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La revelación de Cepeda

Vuelve Ender Cepeda por sus incondicionados e ilimitados fueros juguetones; en esta ocasión su obra no defiende a ultranza puentes, ni orilla alguna, ni bando proclamado; el creador se distancia lentamente de intolerantes bordes filosóficos para ensamblar sus personales y desprejuiciadas aristas.

Conoce el artista, con ese profundo pluralismo zuliano que inunda la más tolerante venezolanidad, que su mestizo y plural Lago es uno y el mismo de un lado y del otro. Sinamaica es un inmaculado y bienvenido espacio libertario de dos márgenes, un lugar para la gaita y el tambor, el vals y el golpe, para la abstracción rigurosa y el más absoluto realismo mágico.

Reitera nuestro artista que su país es plural y polisémico como sus expuestas y nunca aprisionadas travesuras infantiles; concebidas todas sin más doctrina que la creación plástica libre de ataduras y desatinados prejuicios.

Cepeda se desborda en renovados lienzos que no son exclusiva bandera de una patria apropiada y exclusiva.

Se sumerge el pintor, más feliz en sus rememoraciones y un tanto menos desprendido en sus palmarios ideales, para proponer una venezolanista obra policrómica como la bandera de todos.

Hurga el artista en sus rebeldes orígenes para descubrir la libertad creadora, la virtud de la imaginación sin trabas, la creación sin contenciones ni tapujos. Como corolario de su anarquista pasión libertaria, Cepeda lleva a su obra lo que le viene en gana sin prejuicios de un solo color, sin distingos de un solo y amenazador estilo.

Navega el pintor en la chalana de sus evocaciones para hacer de su ácrata pasado una obra más rica y genuina que la impuesta por una visión exclusiva del monocrómico presente, sometida al excluyente criterio de los colores de moda, de los pigmentos obligados.

Lúdico, Cepeda celebra la fiesta de su propia libertad, por la que firmemente abogamos todos: la convivencia fraterna del lápiz labial de imperialista moda con el retrato del socialista líder masacrado; el norteño Superhéroe de su liberal infancia convive con el Negro y sonriente Diablo de Bobures: porque de diablos propios y ajenos conocemos todos.

Vuelve el genuino creador a las bateas de su madre fregona, al cuenco de los primeros mestizajes, a la canoa de sus primeros sueños, al lago de sus primeros y libres vagabundeos.

Una bandera de tres colores y ocho estrellas preside el recinto de su libertad creadora; el lábaro de Miranda y Páez, el estandarte común de los venezolanos todos que celebramos la creación sin cortapisas, la imaginación sin límites, la aplaudida pasión para llevar al arte lo que verdaderamente le dictan al artista sus auténticas pasiones, sus genuinos orígenes democráticos: un Malecón no es otra cosa que diversidad, pluralismo, mestizaje, creación librepensadora ajena a las disposiciones de la Única Y Exclusiva Autoridad del Puerto.

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