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Murió el Meyer Vaisman cínico y nació uno más trágico

Meyer Vaisman sintió que debía morir, al menos simbólicamente. Sintió que debía matarse. Creyó que debía desvincularse de la «personalidad» de cierta parte de su trabajo para nacer nuevamente. Una obra, un autorretrato a partir de sus propios huesos, devela esta dolorosa sensación.

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Si el Vaisman que los venezolanos vieron hace unas décadas era el de la burla, el del cinismo que ataca todo, esta vez, dice el propio artista, regresa con una suerte de conciencia trágica que también cuestiona. «En algún momento fui como el bufón dentro de la corte del medio artístico. Pero pasé de lo cómico a lo trágico. Fue un proceso interno largo».

Luego de 15 años de ausencia expositiva, Vaisman vino a Venezuela para mostrar una retrospectiva de su trabajo desde 1994 hasta ahora. Casi en todo momento da la sensación de que nunca se fue, incluso pareciera como si algunas obras que creó en la década de los años noventa lo hubieran sido en el último mes, tanto que pudieran relacionarse con la palabra profecía, aunque no fue ésa su intención primigenia.

6:1 es el título de la muestra en la que seis series revisan al creador y sus inquietudes de los últimos años. Apenas se abre la puerta, está la escultura de la psicoanalista del artista, quien sostiene un uniforme militar y lleva un armamento bajo las telas de su vestido, que se transparenta. Barbara Fisher. Psicoanálisis-psicoterapia (según Miguel Ángel) fue hecha en 2001 luego de que Vaisman se vistió de patrullero en la frontera entre México y Estados Unidos, pero quien pueda evitar contextualizar que alce la mano. Vaisman, todos saben, no es una artista inocente.

No está el famoso rancho, la famosa pieza Verde por fuera, rojo por dentro ¬ que fue censurada para representar a Venezuela en la Bienal de Venecia¬, pero esa ausencia se convierte en presencia, sobre todo en la medida en la que el espectador se conecta con obras como Propiedad privada (1995), en la que el creador representa varias fachadas de casas de Caracas y por detrás les coloca incrustaciones de objetos robados.

También expone una serie de gobelinos en la serie Beity, que traduce «mi casa» en hebreo. «Son autorretratos en la medida en la que son parte de mi historia». Esta historia se conecta, a su vez, con la de su familia judía, que también vivió la tragedia del Holocausto. Frente a estas piezas exhibe una serie de fotografías que fueron hechas antes de desmontar Verde por fuera, rojo por dentro.

El hilo conductor de la muestra, señala el curador Jesús Fuenmayor, es el autorretrato. «En esta exposición, Vaisman se disecciona a sí mismo, a partir de la propia destrucción de su obra anterior, en una suerte de museo de épocas, una suerte de mausoleo». Vaisman ya había dicho: «Toda mi obra es como un autorretrato. Me siento como un satélite y a partir de mí hago piezas que tienen que ver con el mundo». Fuenmayor se pregunta: «¿Quién más que Vaisman ha usado la referencialidad para hablar de otra cosa?».

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