Entretenimiento

Presente y futuro del idioma castellano

Índice

  • La lengua en Zacatecas
  • García Márquez y la gramática
  • Andrés Bello y la ortografía
  • La reforma ortográfica: punto final

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1. La lengua en Zacatecas (20/4/97)

Del 7 al 11 de abril se realizó en Zacatecas, antigua y bella ciudad mexicana, lo que se identificó como el Primer Congreso internacional de la Lengua Española. El acto de instalación, en un antiguo templo de hermosísimo barroco colonial, ahora convertido en centro de reuniones culturales, estuvo presidida por el Presidente de México, Ernesto Zedillo, y el Rey de España, Juan Carlos. Ambos hablaron en el acto, junto con otras personalidades, entre ellas tres Premios Nobel de Literatura: Gabriel García Márquez, Octavio Paz y Camilo José Cela. Todos fueron discursos muy breves, de entre 6 y 12 minutos, salvo el de Paz que duró exactamente diecinueve minutos, y fue leído por él en ausencia, mediante un video.

Por cierto que a nuestro regreso de México nos enteramos de cómo la prensa venezolana, igual que la de otros países que reprodujeron algunos despachos cablegráficos, se hicieron eco de una afirmación absolutamente falsa. Se dijo, en efecto, que el discurso de García Marquez había causado en el Congreso un gran revuelo, que había «levantado una polvareda», según palabras textuales de El País de Madrid. Cuando leímos tales cosas, tuvimos la extraña sensación de no saber bien dónde habíamos estado, puesto que nada de eso ocurrió en Zacatecas. Las palabras de Gabo, ciertamente, causaron mucha gracia en el público, la gente se rió varias veces al oírlo, y al final se comentaron un poco, humorísticamente, algunas de las cosas que dijo, pero sin darles mucha importancia, igual que se hizo con los demás discursos. Incluso con el mismo García Márquez, en el almuerzo que siguió al acto de instalación, en una impresionante edificación del siglo XVII, muchos viejos amigos conversamos con él en ese mismo tono, sin que en ningún momento el genial autor de Cien años de soledad pretendiese que lo dicho por él pasase de unas simples ideas, nada originales, por lo demás, acerca de la simplificación de la gramática y la ortografía castellanas, tal como desde hace tiempo se ha venido proponiendo. Pero nunca mostró pretensión alguna de sentar doctrina ni nada parecido.

Tal cosa es fácil de comprobar con una simple lectura del breve texto de García Márquez. Que sepamos, un solo periódico venezolano tuvo el acierto de publicar los principales discursos del acto de instalación, así como una amplia información sobre el Congreso. Nos referimos al semanario Clarín, de Cumaná, en su edición del 12 al 18 de abril, al parecer el único periódico que en nuestro país calibró la importancia del Congreso de Zacatecas, e hizo una magnífica divulgación sobre el mismo. En las páginas de Clarín puede verse que en su discurso García Márquez hizo una muy hermosa y aguda exaltación del idioma castellano, y sólo dedicó unas pocas líneas a lo ya señalado, sobre la gramática y la ortografía, insistiendo, repetimos, en unas proposiciones que desde hace muchos años se han venido haciendo, y que están en estudio, también desde hace bastante tiempo, por la Real Academia Española. Luego de ese almuerzo García Márquez regresó a México, por lo que no estuvo presente en ninguna de las sesiones del Congreso, porque así estaba previsto. Y después de eso, en ninguna de las deliberaciones que se realizaron durante los tres días siguientes se mencionó para nada su discurso.

