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No la toques con el pétalo de tu violencia (II)

El chiste despreciable que se atribuye al machismo árabe y que recomienda arremeter a golpes contra la compañera porque «aunque ella no lo sepa,  siempre sabrá por qué…» sigue haciendo su infame carrera, y hasta en países de avances sociales y económicos tan notorios como España, se sufre la maldición del crimen inadmisible de la violencia doméstica.

Ya en su fase aguda y extrema, solo en lo que va del año,  60 mujeres han sido asesinadas por sus cónyuges (el anterior fueron 68 y el antepasado 72) en el país de Zapatero. Además, la violencia machista ha sido responsable de más de 43,000 denuncias de mujeres víctimas de malos tratos tan solo en el 2005. Y no nos referimos ahora al negocio tan rentable de la trata de blancas con jóvenes procedentes de la

Europa central, de África o de nuestro mar Caribe, con las dominicanas en el triste privilegio de ser el grupo mayoritario de uno de los más desgarradores ejercicios de esclavitud que se practica en este nuevo siglo.

Lamentablemente, en México, no nos quedamos atrás y el fenómeno es clamoroso. Ya en el 2003 contábamos con cifras que denunciaban que 33 de cada 100 mujeres padecían algún tipo de violencia y se calcula que la mitad de la población femenina (25 millones) han experimentado la agresividad de sus compañeros.

Aunque las estadísticas son útiles para medir la dimensión del problema, terminan siendo una cifra fría. Pueden tener más eficacia las campañas informativas, como las que se ven en las televisiones de muchos países del mundo: personajes influyentes de las más variadas disciplinas hacen el papel de víctimas, debidamente maquilladas, en pequeñas dramatizaciones. Al principio, me disturbaron las imágenes.

Pensé que no era válida la parodia y que un tema tan atroz debía enfocarse sin disimulo. Ahora he cambiado de opinión y considero fundamental que se difundan imágenes que se conviertan en «tratamiento de choque» en comunidades como las nuestras, tan propensas a dotar de humor y de justificaciones banales a los ataques contra las mujeres.

Pasé tres años de mi vida en El Cairo, al final de los años setenta, y un colaborador, con formación de licenciatura, políglota y de religión musulmana que practicaba con celo, llegó una mañana a mi oficina con amplia sonrisa de satisfacción; le pregunté la razón de su júbilo y respondió que la noche anterior le había dado una paliza a su esposa.

Cuestionado, el triste personaje no justificó su agresión con ningún motivo en particular; la supuesta «hazaña», obedecía a la preservación del espíritu de obediencia que le debía la pobre señora.

La violencia contra las mujeres no conoce diferencia de razas, credos, clases sociales, culturas, o países. Lo corriente sería pensar que allí donde florece la civilización contemporánea no se producen hechos de esta naturaleza, y regreso a la mención de España. Los datos son alarmantes también, y probablemente sean los más altos de la Unión

Europea. En muchas ocasiones, los asesinatos a los cónyuges se llevan a cabo aún después de que las autoridades han intervenido, prohibiendo la proximidad de los victimarios.

Los atentados contra la integridad de las mujeres no sólo se dan en parejas sólidamente constituidas, también los pares en situación de noviazgo lo viven y cada día es peor esa situación tan aberrante. No puedo dejar de reflexionar: ¿cómo es que la ternura y la delicadeza iniciales devienen en trancazos? Será que no queda en la memoria un rastro leve de la implicación amorosa inicial. Es posible que se pueda llegar a olvidar el empeño amoroso que tanto nos transforma (y nos trastorna), a grado tal de hacernos «perder la cabeza» y no sólo en sentido figurado. Imagino el momento previo a la agresión brutal de un hombre contra una mujer (porque lo contrario, aunque existe, no es ni mínimo comparable) y no concibo la amnesia que puede modificar de raíz una relación que alguna vez fue juego de seducciones, celebración y gozo.

