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La Nuestra Novia

(%=Image(1136335,»R»)%) 1492. El año del destierro. Judíos y musulmanes establecidos en España descubrieron, bajo la amenaza de la reconquista cristiana, los usos y las costumbres que impone el exilio. Obligados, nuevamente, a desplazar la memoria y defender su herencia, los judíos lograron transplantar en tierras extrañas la entidad que levantaron en Sefarad.

Geográficamente dispersos, espiritualmente emparentados, los descendientes de los judíos expulsados de la Península Ibérica recibieron en el tiempo la denominación de origen que los mantendría agrupados hasta hoy:
serfardíes (en hebreo, sefaradim, españoles). Marruecos, Egipto, Libia, Túnez, Argelia, Grecia ,Turquia, Portugal, Holanda, Francia, Alemania y Bulgaria acogieron, en su primera escala, a los herrederos de una cultura alimentada por la Torá -la ley inamovible del pueblo errante- y la España de la Edad de Oro.

Entre ellos, un pequeño grupo, en su mayoría oriundo de Castilla, se radicó en el norte de Marruecos, preservó «hasta un punto sorprendente su individualidad» y se aferró «a la jurisprudencia, las costumbres, las tradiciones y la lengua traída de Sefarad». Ese grupo, autodenominado los nuestros, retrató fielmente en el libro homónimo de Alegría Bendelac, luchó como ningún otro por salvarse de la asimilación cultural a la que, en parte, ya habían sucumbido los judíos del interior y del sur, muchos de ellos descendientes de judíos establecidos en marruecos desde tiempos del imperio romano.

Así, en los mellah (en arabe, barrios judíos) de Tetuán, Tamger, Arcila, Alcazar, Larache, Chauen, Ceuta y Melilla; en convivencia con la pobalación predominante musulmana del país y de la región, los nuestros -estimaciones sugieren que nunca llegaron a ser más de 25.000- recrearon en las estrechas callejuelas la vida que jamás dejaron atrás, e incorporaron a su particular herencia costumbres auténticamente locales.

Los recién expulsados, esos que optaron por llamarse forasteros a sus correligionarios del sur, permanecieron a tal punto como grupo distinto que incluso crearon con el tiempo un idioma propio, la jaquetía, una particular mezcla, esencialmente oral, de español antiguo, hebero, árabe peninsular y local.

Concidencias de origen.

(%=Image(4528736,»L»)%) De las costumbres ligadas al ciclo de la vida, la celebración del matrimonio entre judiós de Marruecos combinó con singular encanto una extraordinaria riqueza de símbolos y rituales emparentados con la fe y, en ocasiones, con la supertición.

En materia de bodas,los sefardíes de Marruecos mantenían, claro está, numerosas coincidencias con las tradiciones de los judíos de distinto origen (agrupados bajo la denominación ashkenazies), en gran parte, por el respeto a la letra de los textos sagrados. Las similitudes compartidas con los sefardíes de otros países iban, por aquello de su procedencia común, más allá de lo preceptos religiosos. Las eventuales diferencias solían estar en la denominación de la costumbre o en el día de su celebración.

Hay, sin embargo, lo que podría ser una excepción. Se registra precisamente, entre los judíos de Marruecos, el país donde las celebraciones relacionadas con el matrimonio comenzaban más temprano: entre diez y quience días antes.

La noche de novia, también conocida como noche de paños de alheña o beberisca no tiene, al parecer, una ceremonia equivalente fuera de Marruecos. El saftarray, por ejemplo, nombre que recibía el sábado anterior de la boda entre los judíos de Marruecos, es conocido, en las comunidades serfafdíes de Turquía y Grecia como shabat de besamano y almosana respectivamente. Si bien hay discusión sobre el significado ritual -según algunos es el sábado en el que, por última vez, uno debe preguntarse si se ha de casar o no; según otros, hace alusión a la fiesta de despedida que celebran, por seaparado, el novio y la novia- en los tres países corresponde al sábado que precede al matrimonio y marca anuncio de una boda.

