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Los hijos de Tony Soprano

Hace unos meses participé en un foro, Los Hijos de Soprano, en el Festival Malpensante, organizado por la revista colombiana homónima, en la ciudad de Bogotá.

La idea era revisar una premonición del crítico cultural de Estados Unidos, Neil Postman, quien alguna vez grabó en mármol: «La televisión nunca va a tener tanto prestigio como el cine y la literatura, aunque haya tanta basura de libros como para llenar el Cañón del Colorado». Palabra de especialista.

A diferencia de lo que piensa Postman, la televisión apuesta por la revisión de los grandes géneros y su relación con las audiencias más variadas. Sus logros no pueden minimizarse: muchas series y especiales de los estudios superan en calidad y complejidad narrativa las películas de Hollywood. Lo que no es difícil.

Quien tenga dudas que revise las temporadas que se encuentran a la venta de series como Los Sopranos, Lost y Six feet under.

Hemorragias de espectadores siguieron sus capítulos como una nueva religión, algo que no era común desde los años sesenta. ¿Por qué? Porque mientras la televisión desafía, el cine repite lo viejo por falta de creatividad.

El éxito de las producciones televisivas ha sido de tal magnitud, que ya las cadenas hacen coincidir sus estrenos en simultáneo con Latinoamérica, en una suerte de prime time mundial. Y sus protagonistas ya no son actores desconocidos, sino grandes estrell as de Hollywood, que no se conforman con actuar unos minutos como invitados.

Ahí está la segunda temporada de In Treatment (En Terapia), la serie de origen israelí, que reempaquetara Rodrigo García en Estados Unidos con el actor Gabriel Byrne en el personaje de un psicoanalista que ayuda a otros pero no puede salvarse a sí mismo. Se estrenó globalmente.

HBO también lanzó la segunda temporada de True blood
, otro disparo en la oscuridad que nadie podía prever que tendría éxito. El nuevo trabajo de Alan Ball, creador de Six feet under , funcionó a medias en su primera temporada, con un discurso algo errático.

Pero la segunda encontró lo que el público quería ver: una historia gótica, con vampiros jóvenes que son aceptados por la sociedad y conviven con humanos. No falta sangre ni sexo. Sookie, camarera de un bar, tiene poderes especiales: lee los pensamientos de la gente. Y conoce a Bill, vampiro que llega al pueblo.

Como sucede siempre con Ball, sus mensajes se elevan por encima de la audiencia, que de todas maneras se vuelve adicta a sus tramas. Hay metáforas sobre los derechos de los homosexuales en True blood. Y un discurso divertido sobre elecciones sexuales: «Leí en Hustler que todo el mundo debería tener sexo con un vampiro. Al menos una vez antes de morir».

Directivos de HBO no podían creer el éxito de True blood y tomaron una decisión que era impensable años atrás: disminuyeron el plazo que separa el lanzamiento norteamericano de su difusión latinoamericana.

Los Sopranos fue a la televisión lo que El Padrino, de Francis Ford Coppola, significó para el cine en los setenta. El escritor Norman Mailer aseguró que Tony era lo mejor que se hizo en el campo de la ficción en la primera década del siglo XXI.

Habría que preguntarse cómo puede el público sentirse identificado con un psicópata como Tony Soprano, pater familias contemporáneo: un asesino al que no le tiembla el pulso a la hora de matar a un amigo, tener sexo con una amante en un bar y minutos más tarde regresar a casa a comer linguine alle vongole en familia.

Lo maravilloso es que se trata de un personaje que padece problemas similares a los de muchos espectadores: su hijo no quiere estudiar, su hija comienza a tomar pastillas anticonceptivas, pelea casi a diario con su esposa y no es un tipo particularmente joven.

La última escena de Los Soprano merecería ser analizada por Gabriel Byrne en la serie In Treatment, porque requiere terapia. Tony entra en un restaurante bullicioso. Es el sitio favorito de sus hijos y esposa.

Mientras espera que lleguen todos, pide anillos de cebolla, lo mejor del estado de Nueva Jersey. Ya reunidos, se divierten y conversan como una familia normal. Los asesinatos, las traiciones, los negocios sucios… quedaron atrás, como la rutina del día. Ahora pueden reunirse y pasarla bien. Son una familia como tantas.

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