El Congreso se dividió en seis mesas de trabajo, sobre sendos temas vinculados con el tema central, que era El lenguaje y los medios de comunicación. Los temas de las mesas fueron: El libro, La prensa, La televisión, La radio, El cine y Las nuevas tecnologías comunicacionales. Desafortunadamente, las mesas funcionaron en lugares dispersos, por toda la ciudad de Zacatecas, por lo que fue imposible que, como suele ocurrir en estos encuentros, uno pudiera repartir su tiempo alternadamente en varias mesas, para oír diversas ponencias que fuesen de su interés. Esto nos permitió decir que aquello no era realmente un gran congreso, sino seis pequeños congresos reunidos simultáneamente, y sobre temas afines.

A nosotros nos tocó la mesa sobre el libro, donde leímos una ponencia titulada Presente y futuro del libro y la lectura. Tuvimos la satisfacción de participar en la honrosa compañía de Miguel de la Madrid, expresidente de México y actual presidente del Fondo de Cultura Económica, y del académico mexicano José G. Moreno de Alba, el nicaragüense Sergio Ramírez, el cubano Lisandro Otero y el ecuatoriano Jorge Enrique Adoum. En esta mesa se leyeron también, además de nuestras ponencias, algunas magníficas comunicaciones, entre las cuales destacó especialmente la de Federico Álvarez, un español desde hace años mexicanizado, prestigioso y reconocido crítico y teórico de la literatura, catedrático de la UNAM. La mesa estuvo eficazmente coordinada por un mexicano excepcional, Jaime Labastida, filósofo, poeta, periodista y actualmente Director General de Siglo XXI Editores.

A todos nos hubiese gustado discutir sobre el futuro del libro como medio de comunicación, con los expertos que trabajaron en la mesa sobre las nuevas tecnologías, pero el aislamiento y la dispersión a que antes nos referimos lo hizo imposible. Al Congreso asistieron otros venezolanos, de destacada actuación. En la mesa de cine intervino como ponente Rodolfo Izaguirre, y en ella leyó una comunicación Gabriel Giménez Emán. La de radio estuvo coordinada por Elsy Manzanares, recordada exalumna de la Escuela de Periodismo de la UCV, y participó como ponente el también periodista Ely Bravo.

El balance de este Congreso es muy positivo. En todas las mesas participaron destacados especialistas, y se leyeron textos de gran interés, que pronto serán publicados. Una de las conclusiones generales fue solicitar de los jefes de estado que en noviembre se reunirán en la Cumbre de Margarita, disponer recursos suficientes para la defensa y desarrollo del Castellano como idioma común de una vasta comunidad de naciones.

2. García Márquez y la gramática (27/4/97)

Mucha gente ha escrito sobre el discurso de Gabriel García Márquez en la instalación del Primer Congreso Internacional de la Lengua Española, en Zacatecas (México), y de sus ideas acerca de la gramática y la ortografía. Eso está muy bien, en lo que muestra interés por el idioma. Lo malo es que la mayoría de quienes lo han hecho no leyeron el discurso, no conocen realmente lo que el genial novelista dijo, y han hablado de lo que no saben. Viejo deporte, no por viejo menos irresponsable y, extremando las cosas, hasta inmoral.

Aparte de que no es cierto que el discurso de García Márquez causara revuelo en Zacatecas, como explicamos la semana pasada, tampoco lo es que en él haya despotricado contra la gramática y la ortografía, ni mucho menos denigrado de la lengua en que ha escrito tan grandes novelas. Comenzó con una anécdota de su infancia, cuando a los doce años estuvo a punto de ser atropellado por una bicicleta, de lo que lo salvó un «¡Cuidado!», proferido a tiempo por un cura que pasaba por allí, lo cual le permitió a éste advertirle sobre el poder del lenguaje. Seguidamente García Márquez hizo una hermosa exaltación del idioma castellano. Empezó con un elogio de la palabra y su poder, frente a otros instrumentos de comunicación que supuestamente van a desplazarla: «Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La Humanidad entrará en el Tercer Milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas, ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas. Nunca hubo en el mundo tantas palabras y tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad. Gritadas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos. Gritadas a brocha gorda en las paredes de las calles o susurradas al oído en las penumbras del amor».