Igual sucede el dia de la ketubbah (en Marruecos era el domingo anterior al casamiento), en el que los testigos, padres y familiares se reunían para establecer, en el contrato de matrimonio, las genealogías de ambas familias y las condiciones del enlace «conforme a las costumbres y arreglos de las santas comunidades expulsadas de Castilla». Lo mismo aplica para el traslado y exposición del ajuar.

(%=Image(7906797,»R»)%) Con el vestido de bodas, objeto de la exposición (*), también hay semejanza que descubren parte de la herencia que los judíos de Marruecos tienen en común con el resto de sefardíes. Conocido como el traje de paños o berberisca, en alusión directa ala ceremonia celebrada en Marruecos el día antes del matrimonio, se usaba, hasta que la moda europea logró colarse en el gusto local para las «grandes ocasiones».

Confeccionado en terciopelo y lujosamente ornamentado con bordados en hilo de oro, recibe en Marruecos el nombre de keswa el k-bira. Con equivalentes similares en las comunidades judías de Turquía, Grecia, Argelia y Bulgaria -así los sugieren textos y testimonios- el traje de ceremonia hoy simplemente traje de boda, tenía un uso que se extendía mucho más allá de la ceremonia nupcial.

En Marruecos la novia recibía el traje como regalo de su padre y, ya casada, lo seguía luciendo en las apariciones públicas de importancia. Hay crónicas que atestiguan su uso el sábado de saftarray, el día del baño ritual (establecido en un precepto), la noche de barberisca y el día de la ceremonia religiosa que, según la ley judía, debía celebrarse el miércoles («una virgen se casa el cuarto día; una viuda, el quinto»). También hay reportes de mujeres vestidas de paño el día de la circuncisión y en las pricipales festividades del calendario judío.

La presencia de trajes de ceremonia relativamente similares en algunos de los países en los que se establecieron los judíos expulsados en el siglo XV es una coincidencia que inevitablemente conduce a España. De las referencias de autores que se han detenido en las comparaciones («es semejante al de la mujer salamantina»; su falda recuerda «al mantelo de nuestras provincias del noroeste»; el vestido evoca «la pompa de la España opulenta del Renacimiento») se podría «deducir provisionalmente que el vestido de terciopelo y oro debe mucho a algunas de las provincias españolas de las que precedemos», sugiere Sarah Leibovici en su trabajo Nuestras bodas sefarditas.

(%=Image(8902158,»L»)%) La dificultad, sin embargo, está en separar «lo auténtico de lo adoptado». «¿Quién imitó a quién?», se pregunta Leibovici. «¿Se inspiraron nuestras bisabuelas en las bodas cristianas? ¿O conservaron las mujeres de la Península Ibérica algo de las moda judías, tras la expulsión, por el natural contagio debido a las numerosas conversiones?». Al planteamiento habría que agregar el influjo musulmán en la Península después de siglos de permanencia, un legado que explicaría las reminiscencias auténticamente morunas que algunos dicen ver en el traje.

Curiosamente el vestido de ceremonia permaneció indisolublemente ligado a la noche de novia celebrada en Marruecos, al punto que al ser conocido también como traje de berberisca (nombre que recibe, a su vez, la noche de novia) muchos hicieron, y continuan haciendo, la conexión natural «traje de la mujer berberisca», en alusión a los berberes, población indígena del norte de África y quizás los primeros habitantes de Marruecos. Así, el traje y la ceremonia se unieron en uno, cuando, paradójicamente, todo parece indicar que su origen es completamente distinto.

«Una vez y no más»

La berberisca, celebrada la víspera de la ceremonia religiosa, conmemora el día en que la novia abandona la casa paterna para comenzar una nueva vida. En efecto, esa noche duerme con su suegra, quien la inicia en el arte de la seducción (era la suegra para no poner en juego la relación de pudor y respeto entre madre e hija).

