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Revista Nacional de la Cultura: Anhelo de identidad en una revista de Carlos Yusti.

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El poeta José Vizcaya (Cheo) fue puntual cuando escribió que en Venezuela existe un incalculable cementerio de revistas literarias. En este camposanto impreso son contadas las revistas que han sobrevivido. Revistas que con apenas una primera edición fallecen, sin mencionar los irrisorios tirajes. Revisando bibliotecas particulares cualquiera podrá descubrir revistas que podrían formar parte de la colección de libros raros de la Biblioteca Nacional. Hay para todos los gustos. Hay de todos los formatos y cuyo eje común siempre fue la creación literaria en sus más variados géneros. Algunas de estas revistas fueron impresas en el papel inaudito de la miseria y otras ostentaban su patrocinio estatal o privado. Lo cierto es que ni el dinero y mucho menos la voluntad obstinada de sus editores es suficiente para que una revista perviva en el tiempo y sea una referencia intelectual de primer orden. Las razones para que una revista resista los embates de los cambios de gobierno, las crisis económicas e institucionales, tienen que ver más con el azar que con la literatura.

Dedicarse a la escritura es también un oficio estrechamente relacionado con ese mecanismo sutil del azar. En primer lugar tienes que convencer a tu familia que eso de rayar papeles no es un pasatiempo de fin de semana. Después debes convencer a tus amigos del alma que la literatura no hace daño y que uno casi nunca termina como don Quijote: con los ojos desorbitados acometiendo molinos de viento. Las vicisitudes para dedicarse a la literatura son muchas, sin mencionar que el dinero es escaso y las satisfacciones pocas y aquella sentencia de Quevedo te perseguirá siempre: “El que escribe para comer, ni come ni escribe”.

En mi caso particular comencé leyendo y luego me asocié con otros vagos lectores como yo. Después de tanta lectura el proceso de escribir viene por sí solo. Uno se engancha a las palabras y sólo quiere sacarle su música especial y ver nuestro nombre en letra impresa se vuelve en una obsesión. Pero en todas las revistas tus escritos no reúnen los méritos suficientes para ser publicados. La revista literaria se torna un lugar inalcanzable. La ardiente impaciencia de la juventud te decide, sin más, a editar una revista y desde ese momento, con el alma impregnada de tinta, uno vagará de revista en revista como un fantasma impreso con notas a pie de página.

Revistas como Poesía, Zona Franca o la Revista Nacional de Cultura formaron durante mi adolescencia en una cátedra de los derroteros literarios. La Revista Nacional de Cultura acaparó mi especial atención debido a los escritores de cuño (algunos de incalable cretona) que desfilaban por sus páginas.

Hoy la Revista Nacional de Cultura llega a su número 332 y con la bicoca de 86 años a cuestas. Su director actual, el escritor Sael Ibáñez, hace un balance, un recuento de sus aportes y de aquellos escritores que han dejado su sello peculiar en el quehacer literario del país. Este número, que consta de 2 tomos, tiene como lema: Se lee a sí misma. En su presentación, Sael Ibáñez acota: “Obligados como estuvimos por simples razones de extensión, tenemos que reconocer, forzosamente, algunas ausencias en ese panorama de altísima calidad. Pero la revisión de todo este material, tal cual la hemos hecho, no hace sino reafirmar que esa multiplicidad de artículos, ensayos, relatos, poemas, crónicas, noticias oportunas y reseñas bibliográficas de distintas épocas, respira la forma como se ha venido gestando nuestra identidad espiritual y cultural”.

El tomo 1 está dedicado a ensayos y artículos de escritores de la calidad de Andrés Bello y Santiago Key Ayala, pasando por Juan David García Bacca y Aquiles Nazoa hasta llegar a Caupolicán Ovalles, Ennio Jiménez Emán y Manuel Bermúdez. Por supuesto hay más nombres y los textos escogidos miran al país desde el costado de sus letras, de su música y su pintura. Artículos y ensayos que dejan en claro calidad, estilo y creatividad al momento de organizar las ideas. El tomo 2 está dedicado a la narrativa y la poesía. En narrativa encontramos nombres como Arturo Úslar Pietri, José Balza, Guillermo Meneses, Oswaldo Trejo, Salvador Garmendia. En poesía, poetas como Ramón Palomares, Miyó Vestrini, Adhely Rivero y muchos otros. El agregado importante de estos dos tomos lo constituye la plantilla de autores extranjeros que no tiene desperdicio alguno.

El mismo Sael Ibáñez ha señalado en su presentación que hay algunas ausencias. No por odio o reconcomio, sino por exigencias del espacio. Para Ibáñez este número antológico de la Revista Nacional de Cultura es un espejo que refleja nuestro anhelo de identidad.

En el primer editorial de la revista su fundador, Mariano Picón Salas, escribió: “Aquí estamos, desde las páginas de esta revista en emocionada contemplación y búsqueda de Venezuela. Vasta geografía, posible e inagotable de inéditos recursos, variada en el paisaje natural y humano, en ella también quieren germinar las fuerzas del espíritu”.

La Revista Nacional de Cultura era una revista mito entre los jóvenes que empezábamos a dejar la piel y la entraña garrapateando versos al filo de la madrugada. Me inicié como poeta, pero lo despellejé a tiempo por lo escrito por Francisco Umbral: “Todos empezamos de poetas. Hay que asesinar el poeta a tiempo, en la cocina de provincias, con el cuchillo de desescamar el pescado”. Como poetas provincianos tuvimos que multigrafiar una revista para publicar nuestros textos, que de otro modo jamás hubiesen olido la tinta impresa.

Pero de aquello hace mucho y publiqué en la Revista Nacional gracias a los buenos oficios del poeta Gustavo Pereira. Publiqué en un momento en el cual estaba de vuelta de todo. Había editado algunos libros y conservaba, a pesar de lo meretrizado del medio literario, intacta la fe por la literatura, leída o escrita. Fe que sin duda ha permitido que la Revista Nacional de Cultura pueda leerse a sí misma para hacer de la memoria una trinchera irreductible.

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