Luego habló del futuro de los idiomas en el tiempo que se avecina, preñado de globalidad, y del papel que deberá desempeñar nuestro idioma: «La lengua española tiene que prepararse para un oficio grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho histórico. No por prepotencia económica como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión en un ámbito propio de diecinueve trillones de kilómetros cuadrados y cuatrocientos millones de hablantes al terminar el siglo».

Después de decir otras cosas, en elogio y exaltación de nuestro idioma, y de hablar de «la inteligencia de una lengua que desde hace tiempo no cabe en su pellejo», se refirió a la necesidad de «simplificar la gramática» y «jubilar la ortografía». Entonces dijo, refiriéndose a nuestra lengua: «Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario: liberarla de sus fierros formativos para que entre en el siglo XXI como Pedro por su casa. En este sentido me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática, antes que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas, a las que tanto debemos, lo mucho que tienen que enseñarnos y enriquecernos. Asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes que se nos infiltren sin digerir. […] Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna. Enterremos las haches rupestres. Fijemos un tratado de límites entre la «y» y la «j», y pongamos más uso de razón en los acentos escritos […]. ¿Y qué de nuestra «b» de burro y nuestra «v» de vaca que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?». Y concluyó con estas palabras, dechado de discreción antes que de arrogancia y de pretensiones doctrinales: «Son preguntas al azar, por supuesto. Como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que les lleguen al Dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis doce años».

¿Qué hay en esto de abominable? Son opiniones personales, respetables, aunque no se esté totalmente de acuerdo con ellas. Ideas nada originales, que muchas veces han expuesto otros escritores, y proponen de vez en cuando gente interesada y que saben de eso.

Uno de los propulsores de la reforma radical de la ortografía castellana fue Andrés Bello, quien se basó en la autoridad del primer gramático de nuestra lengua, Antonio de Nebrija, que a fines del siglo XV pedía dar a la ortografía una base fonética, de modo que cada letra representase un solo sonido. En Londres, Bello expuso más de una vez sus ideas ortográficas. Y en Chile logró que la Facultad de Humanidades de la Universidad adoptase sus reformas, entre las cuales sobresalían el uso de la «i» latina para la conjunción copulativa (Pedro i Juan), la eliminación de la «u» muda que sigue a la «q» (qeso, qimera) y la eliminación de la «h» muda en todos los casos en que fuese innecesaria (ombre, aber, éroe). Consecuente con sus ideas, Bello escribía conforme a sus proposiciones ortográficas. He aquí el comienzo de un artículo suyo, publicado en El Araucano el 10 de mayo de 1844, en el que defiende sus ideas, adoptadas por la Facultad de Humanidades: «La Facultad de Umanidades a expuesto de un modo tan luminoso los fundamentos de sus reformas ortográficas, que parecería un trabajo superfluo defenderlas de nuevo, si no viésemos cada día que las innovaciones de utilidad más evidente encuentran numerosos opositores en las filas de los espíritus rutineros, de los cuales ai muchos aun entre los que se llaman liberales i progresistas. Examinemos pues las objeciones qe se acen a la nueva escritura».

Próximamente hablaremos más detalladamente de estas ideas ortográficas de Bello.

3. Andrés Bello y la ortografía (4/5/97)

Es asombroso, pese a ser antigua costumbre, cómo la gente habla y escribe sobre cosas que no conoce. Es una especie de deporte nacional, y aun mundial, que se ha puesto una vez más en evidencia a propósito del discurso de García Márquez en el Primer Congreso Internacional de la Lengua Castellana, reunido semanas atrás en Zacatecas (México). Sobre el mismo se han publicado innumerables sandeces, basadas en lo que se supone que dijo el autor de «Cien años de soledad», porque quienes las profirieron no habían leído el discurso, o de él conocían sólo breves fragmentos que, fuera de su contexto, engañan fácilmente a los lectores.

