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Las bolsas se desploman por que no saben que menos es más

Alfonso XIII y van der Rohe

Era Mayo de 1929, justamente unos meses antes de caer la Bolsa de Nueva York en un estrepitoso Jueves Negro,  cuando Mies van der Rohe, vestido de frac y con la descuidada elegancia de un arquitecto exitoso, le enseñaba al Rey Alfonso XIII el Pabellón Alemán en la Exposición Internacional de Barcelona. Sorprendido escuchó la pregunta de un Rey abrumado ante la simplicidad de la propuesta alemana: «Esto, ¿para qué sirve?». Van der Rohe le contestó: «Para ser bello y representar»

Pabellón Alemán en la Feria de Barcelona

Cuando yo caminaba azorada por la exuberancia de Montjuïc, sabiendo perfectamente que este viaje por el parque temático se debía a mi deseo de encontrarme de frente con la obra de van der Rohe, comprendí la pregunta del Rey, ¿Cómo podría sobrevivir entre tanta y profusa variedad de construcciones, una obra de lineas simples, limpias, nítidamente acabadas y delimitadas, portadora del mensaje primordial de su creador: «Menos es Más»? Alfonso XIII tenía toda la razón de estar curioso.
La silla Barcelona, un clásico del mobiliario moderno que aún se vende muy bien en el siglo 21, fue la otra obra que dejó Mies van der Rohe en la ciudad, antes de partir para América.

Unos años después, debido a los acontecimientos que vinieron en Europa, se fue a los Estados Unidos donde continuó desarrollando su carrera en la ciudad de Chicago, pero dicen que no se estuvo tranquilo hasta que diseñó uno de esos rascacielos de acero y vidrio de Nueva York.

Henry Klumb, otro arquitecto alemán que había llegado a Norteamérica antes del Crash, también dejó una silla representativa de sus conceptos.

Klumb había sido alumno de Frank Lloyd Wright en Taliesin y con él había aprendido sobre la importancia de construir en armonia con el entorno. A pesar de que al igual que van der Rohe había pasado por la Bauhaus, Klum proclamaba que la arquitectura no podía someterse a la estética, sino debía ser planificada y ocuparse del diseño social, aunque su obra fue realmente bella.

Edf Segram

Así, mientras Van der Rohe veía coronadas sus aspiraciones con el edificio Seagram en Nueva York, Klumb enfiló hacia la isla de Puerto Rico invitado por el Gobernador para formar parte del Comité de Diseños de Obras Públicas. Allí pudo crear obras importantes y acordes con la frondosidad tropical. Solamente con lo que diseñó para la Universidad de Puerto Rico tenemos una muestra representativa de cómo armonizaba sus obras con el entorno. Klumb se quedó en Puerto Rico donde paralelo a su trabajo como arquitecto, montó junto con su esposa una fábrica de muebles artesanales.


Henry Klumb en su casa de Puerto Rico
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