La machta, una mujer con experiencia en vestir novias (el traje, como se verá, consta de varias partes y un elaborado tocado) colma de bendiciones a la desposada (hay quienes cuentan que le espolvoreaba azúcar) y dirige los cantares de boda (entre ellos, por Dios la nuestra novia) que, entretanto, entona la familia. Las mujeres, muchas también vestidas de paño, se pintan las manos con alheña (henna), siguiendo una práctica árabe que se supone trae suerte. Con henna también se dibuja una mano de cinco dedos (hamsa) en la puerta de la casa, como conjuro contra el mal de ojo. Ya vestida, la madre toma un espejo, rápidamente lo pone delante de su hija e inmediatamente lo aparta hacia atrás, diciendo «una vez (un esposo) y no más».

Finalizado el rezo vespertino, los familiares del novio acompañados por los hombres de la hebrá kadisha (en hebreo, santa sociedad; se ocupa, entre otras funciones religiosas, del rito funerario) caminan en procesión hasta casa de la desposada. Durante el trayecto reclaman a viva voz: «ay danos a la novia que por ella venimos, si no nos la day, a la ley volveremos».

(%=Image(9301374,»R»)%) La novia la, siempre con los ojos cerrados (para que «lo primero que vea al abrirlos sea aquel a quien, en lo venidero, habrá de considerar como único dueño y señor») es entonces conducida por las calles de la judería entre -cantares en español y en hebreo-, guargualás (gritos de alegría de origen árabe o berber) y la mirada de los vecinos. Se Camina tan lentamente, escribió Isaac Benchimol en 1888, que «la expresión «andar como una novia» se volvió proverbial. La hebrá lleva velas encendidas y una gran farola, como símbolo de las puertas de luz, el conocimiento y la claridad que se necesitan para acertar el camino», precisa Rica Cohen en un texto sobre la celebración.

Ya en casa del novio, la suegra da la bienvenida a su nuera con un vaso de agua y azúcar para que su vida sea «pura y dulce». La novia recibe entonces un pisotón de su futuro esposo, en señal, dicen algunos, de «dominio y sometimiento». En ocasiones, la novia se lo devuelve. Entonces, estalla la risa.

Hay diferencias en los relatos sobre lo que sucede después. Según algunos testimonios la novia se sienta simplemente en un sillón dispuesto en la cámara nupcial para recibir las bendiciones y los honores de los asistentes. Otros Informantes, en cambio, incluyen en su descripción un trono de tres puestos (madre, suegra y novia) adornado con mapots, los forros de terciopelo y oro que recubren los rollos de la Torá. Ese es el trono que invariablemente está presente en todas las ceremonias religiosas antiguas. Recreaciones más contemporáneas de la noche de novia conservan la presencia del trono, pero incorporan en su decoración nuevos elementos, muchos de marcada inspiración moruna.

Indistintamente, la presencia de las mapots, en una o ambas celebraciones, no es fortuita. El traje de paño o de berberisca que envuelve a la novia es, precisamente, similar a los forros de la Torá. El paralelismo, explica Cohen, busca resaltar el papel de la mujer en el judaísmo quien, al no tomar parte activa en los ritos religiosos es, en ese sentido, discriminada. Así, en un intento de hacerla caer en cuenta de su rol, «la novia es comparada con la ley la madre del judaísmo. Como tal, ella en sí es un tesoro cuyo secreto el hombre debe descubrir, proteger, querer y respetar para poder engendrar un pueblo mejor».

(%=Image(4852048,»L»)%) Si bien un precepto del Talmud (base de la legislación rabínica) establece que «la hija queda bajo la potestad del padre hasta que él la entrega antes del matrimonio al futuro marido», la práctica de llevar a la novia en procesión, como sucede en la noche de berberisca, pareciera tener su origen en una costumbre musulmana local (judíos marroquíes refieren su existencia) o quizás en una tradición berber que los judíos del sur, los forasteros, habrían adoptado después de siglos de convivencia.

