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Las Kardashian, un negocio multimillonario

¿Es que el día tiene más de 24 horas?”, nos responde Kris Jenner cuando le preguntamos sobre qué hace, además de velar por las carreras de su prole. Madre y manager de los Kardashian y las Jenner, de Kim, Kourtney, Khloé, Kendall, Kylie y Rob (el único con el doble estigma de ser varón y no tener un nombre de pila que empiece por la letra ka), es la matriarca de un imperio que acaba de vender la vida de su familia por (dicen) 100 millones de dólares. “Mi especialidad es el asesoramiento interno”, comenta orgullosa. Esta es la fabulosa historia de una dependienta de una tienda de ropa para bebés y de cómo se convirtió en, probablemente, la ejecutiva más poderosa y ambiciosa de la telerrealidad mundial.

Al principio de los años ochenta, Kris Jenner (San Diego, 1955), la que acaba de firmar ese contrato de 100 millones de dólares con la cadena estadounidense de televisión E!, detestaba la fama. La que también fuera azafata de American Airlines era una de las mujeres más discretas de la beautiful people californiana. No concedía entrevistas, no aparecía en los medios y vivía por y para los cuatro retoños que había tenido con Robert Kardashian, abogado de éxito apodado el “Rockefeller armenio” y que llevó la defensa de O. J. Simpson. Pero en 1990 conoció a Bruce Jenner (hoy Caitlyn Jenner) en una cita a ciegas, y cayó rendida a los encantos del excampeón olímpico de decatlón.

Kris dio su primer paso a la fama en una cinta para correr y ya no dejó de esprintar. La vida pública de Jenner comenzó el día que decidió aparecer como florero en los anuncios de teletienda, sección gimnasia, de su marido a comienzos de los noventa. En aquel desangelado plató le inocularon el virus mediático que la acompañaría toda su vida. Por entonces, ya era la madre de todos los Kardashians (Kourtney, Kim, Khloé y Rob), y estaban por llegar las dos Jenner (Kylie y Kendall). Su sueño televisivo tenía que esperar… pero no tanto.

En 2005 animó a la primogénita, Kourtney, a participar en el reality Filthy rich: Cattle drive; aunque dos años antes le tocó a Kim, en The simple life, donde ejercía de amiguísima de Paris Hilton. Juntas eran agua y aceite, la emperatriz de los hoteles peliteñida, blanquísima como una campesina holandesa, una tabla de apenas 50 kilos (sin ropa interior); la hija del abogado, morena de piel y cabellos, curvilínea como una botella de Coca-Cola.

Con esos mimbres, Kris rodó un piloto de cómo podría ser un reality con su familia. Nadie pareció hacerle mucho caso, salvo Ryan Seacrest, creador de American idol. ¿Fue cabezonería de Kris o sagacidad de Ryan? Hay opiniones para todos los gustos. Este es el balance de Matt Wallace, periodista del corazón especializado en telerrealidad: “No creo que nada sea posible en este mundo sin Ryan Seacrest. Estoy convencido de que es el emperador de una cábala secreta que controla todo, incluido el programa espacial”, bromea.

Jeff Jenkins, que cuando conoció a los Kardashian era un modesto productor en una compañía de programas de telerrealidad de bajo coste, discrepa. “La idea de que la familia apareciera en pantalla fue 100 por cien de Kris Jenner”. Hoy es el vicepresidente de Bunim Murray, una multinacional cuyo producto estrella, Keeping up with the Kardashians, se ve en 130 países… Aunque según cuenta Kris Jenner: “¡Nos ven en más de 300 países!”. En su hiperbólico universo existen casi el doble de estados que en el mundo real. Sea como fuere, nadie en octubre de 2007 pensó que aquel capítulo de Keeping up… fuera a convertirse en el fenómeno que es hoy.

Para los no iniciados, la vida de Kris y su estirpe que vemos en pantalla es un monumental lío solo comparable al de los argumentos de los culebrones yanquis de los años ochenta, tipo Dinastía o Falcon Crest. Imagínese que Alexis Carrington o Angela Channing tuvieran problemas de retención de líquidos durante una comida o que sus hijas pretendieran curar su soriasis inguinal con la leche de los senos de su parturienta hermana. Eso es lo que hacen las Kardashian. Suena chabacano y escatológico pero su éxito, precisamente, consiste en eso. Al menos según Meredith Jones, organizadora del primer Kimposium!, un congreso dedicado a las Kardashian que se celebró en Londres el pasado verano: “Ninguna de ellas, salvo Caitlyn, que fue medallista olímpico cuando aún era Bruce, tiene un talento particular. Representan la fantasía de ‘si ellas pueden tenerlo todo, quizá yo también lo consiga’. También son atractivas porque son divertidas y rompen tabúes, como el de sus conversaciones sobre vulvas y vaginas”.

Así, las estrellas son sus hijas, pero la emisión no existiría sin la ubicua madre. Así lo cree por lo menos Amanda Scheiner McClain, que ha publicado el primer estudio académico sobre el programa, Keepin up the Kardashian brand (Lexington): “El reality no sería lo mismo sin Kris. Todos y cada uno de los miembros son necesarios para representar a la familia, con su mezcla de drama, comedia y vida real. Además, una de las claves del reality es cómo presenta la interacción entre generaciones. A través de la representación de diferentes grupos de edades, atrae a un público también diverso”. Jeff Jenkins es de la misma opinión: “¡Kris es una superestrella! Tiene un tercio de Lucille Ball, un tercio de Joan Collins y un tercio de genialidad propia. Siempre quiero que Kris aparezca en cada episodio, en cada conversación. No hay otra como ella y es una pura delicia. Cuando la conoces en persona, caes rendido a sus pies. Es un torbellino”.

Pero más allá de sus liftings de 50.000 dólares en directo, Kris ha sido capaz de hacer que funcione su familia porque, tal y como han reconocido sus hijas, fue la que las empujó al proceloso mundo de las redes sociales.Kris alardea en todas y cada una de sus entrevistas del número de seguidores en Twitter de su prole (los 34 millones de Kim, los 16 de Khloé y Kourtney). No ha parido hijas ni estrellas de la tele sino a reinas del networking. ¿Cuál no será su poder si hasta la mismísima Hillary Clinton, en plena precampaña para ser la primera mujer presidenta de EE UU, es capaz de arrimarse a Kim? Para Meredith Jones: “Son el punto álgido de la cultura del selfie. Un tipo de éxito que solo se sustenta en ser uno mismo. Resulta fascinante”.

Tan fascinante y global que incluso el enfant terrible de la nueva poesía británica (ganador en 2012 de uno de los galardones más prestigioso del Reino Unido, el Forward Prize), Sam Riviere, ha editado este año un poemario íntegramente dedicado al segundo matrimonio de Kim Kardashian, con el jugador de baloncesto Kris Humphries, que solo duró 74 días y que, según la leyenda, también fue una campaña orquestada por la matriarca Jenner. Riviere explica por qué en su poemario la presencia de Kris Jenner es constante: “Es una maestra de la gestión de la imagen. Consigue incorporar la desgracia y el drama a su narrativa personal con verdadero talento”. Que la alta cultura se haya fijado en esta dinastía es solo una prueba más de su irresistible atractivo. Y el encanto, en televisión, tiene un precio.

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