Como ciudadano de este país que amo -sin retórica- y al que he tenido el privilegio y la fortuna de servir en el exterior durante más de 25 años, me siento agraviado y apenado profundamente por los acontecimientos tan lamentables que han venido sucediendo hace casi una década en Ciudad Juárez. Me siento responsable de que un poeta con los miramientos éticos de Javier Sicilia haya modificado uno de sus reclamos públicos. En una conversación sostenida en Cuernavaca, en casa de nuestro querido Mauricio Achar (un año antes de la partida del fundador de las librerías «Gandhi»), le mencioné al autor del magnífico ensayo «Poesía y Espíritu» que me parecía muy bien que tanto él, como don Germán Dehesa, hicieran un llamado puntual, al final de cada una de sus crónicas, a la responsabilidad en el freno y la pesquisa de los crímenes contra las mujeres en esa ciudad del estado de Chihuahua, pero agregué: las cientos de desaparecidas, son asesinadas y mencionarlas sólo como las «muertas» de Juárez no contribuye a denunciar la anormalidad de un tipo de crímenes que pasan por los peores elencos de la crueldad humana.

Pero eufemismos o calificativos no son lo más importante. La gravedad de este fenómeno es de calado profundo y daña los tejidos vitales de nuestra sociedad. No hay fenómeno similar comparable y la vergüenza que nos causa nos paraliza. Tendemos a negar las terribles consecuencias de la repetición de estos hechos. Se han escrito varios libros al respecto y la mayoría de sus autores han pagado un precio muy alto. Algunos hasta en su integridad física. Se han hecho ya varias películas y diversos artistas plásticos se han visto impelidos a denunciar esa lamentable realidad a través de su lenguaje.

En el «Día Internacional contra la Violencia de Género», el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) reveló en 2009 que tres millones de niñas son sujetas cada año a la mutilación (ablación) genital. La misma agencia calcula que 130 millones de mujeres han sido sometidas a este «ritual», no tan tribal como lo creeríamos (se multiplican los casos practicados en Europa entre las comunidades de emigrantes de lo que se ha dado en llamar sub-saharianas).

Durante mi larga estancia en Egipto no pude tratar el tema nunca, ni asistí a un debate al respecto por  la pesada carga de tabú que lo envuelve. Tal pareciera que los «occidentales» no tuviéramos el derecho de inquirir sobre la práctica de mutilación sexual que realizan las familia en privado, bajo los supuestos de que aseguran las posibilidades de un mejor matrimonio y honor para sus hijas.

Algunos podrán hablar del choque cultural que caracteriza la interacción de quienes provenimos de civilizaciones diversas y enfrentamos diversas especificidades antropológicas, en el intento de explicar algunas aberraciones. Por mi parte, considero que se inscriben en la lista de «plagas» que atacan al género femenino y mientras más alto y firme hablemos de ello, más esperanza tendremos en la extinción de las diversas formas de violencia contra la mujer, de las más sutiles y comunes, a las más bárbaras y despiadadas. No hay que desestimar que la propia ONU agrega elementos al desánimo que nos ocupa previendo que una de cada cuatro mujeres sufrirá algún tipo de abuso en su vida, con eventuales consecuencias funestas.

En otra parte me he referido,  detenidamente, a la trilogía «Millennium», del malogrado escritor sueco Stieg Larsson, y ahora concluiré recomendando de nuevo su lectura. Además de ser una novela de factura formidable, aprovecha el vehículo del “thriller” para denunciar no solo artimañas de la ultraderecha de su país y al neo-nazismo nórdico, sino sobre todo a la tendencia antifeminista y criminal de un amplio sector de la sociedad de su país, una de las más evolucionadas del planeta –solo en términos socioeconómicos, parece-.

NOTA DE PRENSA: Al menos 142 mujeres han sido asesinadas en lo que va de año en la fronteriza Ciudad Juárez, considerada la urbe más violenta de México, de las que 25 murieron en julio, el mes con más casos de 2010, según datos oficiales. Estas cifras de homicidios de mujeres relacionados con el crimen organizado van en aumento en la ciudad fronteriza con El Paso (Texas, EE.UU.), según reveló la Fiscalía estatal de Chihuahua.

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