En la columna anterior creemos haber aclarado este punto suficientemente. Hoy nos referiremos a las ideas de Andrés Bello sobre la ortografía, para demostrar que, como escribimos en nuestros dos artículos anteriores, lo dicho por García Márquez en Zacatecas no es nada original, y mucho menos puede considerarse una herejía ni pretender descalificarlo de una manera sarcástica.

En 1823, en Londres, Bello publicó en su revista Biblioteca Americana un artículo titulado «Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar y uniformar la ortografía en América» [http://analitica.com/bitblio/abello/orto1.htm. N. del E.]. El artículo iba firmado A. B., es decir, Andrés Bello, y G. R., iniciales éstas correspondientes a Juan García del Río, su amigo y compañero en la redacción de la revista. Más tarde, en 1826, el artículo, con una importante adición, se reimprimió en la revista El Repertorio Americano. (Este artículo puede leerse en el Tomo V, Estudios gramaticales, de las Obras Completas de Andrés Bello, Caracas; 1951. pp. 69-87 [Ver también en La BitBlioteca: http://analitica.com/bitblio/bitblio.htm]. N. del E.). En él, Bello propone una serie de reformas a la ortografía castellana, particularmente aplicables en América, tal como fue siempre su pensamiento filológico, relativo a su idea, entonces aún no formulada explícitamente, acerca de lo que más tarde se ha conocido como el Castellano de América. Sus proposiciones se basan en el criterio ortográfico del primer gramático de la lengua castellana, Antonio de Nebrija, quien propiciaba, ya desde el siglo XV, que cada letra correspondiese a un solo sonido, y cada sonido estuviese representado por una sola letra. Este principio fue seguido por muchos otros gramáticos y escritores españoles posteriores.

También tomó en cuenta Bello que la propia Real Academia Española, desde su fundación, en junio de 1713, había venido introduciendo reformas ortográficas, en las cuales se apartaba casi siempre del basamento etimológico de la ortografía. De ese modo había suprimido, por ejemplo, la «ch» con valor de «k», pautando que debía escribirse «cristiano» y «quimera», en lugar de «christiano» y «chimera», como se escribía antes de la reforma. Eliminó igualmente la «ph», sustituyéndola por la «f»: «filosofía» en lugar de «philosophía». Prescribió también que se escribiese «extraño» y «extranjero», en lugar de «estraño» y «estranjero», pero que, en cambio, se escribiera «jarabe», «jefe» y «ejido», en vez de «xarabe», «xefe» y «exido». Es de advertir que las normas ortográficas suprimidas obedecían al criterio etimológico, pues el uso de las letras eliminadas respondía fielmente a la escritura de las raíces latinas y griegas de las cuales esas palabras derivaban.

Fueron muchas más las reformas importantes de la ortografía dictadas por la Real Academia a lo largo de los años. De modo que no se explica, ni menos se justifica, el aspaviento que suele producirse cuando alguien propone modificar ciertas reglas ortográficas.

Bello consideraba que el único criterio «esencial y legítimo» para la fijación de las normas ortográficas es la pronunciación, la fonética, o sea, que las palabras deben escribirse tal como se pronuncian. El decía que escribir equivalía a «pintar las palabras», y consideraba que «la etimología es la gran fuente de la confusión de los alfabetos de Europa» (p. 79).

Basado, pues, en esos principios, propuso Bello una serie de reformas, para simplificar la ortografía y darle una perfecta unidad. Entre esas reformas se incluían las siguientes:

Emplear la «i» latina en lugar de la «y» griega en todos los casos en que sea una vocal, como cuando es conjunción copulativa: «Pedro i Juan». De ese modo el signo «y» sólo representaría al sonido consonante «ye».

Eliminar la «u» muda que acompaña a la «q»: «qe» en lugar de «que», «qiso» en lugar de «quiso».