En todo caso, a la berberisca, independientemente de su origen, debemos la permanencia del traje de ceremonia que durante siglos usaron las mujeres sefarditas y que hoy conservado de generación en generación, lucen las novias de ascendencia marroquí en una recreación de la noche de novia. En Venezuela, donde el judaísmo marroquí vive plenamente su identidad, hay familias que, si no conservan el vestido o lo tienen en mal estado, encargan la confección de una réplica, lo restauran o lo recrean con partes antiguas compradas aquí y allá. Todo, para rescatar en sus hijas una tradición ancestral que no se resigna a morir.

Hilar fino

Hoy, reconocen algunos autores, es posible constatar y reconstruir el itinerario de la inmigración judía española en Marruecos gracias a la supervivencia del traje de ceremonia.

La keswa el kbira, siempre confeccionada en terciopelo, es similar en todas las juderías de Marruecos que adoptaron su uso. Las pequeñas diferencias generalmente están en el color (verde o azul en las ciudades del interior; rojo granate en las de la costa y el sur; negro y morado particularmente en Tetuán), en el estilo y la disposición de los bordados, y en el corte o la botonadura de ciertas piezas. En algunas regiones de Marruecos los trajes guardan un parecido mayor con el vestido de la mujer sefardí de otros países. Eso sí, el lujo es común a todos. Fueron precisamente los hijos de Sefardad quienes introdujeron en Marruecos la
fabricación del hilo de oro (los musulmanes ejecutaban ya extraordinarios trabajos en hilo de seda).

(%=Image(5115583,»R»)%) El traje de berberisca se compone de una serie de piezas que, en conjunto, le imprimen esa incomparable riqueza visual que tanto se le celebra. El tocado y el maquillaje son igualmente objeto de cuidados. La novia lleva una ornamentada corona y usualmente trenzas largas (crinches), generalmente postizas; luce los ojos ennegrecidos con khol, los pómulos rojos y al igual que la mujer árabe, pequeños puntos blancos y rojos sobre su tez. Enmarcan el rostro las aljorsas, zarcillos largos y empedrados. Las joyas, en general, deben ser abundantes (si es posible, un anillo en cada dedo). En efecto, «la novia judía usa todas las que puede disponer y pide prestado las que pueda necesitar».

Punta o peto: chaleco o corselete que cubre el pecho. En terciopelo profusamente bordado con hilo de oro sobre cuero o cartón, es la parte del vestido que usualmente se conserva en mejor estado.

Kasó o cazoto: entallada chaquetilla que se usa sobre el peto (la forma del escote varía).

También lujosamente bordado, generalmente tiene mangas muy cortas para que la novia pueda lucir sobre los brazos fina gasa con hilillos de oro. La botonadura varía (en algunos trajes se prescinde de ella; en otros, los botones son de terciopelo, tejidos en oro o de filigrana de plata).

Chialdeta, zeltita o faldeta: falda de la indumentaria. Muy amplia, abierta por completo (el largo de la base puede alcanzar tres metros), adornada en la parte inferior con ricos bordados o galones de oro (muchas veces en forma de franjas circulares). Usualmente formada por tres paños, se repliega de izquierda a derecha.

Ukaya: faja de seda roja con franja de oro que se coloca detrás de la falda a modo de cola.

Hzam: cinturón. Fuerte y lujosa faja de seda y oro. Los hay de diferentes colores y patrones. A veces, lleva en los extremos flequillos anudados.

Fechtul: pañuelo en seda teñida de rojo o verde. Se anuda a la altura de la nuca y se deja caer libremente, en ocasiones, hasta el piso.

Esfifa o hernar: trozo de terciopelo ancho, cuajado de perlas y piedras preciosas. Se usa sobre la frente a modo de diadema. En el centro se coloca la mejerma (pañuelos de vivísimos colores).

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(*) Fuente: Catálogo exposición «La Nuestra Novia» trajes de Boda Judeo Marroquíes
Fundación Corp Group Centro Cultural
Espacio Arte PH
hasta el 26 de noviembre de 2000

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