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Y El Libertador: ¿Qué?

(%=Image(5734896,»R»)%) Los libros que publica el notable historiador británico Paul Jonhson (1928) son siempre dignos de toda atención. Ahora ha publicado, en el espacio de pocos meses, dos sugerentes libros, dos obras que son hermanas siamesas. Nos referimos a “Creadores” (Barcelona: Ediciones B, 2008. 345 p.) y a “Héroes” (Barcelona: Ediciones B, 2009. 328 p.). “Creadores” es a la vez complementario de otro anterior, lleno de interés y de sugerencias, que es “Intelectuales” (Buenos Aires: Javier Vergara, 1990. 381 p.).

Pese a que Jonhson es conocedor de la época a la cual nos vamos a referir, más o menos situada entre 1815 y 1830, aunque en verdad se inició hacia 1780, de hecho es autor de un libro insoslayable y fundamental sobre ese período “El nacimiento del mundo moderno” (Buenos Aires: Javier Vergara, 1992. 969 p.).

Pese a ello al menos en un pasaje de “Héroes” la incomprensión de la historia de América Latina le hace caer en un grave error, tan alto que deseamos corregirlo hoy a la luz de nuestra historia. Con su afirmación Jonhson nos demuestra una vez más, punto al cual nos hemos referido en otros de nuestros apuntes de lector, a la forma como nuestra América Latina no es bien comprendida por parte de los europeos, estamos nosotros siempre excluidos, lo somos. Tanto que de tenerla en cuenta se ampliaría su comprensión de esa época decisiva para la humanidad que es la de la revoluciones de independencia hispanoamericanas, que significó el fin del absolutismo monárquico español, con la presencia de sus grandes figuras: Francisco de Miranda (1750-1816), Simón Rodríguez (1769-1854), Andrés Bello (1781-1865), Simón Bolívar (1783-1830) y Antonio José de Sucre (1795-1830). Y lo decimos, y nuestros lectores lo van a comprobar ahora, porque si bien Jonhson en “El nacimiento del mundo moderno” se refiere a Miranda y Bolívar y menciona a Sucre como el general victorioso en Ayacucho (Diciembre 9,1824) en ningún momento alude a Miranda como un intelectual, como un diarista, como un pensador; nunca cita a Bello, quien logró la Independencia cultural latinoamericana, de hecho fue sustancial su acción en la literatura, la educación, el derecho y las relaciones internacionales muchas de cuyas pautas fijó. Y menos parece Jonhson haber advertido la existencia del gran filósofo de aquella época, Simón Rodríguez, el de las máximas para la autonomía. Y mientras no se entienda el carácter de la cultura hispanoamericana no se podrá estimar el significado de la gran transmutación que vivió nuestro continente a partir del 19 de Abril de 1810 cuando la emancipación fue proclamada en Caracas, antes esto no se había logrado en ninguna parte. Miranda al “inventar” nuestra libertad política había puesto sus bases, antes que el ningún otro. Y los intentos anteriores, como la sublevación de Picornell, Gual y España en Caracas (1797) o la de Quito (1809) habían fracasado, habían sido vencidos: sólo el de Caracas triunfó y se ha mantenido, sin solución de continuidad, pese a las alternativas del período 1814-1821, días del régimen realista en Caracas, sin solución de continuidad. Y además las vidas de Miranda, Bolívar y Bello estuvieron presentes en nuestra experiencia política y cultural a lo largo de más de medio siglo: el paso de una generación a otra, la entrega del fuego sagrado de la libertad lo puso Miranda en las manos de Bolívar, el libertador político, y de Bello, el emancipador cultural, en Londres, cuando se encontraron en 1810 allá. Y cuando Miranda murió en 1816 el Libertador estará en plena acción, logrando realizar lo que aquel planeó y dejó escrito. Y cuando Bolívar fallezca será Bello quien actué, desde Chile, irradiando su magisterio a todo el continente, hasta 1865 cuando dejó de vivir. Y desde ese momento actuaron sus discípulos y más tarde los alumnos de sus alumnos. Así tendremos más de una centuria de proyección. Todo esto hay que conocerlo para poder entender a nuestra América Latina.

