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Mi maestro Mario Vargas Llosa

El jueves 07 de octubre pasado me llegó un amable mensaje de texto entre 7 y 8 de la mañana: “Su amigo Vargas Llosa ganó el Nobel”. Sin duda que Vargas Llosa no sabe de mi existencia, pero todo el que me conoce bien sabe que me he leído casi toda su obra, y apoyo la mayor parte de sus opiniones en política. El autor de La fiesta del chivo es uno de mis principales maestros en el arte de la escritura, en la pasión por la literatura, y en todo lo relativo a los diversos aspectos de la política.

Es precisamente esta obra la que me introdujo en el universo vargasllosiano, aunque ciertamente me rondaba desde mi niñez. Mi madre y mi hermano mayor se habían leído sus primeros cuentos; pero también: La ciudad y los perros, y La guerra del fin del mundo, y me hablaron de ellas. Una vez escuché la magnífica entrevista que le hizo Joaquín Soler Serrano (1919-2010) de RTVE, y me impresionaron las ideas de ese joven escritor peruano. Hablaba de la pasión por la escritura la cual era una forma de exorcizar los demonios que todos llevamos dentro, incluyendo los demonios colectivos como son las grandes frustraciones de Iberoamérica. Era cierto, porque yo escribía como método desestrezante, y como expresión de mi indignación ante lo que padecía (y padezco) en Venezuela. Pero la literatura no sólo sirve como medicina personal, sino también como “fuego” rebelde contra lo que no podemos aceptar. Y en esto Vargas Llosa siempre ha sido un inconforme que no acepta los monstruos de nuestra cultura política. Desde su militancia de izquierda que protesta contra la pobreza y las injusticias, hasta su actual liberalismo que no ha abandonado sus primeros fines políticos más si sus medios.

La literatura es además, una vocación. Me impresionó leer la descripción que hace José Miguel Oviedo (1970, Mario Vargas Llosa: la invención de una realidad) del método de trabajo usado por Vargas Llosa, y su rechazo a la vida de bares y fiestas de los escritores de los sesenta. Me recordó las tontas ideas de muchos pichones de intelectuales cuando estudié pregrado, los cuales pasaban horas y horas hablando sin tener disciplina en el estudio, la lectura, la escritura; y muy especialmente: SIN TENER UN MÉTODO. Y en medio de esto, creían que “se la estaban comiendo” se leían o escribían algo. Si deseas ser escritor debes tener método, disciplina, y abandonar la farándula y la “habladera de paja”.
En lo referente a la política Vargas Llosa era la inspiración que necesitaba para poder vivir la misma conversión: de la izquierda al liberalismo, del estatismo a la libertad. El estudio de la historia de Iberoamérica y de mi país, me confirmaron en las verdades que denunciaba en sus artículos el novelista que admiraba. Por más que anhelábamos cambiar, superar la pobreza, lograr el desarrollo, todos los movimientos existentes: la izquierda radical, la socialdemocracia, la democracia cristiana, pero también el positivismo y la derecha conservadora; todos cometían, cometieron y cometen el mismo error: centrar sus esperanzas en el Estado. El liberalismo era el único que planteaba algo diferente, cuya eficiencia estaba comprobada en la propia historia que estudiaba.

En este brevísimo recorrido de mi vargasllosianidad sólo puedo terminar con un: ¡Muchas gracias maestro! ¡Desde un principio ya yo le había el dado el Nobel!. Una sola cosa lamento, ahora será más difícil poder conocerlo y tener un libro dedicado por él; aunque uno nunca sabe.

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