Tron: el legado al cine y al hombre
Cubierto de efectos fluorescentes llega a nosotros una muestra más de que el séptimo arte es trascendente e infinito. La segunda entrega de Tron cuenta con el mérito de contadas cintas: entregar la materialización del potencial de un género cinematográfico, en este caso de acción. Esa es la sorpresa. Aplauso 1. El espectador encuentra la estimulación esperada compuesta de peleas y explosiones, pero capta otros elementos igual o más estimulantes.
<i>Tron: el legado</i> se encarga de impresionar todos los frentes posibles. Por su forma, aplauso 2, es una película hecha humanamente. Considera las dimensiones del espectador y las invade todas. Sacude lo sensorial con gráficos y efectos. Impresiona o «crea presión» a la inteligencia con sus cosmos, sus retos y sus preguntas y respuestas. Al «alma» le susurra conexiones, asombros, posibilidades, luces.
Por su contenido, aplauso 3, se trata de una película humana o “humanizante”. Toda la complejidad del formato, del ataque a cada dimensión, se alinea para apuntar a lo más humano. Con sutileza, sin acallar ni enlentecer los disparos y las persecuciones, ofrece ideas sobre lo «verdaderamente importante», la predominancia de lo real frente a las construcciones ficcionales o virtuales, el mito de «lo perfecto», la omnipresencia de lo superior o divino, y un apasionante etcétera.
Aplaudamos. «Tron: el legado» es, como anuncia su título, un regalo para el hombre moderno. Un regalo que deleita, emociona y atraviesa. Cumple con las expectativas y se atreve a excederlas.
Es una película noble y generosa. ¿Un consejo? Aproveche. Sea todo lo goloso que pueda.