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Un Mies para David

Es muy cierto que los premios valen poco, que reflejan un consenso que puede ocultar lo más valioso. Y con frecuencia son extemporáneos.  Corbusier escribió una frase sobre el tema que concluía así: “el reconocimiento llegará…tarde”. Lo cual le aconteció a él y a muchos de los más grandes. Inútil señalar que el Nobel se le otorgó a Saramago y nunca a Borges: un escritor del momento y uno de siempre. O que muchos de los muebles diseñados en los primeros años del siglo veinte, hoy clásicos del diseño, hayan pasado décadas semiolvidados para que ahora se redescubran pasada la inundación de mediocridades a lo Phillippe Starck. En el último encuentro de Apple, una empresa que ha hecho del buen diseño parte de su marca tal como en un tiempo lo fue Olivetti, la escenografía era un sillón “grand confort” de Le Corbusier y una computadora de nueva generación que manipulaba Steve Jobs frente a una pantalla para proyecciones.

Hay siempre que desconfiar un poco de lo que se celebra, y a veces mucho. Uno se lo dice a los más jóvenes y ellos, como hicimos nosotros en su momento, te ven con desconfianza.

Lo cual no quita que pueda haber celebraciones tempestivas y bien dirigidas, como con el último premio Mies van der Rohe concedido la semana pasada a David Chipperfield arquitecto británico joven (sólo 58 añitos) quien recibió hace poco la medalla de oro 2011 del RIBA (Royal Institute of British Architects). Si recordamos el reciente Premio Pritzker para Souto de Moura podríamos pensar que el ambiente está despertando del culto al exhibicionismo para señalar hacia una arquitectura menos deseosa de sorprender y parecer “lo último”. Como que si los jurados  coincidieran en señalar hacia una arquitectura menos cargada de pretensiones de sorprender.

Pero no hay que ser demasiado ingenuo, porque el RIBA también premió como el mejor edificio del 2010 al aparatoso museo de Roma MAXXI, de Zaha Hadid (1950) que he comentado aquí.

Amaneramiento

Pero el MAXXI resulta hasta circunspecto si se compara con el Teatro de Opera de Guangzhou, China (http://www.guardian.co.uk/artanddesign/2011/feb/28/guangzhou-opera-house-zaha-hadid), también de Hadid, que es una verdadera joya  de la arquitectura kitsch-espectáculo hasta el punto de lo repulsivo.

¿Cómo valorar reconocimientos tan disímiles? ¿Cómo tomar los gestos del RIBA apuntando en direcciones tan encontradas?

La respuesta creo que reside en lo “políticamente correcto”, en el deseo de complacer a todos los figurantes, a lo que brilla mucho y a lo que brilla menos, en un ejercicio de equilibrio o, si somos benévolos, de tolerancia. No es el señalamiento de una dirección preferente sino una postura que satisface los intereses de las instituciones. Muy propia del relativismo moral tan en boga, ante la cual tenemos la libertad de situarnos, es decir, de no compartirla y hasta denunciarla.

El teatro de la señora Hadid es de un amaneramiento casi insoportable. Llego a imaginar a un amante de la ópera allí, luego de oír en el Otelo de Verdi a Yago en un sombrío palacio veneciano preguntándose que hay después de la muerte para responderse “nulla”, nada, salir después en el entreacto a ser despertado de su ensoñación por esa arquitectura de mall temático de suburbio. Le arrebatará la intensidad dramática de lo que acaba de presenciar.

Mientras que el Neues Museum de Chipperfield es un ejemplo de quietud y discreción en el cual el pasado del edificio reconstruido y ampliado, hito importante de la Isla de los Museos de Berlin, se muestra a través del tratamiento de las superficies, la restauración parcial de pasadas glorias del siglo diecinueve y un ambiente general de discreción y de hermosura fabricada con la luz, los materiales, las texturas, los detalles, en una reinterpretación y relanzamiento de lo mejor de la tradición moderna.

La Sustancia

La arquitectura de Chipperfield se apoya en las formas elementales del edificio, destacando, podríamos decir, su “pureza”. El la define como una arquitectura que nace de la “búsqueda de la sustancia”, frase que viene a apoyar lo que he recordado sobre la futilidad  del esfuerzo de decir con palabras lo que el edificio muestra.  Porque cualquier arquitecto reflexivo podría decir lo mismo de su obra. Cada quien tendrá una forma personal de entender y expresar esa noción. La “sustancia” de Chipperfield es su modo de tomar decisiones. Así que decir sustancia es decir cualquier cosa. Que adquiere  sentido al ver sus edificios. Esa es la trampa que nos tiende el lenguaje cuando se quiere “explicar” lo que se hace

Podemos tratar de ser más directos: La Ciudad de la Justicia de Barcelona, por ejemplo, proyecto del británico, lo deja a uno con la sensación de haberse comido un sandwich de buen jamón con muy poco jamón. Parece necesario volver de nuevo a verla, recorrerla y, si es posible, disfrutarla. La primera impresión es de algo demasiado desprovisto, de sequedad, de cierta rudeza. Pero poco a poco el recuerdo de lo observado, aún rápidamente como fue mi caso, se va asociando a sutilezas entrevistas, a los colores, las direcciones de los volúmenes, exentos, limpios, al tratamiento extremadamente riguroso de las superficies. Así va todo.

Y resulta interesante pensar por ejemplo cuál podría ser nuestro modo de buscar la sustancia de la arquitectura en un medio como el nuestro. No será la misma de Chipperfield, después de todo producto de lo que he dicho, del refinamiento. Será uno asociado a esta luz tropical, a la urgencia de sombra, a un modo de percibir propio de esta parte del mundo, en el que las sutilezas se expresan de otro modo. Lo elemental aquí es otra manera de ser elemental. No creo que habría refinamiento. Veo la casa de Caraballeda de Villanueva, por ejemplo.

 

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