1927-1991) tanta faltan nos hacen en estos días trágicos. Carlos Rangel (1929-1988), a quien nos referimos, escribió en las primeras tres líneas de su libro más difundido: “Los latinoamericanos no estamos satisfechos con lo que somos, pero a la vez no hemos podido ponernos de acuerdo sobre qué somos, ni sobre lo que queremos ser” (Del buen salvaje al buen revolucionario. 15.ed. Caracas: Criteria,2005,p.29).

Hay que decir hoy que Eduardo Blanco fue con Venezuela heroica (Caracas: Imprenta Sanz,1881. XII,266 p.), y con su novela Zárate (Caracas:Imprenta Bolívar, 1882.2 vols), publicada meses más tarde, el fundador también del tratamiento de la violencia en nuestra literatura. Y hay que recordar que Venezuela heroica fue de tal forma acogido que en 1881, el año de su publicación tuvo dos ediciones, lo cual fue un grandísimo logro en aquella Venezuela donde poca gente sabía leer. Pero la segunda edición tiene el significado de ser la definitiva por en ella don Eduardo le añadió varios capítulos que no estaban en la primera, que solo recogía los “cuadros históricos”, así los llamó, de La Victoria, San Mateo, Las Queseras, Boyacá y Carabobo. En la segunda (Caracas: Imprenta Sanz,1881. XXII,599 p.) colocó además de las mencionadas los “cuadros históricos” de El sitio de Valencia, Maturín, La invasión de los seiscientos, La Casa Fuerte, San Felix y Matasiete, por ello si la primera edición tenía 266 páginas la segunda tenía casi el doble: 599 páginas. Y hay que añadir también que ambas ediciones fueron editadas en la Imprenta Sanz, propiedad de don Felipe Tejera (1846-1924), quien mucho ayudó a Blanco a corregir y pulir aquel libro impar. En la imprenta de don Felipe estaba la Independencia entera presente: el era nieto del licenciado Miguel José Sanz (1756-1814). Y apenas habían pasado en aquel año sesenta años de la batalla de Carabobo. Por lo tanto la edición de Venezuela heroica aparecida en 1883 no fue la segunda sino la tercera edición. Y desde allí no ha dejado de editarse.

También don Eduardo, que fue lo que los anglosajones llaman un “good looking man”, posó para Arturo Michelena (1863-1898) cuando este pintó su legendario “Miranda en La Carraca”, cuadro tan perfecto que siempre que lo volvemos a mirar sentimos que el Precursor está a punto de pararse del camastro y venir a darnos la mano.

¿HISTORIOGRAFIA MARXISTA O VALLENILLISTA?

Un tercer hecho que deseamos recalcar ante “La épica del desencanto” es el estudio que realiza Straka de la génesis de la historiografía marxista venezolana, tendencia de escasos logros, solo deberíamos apuntar a Carlos Irazabal (1907-1991) y a Miguel Acosta Saignes (1908-1989) porque Federico Brito Figueroa casi no se le puede considerar historiador porque lo que hizo fue desfigurar nuestra historia, como lo hizo en el caso de Ezequiel Zamora (1817-1860), su libro sobre aquel caudillo es sólo un arma política, todo lo cambió y alteró para probar una tesis preconcebida e inexistente, como ha sido bien probado por Adolfo Rodríguez (La llamada del fuego. Caracas: Academia Nacional de la Historia,2005. 377 p.) y además se han encontrado documentos zamoristas por él citados a los que le agregó renglones que no estaban en sus originales, como lo ha demostrado Asdrúbal González (Noticias de la Guerra Larga. Caracas: Feduez,2005,p.64-65).

Y en el caso de la historiografía marxista lo que Straka ha logrado ver no puede ser más agudo: más influyó en su formación la presencia de las obras de don Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936) grande historiador que el barbudo gruñón de Traveris, observación zahorí de Straka y muy bien probada.

Pero, claro, que si hubo, y era imposible que ello no haya sucedido, influencia del pensamiento de Carlos Marx (1818-1883), y el uso de sus metodología en algunos historiadores venezolanos, entre los cuales hay muy diestros conocedores del marxismo como Manuel Caballero o el italo-venezolano Alberto Filippi e incluso el propio Carrera Damas. Pero a varios de ellos les sucede, como pasó a Carlos Irazabal con el mejor de sus libros, Venezuela: esclava y feudal (Caracas: Pensamiento Vivo, 1964. 233 p.), que cuando se separaban de las anteojeras del marxismo veían mejor nuestra experiencia colectiva y podían interpretar mejor nuestra realidad.