En el punto al cual nos vamos a referir Jonhson hierra por no conocer a fondo, y por no haber logrado “sentir” la historia de los países hispanoamericanos a los cuales siempre hay que añadir al Brasil y a la multitud de islas que forman el multicolor mar Caribe, países tan latinoamericanos como los que hablan castellano. De hecho fue una nación caribeña, Haití, el primer país del continente en obtener su Independencia, en este caso de Francia, en 1804, seis años antes que la declaración caraqueña del año diez.

En el caso de “Héroes” al cual nos vamos a referir cita Jonhson a las figuras militares del norteamericano Jorge Washington (1732-1799) y las de los ingleses almirante Horacio Nelson (1758-1805) y Arthur Wellington (1769-1852). No le parece que sea correcto tratar en su capítulo sobre Napoleón Bonaparte (1769-1821) ni se refiere a Bolívar. No se da cuenta que además de Goethe (1749-1832) las grandes figuras de aquellos días fueron Napoleón, el almirante Nelson, el duque de Wellington, Bolívar, el pintor español don Francisco de Goya (1746-1828) y dos mujeres: Mary Woltonecraft (1759-1797), la fundadora del feminismo (1792) y la novelista Jane Austen (1775-1817). No se refiere a Francisco de Miranda, lo cual es otro error, pese a que el gran proyectista de la emancipación participó, en puestos protagónicos, en las tres revoluciones de su tiempo: la de los Estados Unidos, la Francesa y la latinoamericana. Y el Libertador y Goya fueron, en los años de su más lograda acción, las grandes figuras hispanas de su tiempo, no había nadie que pudiera acercárseles. Incluso como hombre de letras, que también lo era, el Libertador escribía mucho mejor que los creadores españoles e hispanoamericanos de sus días. En el campo de la lengua fue un innovador, esa fue otra de sus revoluciones.

Ahora bien Jonhson refiriéndose a Wellington anota: “del mismo modo que condenaba el ejemplo de Simón Bolívar en Sudamérica, pues llevó al desgraciado continente a su trágico camino de golpes de Estado periódicos y a los gobiernos militares” (p.304), es lo que denomina el “camino bonapartista” (p.304) que no es otro para él que cuando “el militar se somete al jefe de Estado electo, con la completa aprobación de la nación” (p.304). Esto, como lo veremos nada tiene que con Bolívar, todo lo contrario, pese a lo que a veces se propala, incluso en alguna obra en la cual el público cae incautamente en sus conclusiones al creer que por haber sido escrita por un historiador profesional es certera, pero se equivocan por no darse cuenta que aquellas son las obras de lo que hemos denominado el “bolivarianismo escuálido” tan pernicioso como el chavista porque ambos utilizan al Libertador como arma de combate en vez de verlo, como debe ser, como una criatura de la historia.

Para aclarar el entuerto de Jonhson, un lunar en tan sabia obra, debemos ir un poco más atrás, para seguir la cronología de los acontecimientos.

Ante Napoleón, y esto no se ha visto como se debía, el punto de vista de Bolívar coincide con el de Jonhson, cosa que el británico ignora. El mismo expresó, el mismo año de la derrota del corso, por Wellington, en Waterloo lo que sigue. Lo hizo al divulgarse en nuestra América la noticia de que Napoleón pasaría a vivir en Nueva Orleáns, en donde incluso se le había preparado una casa. Expresó el Libertador (agosto 22,1815): “Si es la América del Sur herida del rayo, por la llegada de Bonaparte, ¡desgraciados de nosotros, para siempre, si nuestra patria lo acoge con amistad!. Su espíritu de conquista es insaciable: él ha segado la flor de la juventud europea en los campos de batalla para llenar sus ambiciosos proyectos; iguales designios lo conducirán al Nuevo Mundo” (“Escritos del Libertador” Caracas: Sociedad Bolivariana de Venezuela, 1972, t. VIII, p.69).

