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En el corazón de Silicon Valley hay «junglas» secretas

El desalojo esta semana de «La Jungla», el mayor campamento de personas sin techo de EE.UU. en pleno corazón de Silicon Valley, se ha convertido en emblemático de la creciente desigualdad en la meca de la tecnología mundial.

Situado a las orillas de un riachuelo olvidado en la ciudad de San José y a escasa distancia en coche de titanes tecnológicos como Google o Apple, «La Jungla» fue, hasta esta semana, el hogar improvisado de unas trescientas personas alojadas en tiendas de campaña, búnkers subterráneos y otras construcciones precarias.

El jueves a primera hora de la mañana efectivos policiales y municipales forzaron la salida de los residentes en medio de una creciente presión del Consejo de Control de Recursos Hidraúlicos Estatales por la contaminación del río Coyote Creek y la preocupación de las autoridades por episodios violentos recientes.

San José y el condado contiguo de Santa Clara tienen la mayor concentración de personas sin techo viviendo en la calle de todo Estados Unidos, más de 7.500, según el último recuento del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano.

Tres cuartas partes de los sin hogar nacieron y crecieron en la zona, y muchos de ellos tienen trabajo pero no ganan lo suficiente para pagar unos precios inmobiliarios que se han disparado al calor del auge tecnológico de los últimos años.

Según la firma inmobiliaria RentJungle.com el alquiler medio de un apartamento de una habitación en San José y las inmediaciones ronda los 2.633 dólares, frente a los 1.761 de hace dos años. El precio medio de una vivienda unifamiliar es de 700.000 dólares.

Esa carestía ha desatado una competencia por cada apartamento de alquiler disponible, según Destination:Home, una organización que ha trabajado con la ciudad de San José para encontrar casas subsidiadas a los sin techo desalojados de «La Jungla».

Robert Aguirre, un ingeniero eléctrico de 60 años, que pasó de ser propietario de una firma tecnológica a quedarse en la calle es uno de los exresidentes del campamento de San José.

«Durante muchos años tuve mi propia consultoría de ingeniería en Silicon Valley», explica Aguirre en un relato en primera persona publicado esta semana en la revista Mother Jones.

Aguirre relata como, durante años, ayudó a grandes empresas estadounidenses como Microsoft, Cisco o Dell a obtener la aprobación de los reguladores para sus productos, hasta que decidieron trasladar la producción fuera del país.

«Los trabajos que quedan son muy técnicos y generalmente contratan a gente recién licenciada de la universidad (…) Los viejos como yo no tenemos ninguna posibilidad», asegura Aguirre, que perdió su negocio y su casa durante la crisis.

El sueldo de su mujer, discapacitada, no era suficiente para cubrir los gastos y tras varios golpes de mala fortuna acabaron durmiendo en el coche varios meses, hasta que a su esposa empezaron a inflamársele las piernas y acabaron en «La Jungla».

Un informe publicado a finales de septiembre muestra que la desigualdad en Silicon Valley va en aumento y que con ella aumentan también las tensiones sociales, como ponen de manifiesto las protestas en San Francisco contra los autobuses que trasladan a empleados de las grandes firmas tecnológicas.

El estudio de la firma Joint Venture Silicon Valley muestra que el aumento de ingresos en los hogares más adinerados fue casi cinco veces mayor en los últimos dos años que en el conjunto de hogares.

«La clase media está desapareciendo (…) y Silicon Valley se está convirtiendo en un lugar diferente, un lugar de gente que tiene y otros que no tienen lo que hace que se vean señales de tensión», dijo Rusell Hancock al Wall Street Journal durante la presentación del informe.

Aguirre, el ingeniero de «La Jungla» que ha obtenido ahora ayuda para vivir en una casa subvencionada, cree que las firmas tecnológicas tienen la obligación de ayudar.

«Son las que externalizaron los trabajos de la clase media e impulsaron al alza los alquileres y los precios de la vivienda», asegura Aguirre en su artículo.

«A las sociedades se las juzga por cómo tratan a aquellos incapaces de cuidar de sí mismos. Eso es lo que dice quiénes somos realmente», concluye el ingeniero.

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