EL GENERAL LOPEZ

Subrayaríamos el capítulo sobre Eleazar López Conteras (1883-1973), uno de los pocos intelectuales que han ocupado la presidencia del país, verdadero estudioso de Bolívar por lo cual el general López vio en las ideas de Bolívar un elemento de cohesión para la nación, que en los días de su gobierno recuperaba las libertades democráticas. Y además aplicó, como nos lo hace ver muy bien Straka las ideas militares del Libertador a la institucionalización del Ejército Nacional que para el momento en que él gobernó tenía apenas treinta y cinco años de haberse formado como un verdadero Ejército Nacional profesional, había comenzado a actuar en 1910. Hay que pensar bien este hecho: en 1901, por ejemplo, nuestras Fuerzas Armadas sólo estaban compuestas por trescientos hombres, casi todos provenientes de las “tropas colecticias” (Santiago Gerardo Suarez) de las guerras civiles. Por ello que la Academia Militar de Venezuela se haya fundado en 1810 no puede ser citado como señal de un ejército con doscientos años de existir porque las tropas existentes fueron escasas, la formación de muchos oficiales casi nula hasta el siglo XX. Lo que hubo desde el momento en que se iniciaron las treinta y nueve revoluciones que hubo en el país, guerras civiles desde que Julián Infante, el año 1830, se alzó en los llanos hasta, setenta y cuatro años más tarde, con la batalla de Ciudad Bolívar (Julio 21,1903) hubo en el país guerras civiles que muchas veces fueron motines y sublevaciones, los contingentes que pelearon en ellas fueron armados por los propios caudillos, véase lo que fueron en el pasaje de Vicente Cochocho de Las memorias de mamá Blanca (París: Le libre libre,1929. 285 p.) de Teresa de la Parra (1889-1936) y antes en El sargento Felipe (Caracas: Tipografía Herrera Irigoye, 1899. 187 p.) de Gonzalo Picón Febres (1860-1918) o en El recluta (Caracas: Biblioteca de Autores y Temas Falconianos, 1978. 191 p.) de Virginia Gil de Hermoso (1857-1913), obra que estaba escrita al morir su autora aunque fue publicada sesenta años más tarde. Es por ello que terminadas estas contiendas con la batalla de Ciudad Bolívar se impuso la necesidad de organizar un ejército nacional disciplinado y bien formado. Y como la doctrina castrense del Libertador era coherente el general López la usó y divulgó. El era, hay que reconocerlo siempre, además de la inmensa deuda que Venezuela tiene con él, un bolivariano auténtico. Bolivariano en el sentido que da a este término el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua,”perteneciente o relativo a Simón Bolívar… a su historia, a su política” (Diccionario de la Lengua española,ed.2001,t.II,226). Ser bolivariano no es pertenecer a una facción política, es ser venezolano, por ello Venezuela siempre ha sido una república bolivariana sin que ello hubiera que decirlo explícitamente porque tácitamente es así. El Libertador es el padre, el gestor, el fundador. Y lo hizo con la espada en una mano y con la Constitución en la otra, por él formulada, en la otra.

CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO

El capítulo del libro de Straka sobre la Iglesia y Bolívar, más bien sobre los historiadores de la Iglesia venezolana, hecho a partir de lo esculcado por el jesuita vasco Pedro Leturia (1891-1955) en el Archivo Vaticano. Nos hace ver como no son menores las contribuciones de monseñor Nicolás Eugenio Navarro (1867-1960) y del propio arzobispo José Humberto Quintero (1902-1984) a quien nada le gustaba mas que ser llamado “cardenal bolivariano”. Quintero logró también rematar en 1964 con la firma del “modus vivendi” con la sede apostólica lo que su gran antecesor Ramón Ignacio Méndez (1773-1839) había iniciado y no logrado. Fue Méndez prócer y hombre de Iglesia, en la diestra llevaba la espada y en la otra el breviario, de hecho peleó sobre su caballo en la batalla de El Yagual (Octubre 11,1816). Esta parte de “La épica del desencanto” no podía haber sido concebida sino por un católico, quien como Straka es también historiador eclesiástico y creyente, de hecho este libro suyo ha sido puesto bajo la advocación de San Fidel y Santa Caliopa. Straka sabe entender lo que significan las ideas religiosas en la vida de los pueblos, en este caso con relación a nuestra vida pública, la política incluso. Y a todo lo largo de esta parte Straka, con gran ingenio, analiza, comprende y precisa, llegando incluso entender, con las pruebas en la mano, que no fue un acto conservador, derechista dirían hoy, del Libertador cuando se dirigió al Papa en plena guerra, en 1820, a través de Fernando Peñalver (1765-1837) y José María Vergara (1792-1857), previo paso por Londres de ambos para que don Andrés Bello (1781-1865) redactara en latín el documento de acercamiento a la sede romana (Marzo 27,1820) que se pueden leer en los escritos del sabio (Obras completas. Caracas: La Casa de Bello, 1981,t.VIII,p.457-469). Y el Libertador se acercó a la jerarquía y pidió al Pontífice el nombramiento de los nuevos Obispos, entre los cuales hubo dos patriotas, Méndez y Mariano de Talavera y Garcés (1777-1861), sino que fue una acción política muy bien pensada porque sabía claramente el significado que el cristianismo tenía para el pueblo grancolombiano. Se insinúa aquí por Straka otra forma de mirar los días de la “dictadura” de Bolívar en 1828, gobierno de emergencia que sigue pidiendo otros análisis, menos prejuiciados.

Y además, el Libertador terminó romanista, e incluso teólogo como indica Straka, cuando hizo pública, en su proyecto de Constitución para Bolivia (1826), su concepción de que “En una constitución política no debe prescribirse una profesión religiosa… La religión es la ley de la conciencia” (p.226-227) por lo cual, según el cardenal Quintero, se acercó a las concepciones del Concilio Vaticano II (1962-1965) cuando esta asamblea consagró en una de sus declaraciones el derecho a la libertad religiosa (ver su Bolívar. Caracas: Editorial Arte,1980,p.14), asunto impulsado por el obispo polaco Karol Wotjyla, mas tarde Juan Pablo II (1920-2005). Todo este tan interesante fragmento de su libro es una contribución, y no pequeña, de Straka, a “la historia del pensamiento teológico venezolano, capítulo esencial en la historia de nuestras ideas, insólitamente descuidado hasta el momento” (p.238). Porque además, su correlato, la historia eclesiástica, como apunta, “no es un capítulo aislado y sin interés para el resto del colectivo, sino que es el reflejo de ese colectivo en las reflexiones de sus pastores” (p.242).

(Leído en la sesión inaugural de “Los tertulieros se reúnen”, celebrado en la Fundación Francisco Herrera Luque, en Caracas, la tarde del Jueves 22 de Octubre de 2009).

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