Suprimir la «h»: «ombre», «onradez», «aora», etc.

Sustituir la «g» que él llama «áspera», por la «j»: «jente», «jentil», «jema».

Suprimir la «u» muda que sigue a la «g»: «gerra», en lugar de «guerra»; «giso», en vez de «guiso». De este modo sólo quedaría la «u» sonora después de la «g», y en tal caso no haría falta la diéresis o crema para indicar la sonoridad de dicha vocal: «guiro», «Guigue» se leerían «güiro», «Güigüe», sin confusión posible.

Sustituir la «c» suave con la «z»: «variazión», «reduzir», «azer», etc.

Años después, ya Bello en Santiago, la Facultad de Humanidades de la Universidad de Chile, obviamente por iniciativa suya, adoptó oficialmente un conjunto de reformas ortográficas, que causaron diversas reacciones en contra. Con ese motivo, don Andrés publicó en el periódico El Araucano, en sus ediciones del 10 y del 24 de mayo de 1844, un artículo en defensa de las reformas. Él justificaba esa defensa, no obstante que consideraba que la Facultad había «expuesto de un modo tan luminoso los fundamentos de sus reformas ortográficas, que parecería un trabajo superfluo defenderlas de nuevo», por el hecho de que «las innovaciones de utilidad más evidente encuentran numerosos opositores en las filas de los espíritus rutineros, de los cuales hay muchos aun entre los que se llaman liberales y progresistas». (Ibidem. p. 99).

En este artículo, Bello demuestra que aquellas reformas, que sin duda son las suyas, tienen su fundamento, no en capricho alguno, sino en la doctrina de los más conspicuos gramáticos, e incluso en la de la propia Real Academia.

4. La reforma ortográfica: punto final (11/5/97)

En nuestros artículos anteriores hemos demostrado tres cosas: 1, que es falso que el discurso de García Márquez en el Primer Congreso Internacional de la Lengua Castellana, en Zacatecas, haya «levantado una polvareda», como dijo «El País», de Madrid, de donde lo copiaron agencias noticiosas y periódicos de diversas partes del mundo, repitiendo la mentira inicial y provocando, eso sí, un revuelo entre gente que no estuvo en Zacatecas, ni leyó el discurso, o lo leyó incompleto y/o mal. 2, que García Márquez no dijo nada nuevo en su discurso, y las reformas a la gramática y la ortografía por él propuestas fueron muy tímidas, incapaces por sí mismas de causar conmoción entre la gente que sabe de eso, pero sí en quienes no tienen arte ni parte en el asunto, porque son legos en la materia, o porque, como ya dijimos, no conocen el discurso motivo de la discordia. 3, que mucho más audaz, profunda y bien fundamentada fue la reforma de la ortografía propuesta por Andrés Bello hace más de cien años, y que no quedó en proposición, pues él mismo la aplicó en su escritura, y logró, además, que fuese adoptada oficialmente por la Facultad de Humanidades de la Universidad de Chile, donde se aplicó durante algún tiempo. Incluso fue aceptada fuera de Chile, y uno de los que empleó, por lo menos algunas de sus innovaciones, fue Simón Rodríguez, quien usaba la «i» latina en lugar de la «y» griega cuando se trata de vocal (como cuando es conjunción copulativa), y escribía «jente», «jeometría», «jenio», en lugar de «gente», «geometría», «genio».

A las reformas ortográficas, que después de Bello se han seguido proponiendo en España y en Hispanoamérica, siempre se oponen los mismos argumentos. Uno es que las reglas actuales de ortografía tienen un fundamento etimológico, y son una especie de reliquia histórica de la lengua, pues las palabras se escriben de tal manera, porque así se escribían sus raíces griegas o latinas. Pero esto es cierto sólo en parte, pues la misma Real Academia se encargó de eliminar muchas reglas ortográficas histórico-etimológicas, sustituyéndolas por otras que responden a la pronunciación, y no al origen de las palabras. Tales son los casos, por ejemplo, de «christiano» y «chimera», que pasaron a escribirse «cristiano» y «quimera», o de «philosophía», en que se cambió la grafía «ph» por «f» («filosofía») y de «xarabe», «xefe» y «exido», en que se cambió la «x» original y etimológica, por la «j» moderna y fonética: «jarabe», «jefe», «ejido».

