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Refrescante dramedia italiana sobre un papa moderno

Una de las sorpresas cinematográficas en la reciente Semana Santa ha sido la cinta de Nanni Moretti “Habemus Papam”, que llevó a muchos europeos a las salas de cine, animados por el novedoso tema y las buenas críticas que había recibido el filme en la prensa. Tal como lo indica el título, la trama narra la elección ficticia del Papa tras la muerte de Juan Pablo II y la posterior crisis de conciencia de un  cardenal, tras cuestionar su capacidad para ser el líder de un millardo de católicos. Un siquiatra entra en escena para facilitar la transición pero aún así, el prelado no se siente inclinado a asumir tal responsabilidad.

   Así, el flamante y temeroso Papa electo huye del Vaticano y, con su figura todavía sin publicitarse, consigue vagar inadvertido por las caóticas calles de Roma e integrar una troupe de actores que están escenificando un cuento de Chekov en el teatro. Eventualmente, el Papa es localizado y llevado nuevamente al Vaticano para formalizar su elección, algo que debe hacerse presentándolo desde el balcón de su apartamento vaticano a los fieles. Sorprendiendo a todos, el Papa anuncia ahí que “no es el  líder que esperan” y renuncia públicamente. Así, el tono de comedia evidente a lo largo del filme se vuelve dramático al final, de ahí que se puede clasificar como una “dramedia”.

 

Ecos de otros filmes

   La trama del filme recuerda mucho la laureada comedia de William Wyler de 1955, “Vacación romana” (aquí, “La princesa que quería vivir”) donde una princesa de un país ficticio (Audrey Hepburn) sale subrepticiamente de su embajada en Roma y se adentra en la  bulliciosa vida capitalina, con la guía de un periodista (Gregory Peck) que la reconoce y quiere explotar el incidente con un jugoso tubazo. Asimismo, el tema había sido tratado también en “Las sandalias del pescador”(1968) donde el Papa ucraniano Kiril Lakota (Anthony Quinn) también enfrenta una crisis existencial, y sale del Vaticano vestido de civil para conocer a la gente común, prestándose a ayudar a una familia romana en problemas. Pero Moretti quiso hacer esta vez una sátira seria del Vaticano, a tono con su escepticismo religioso y su tendencia izquierdista, tratando de satirizar ciertos aspectos de la vida de los cardenales. Lo mismo había hecho hace unos años en “El caimán” (2006), cuando enfiló sus críticas a un político inescrupuloso muy similar a Berlusconi, estando el mandatario en plena gestión de premier.

   Moretti es uno de los directores más apreciados de la escena fílmica italiana, con una veintena de obras en su haber durante sus cuatro décadas en el cine. La crítica lo ha apreciado mucho más desde que ganó, por su filme “La habitación del hijo” (2001), la codiciada Palma de Oro en el festival de Cannes, y el David de Donatello en el de Venecia. En ese filme el mismo Moretti encarnaba a un padre que enfrenta la pérdida de un hijo en un accidente de buceo. Su afición a la actividad actoral ha permeado en varios de sus propios filmes, de ahí que en “Habemus papam” interpreta al siquiatra encargado de orientar al confuso Papa, asignado en el guión al personaje papal el rol de actor para ganarse el sustento ante la nueva realidad.

 

Un prestigioso actor en el papel central

   Para caracterizar al atribulado Papa, Moretti escogió al legendario actor Michel Piccoli, un veterano con más de 200 filmes en el cine europeo, quien –fiel a su origen italiano- ha alternado con frecuencia tanto en la cinematografía francesa como la italiana. De él recordamos con agrado su rol como un fugitivo Rey Luis XVI en “La noche Varennes”, o como el sibarita suicida en “La gran comilona”, así como sus actuaciones en las cintas de Buñuel “Bella de dia”,“El discreto encanto de la burguesía” y “La vía láctea”, e incluso sus breves incursiones en cintas norteamericanas como “Atlantic city” y “Topaz”. A sus 87 años, era el candidato ideal para el rol en “Habemus Papam”, al interpretar al anciano cardenal francés Melville, algo que -en cierto modo- quiso hacer referencia a la elección del Cardenal Ratzinger a la muerte de Juan Pablo II y sus problemas diplomáticos al principio de su papado por sus imprudentes comentarios sobre el Islam.

   Una película sobre un tema tan controversial no podía pasar desapercibida en el mundo de la Iglesia. Así, el diario de la Conferencia Episcopal “Avvenire” pedía boicotear al filme, preguntando a los lectores “si deberían financiar obras que ofenden nuestra religión”.  Pero el Vaticano no se ha pronunciado abiertamente, al contrario como hizo hace unos años con “El código da Vinci” y su secuela, mientras otros expertos relacionados con la iglesia estaban complacidos que se hubiera mostrado el lado humano de los cardenales, los cuales -ante la demora en el anuncio- siguen secuestrados y se entretienen con un juego de pelota mientras se resuelve la inusual crisis. De hecho, pareció raro a algunos que un crítico como Moretti se inhibió de mencionar los escándalos sexuales y financieros de la Iglesia, concentrándose en el dilema moral que enfrenta el nuevo Papa.

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