Además, hay también casos anteriores a las primeras reformas de la Real Academia, en que una regla ortográfica contraría la tradición etimológica. Por ejemplo, hoy escribimos «hombre», con «h», pero en el Castellano antiguo se escribía «ome», sin «h».

El otro argumento en pro de la conservación de la ortografía tradicional se refiere a que, presuntamente, las reformas afearían la lengua escrita, y atentarían contra la «belleza» del Castellano. Es también una falacia. La belleza de un idioma no está en cómo se escriban sus palabras. Lo que pasa es que nos acostumbramos a verlas escritas de un modo, y todo cambio ortográfico, bien sea por error o por reformas aprobadas, nos resulta chocante… hasta que nos acostumbremos. Por ejemplo, la belleza de ciertos famosos versos del Arcipreste de Hita, en el «Libro del Buen Amor», ¿no es, acaso, la misma escritos en la forma original: «Como dize Aristótiles, cosa es verdadera: / El mundo por dos cosas trabaja: la primera, / Por aver mantenencia; la otra cosa era / Por aver juntamiento con fenbra plazentera», que escritos con la ortografía actual: «Como dice Aristóteles, cosa es verdadera: / El mundo por dos cosas trabaja: la primera / Por haber mantenencia; la segunda cosa era / Por haber ayuntamiento con hembra placentera»? No vemos que la verdad de su contenido ni la belleza de su lenguaje cambien en estos versos, según sean las reglas ortográficas con que los escribamos.

El propio Bello rechazó ambos argumentos, demasiado especiosos. Del primero dijo: «Las lenguas no paran nunca; y alterando continuamente en sus movimientos las formas de las palabras, es necesario que estas alteraciones se reflejen en la escritura, cuyo oficio es representar el habla. Conservar letras inútiles por amor a las etimologías me parece lo mismo que conservar escombros en un edificio nuevo para que nos hagan recordar el antiguo»· (Estudios gramaticales·. En: Obras completas. Tomo V. Caracas; 1951. p. 108-109). Al otro argumento Bello replicó lo siguiente: «A los que opongan lo extraño y feo de las innovaciones, diremos que la verdadera belleza de un arte consiste en la simplicidad de sus procederes; que el objeto de la escritura es pintar los sonidos, y que cuanto más sencillamente lo haga, tanto más bella será» (Ibidem; p. 100).

Con este último razonamiento coincide la opinión de un funcionario de la Embajada francesa en Caracas, quien en un amable mensaje que, a propósito de nuestro artículo del domingo antepasado, nos hizo llegar, dice lo siguiente: «Yo pienso que una lengua es, en principio, un instrumento, cuya riqueza se mide por su vocabulario y su gramática, antes que por su ortografía».

Hay algo en que quienes se oponen a la reforma ortográfica —Bello los llamó «espíritus rutineros»— no han reparado. Todos ellos se escandalizan cuando alguien escribe con errores de ortografía. Pues bien, una de las consecuencias de la reforma propuesta es que acabaría con los errores ortográficos. Si cada letra representase un solo sonido, y cada sonido tuviese una sola letra, como quería Nebrija hace quinientos años, no habría que aprender ortografía, ni se podría cometer errores de ese tipo. No habría, por ejemplo, palabras que se escribiesen con «b» y otras con «v». Todas se escribirían del mismo modo. Ni habría sonidos que unas veces se escribiesen con «c», otras con «s» y otras con «z». Ya con esto bastaría para justificar las reformas ortográficas.

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