Para entender esto, que no se cita como se debiera, deben examinarse las visiones que tuvo el Liberador del general galo. Al principio, cuando era un destacado oficial republicano, Bolívar lo admiró. Pero cuando se hizo Emperador, en 1804, Bolívar estaba en París el día de la coronación, lo adversó porque no lo podía considerar un republicano cuando tenía una corona sobre las sienes. Sobre él, en los siguientes, veinte y cuatro años guardó silencio, pese a conocer bien su máxima creación el “Código napoleónico” y haber leído con atención el “Memorial de Santa Elena” del conde de Las Cases (1766-1842). Pero se abstuvo de mencionarlo. Tal era su antagonismo con Napoleón que cuando el grupo paecista de Caracas le propuso coronarse en 1825 el Libertador, que rechazó tal proyecto enfáticamente, lo denominó proyectos napoleónicos. Solo fue en 1828 cuando conversó sobre el Corso con su edecán Louis Perú de Lacroix (1780-1837), quien consignó sus opiniones en su “Diario de Bucaramanga”. El Libertador ignoró siempre que aquel oficial escribía cada día el recuento de las conversaciones que tenía con Bolívar. Allí, en el “Diario de Bucaramanga”, vemos la idea que Bolívar tenía de él y por qué no lo mencionaba: para él, que era un republicano pleno, como siempre lo fue, el haber abandonado la república para hacerse Emperador lo separaba plenamente del oficial galo. Así fue.

Y por ello, y en esto también se equivoca Jonhson, jamás pensó actuar en forma bonapartista. Por bonapartismo se entiende, como lo indica el político-historiador venezolano Domingo Alberto Rangel: ”El bonapartismo siempre encierra una dicotomía. El bonapartista no deja de ser revolucionario ni de guardar sus nexos con las clases que han hecho la revolución. En cierto modo sigue siendo jefe de esas clases. Pero en su conducta utiliza los resortes y las modalidades del viejo orden y de las clases enemigas. En esa contradicción entre lo nuevo en lo cual se apoya el jefe y lo viejo que es restaurado o perdonado radica la esencia histórica del bonapartista” (“Los andinos en el poder”. 2ª. ed. Caracas: Vadell, 1974, p.131).

Ahora bien, y este es el centro del asunto que deseamos exponer, pese a lo que Jonhson expresa, no fue nunca el Libertador un caudillo de montoneras, ni propició golpes del Estado, ni sometió el gobierno civil al mando de los militares. La dictadura de 1828 fue un gobierno de emergencia, hecho para salvar la Independencia.

Tampoco es cierto lo que expresa Jonhson que los latinoamericanos, como consecuencia de la presencia de la acción de Bolívar, nos convertimos un “desgraciado continente” (p. 304): con hombre como el Caraqueño, pese a no haber sido escuchado, lo que hay por delante es progreso, lento arribo hacia normas civilizadas de vida. Todo lo contrario de lo que dice el escritor inglés a quien corregimos.

Primero no fue el Libertador un caudillo sino un político civilizador por haber sido él el primero que avizoró el caudillismo, sus sesgos y las desgracias que traería a nuestros pueblos. Y no podía dejar de verlo quien siempre estuvo, ojo avizor, analizando los sucesos de cada día.

Por ello cuando en su célebre carta a Pedro Gual (1783-1862), a treinta días exactos de la batalla de Carabobo (Mayo 24,1821), le dijo a Gual: “Estos no son los que Uds. conocen: son los que Uds. no conocen: hombres que han combatido largo tiempo, que se creen muy beneméritos, y humillados y miserables, y sin esperanzas de coger el fruto de las adquisiciones de su lanza” (“Escritos del Libertador”. Caracas: Sociedad Bolivariana de Venezuela, 1988, t. XX, p.62. El subrayado es del propio Libertador). Allí comprendió lo que será el caudillismo. Y por ello también expresó, reglones más abajo, “estamos sobre un abismo, o más bien sobre un volcán pronto a hacer su explosión. Yo temo más a la paz que la guerra” (“Escritos del Libertador”, t. XX, p.62).

Allí ya está dicho todo. Y fue expresado por un político que tras los difíciles años de 1813-1819 siempre fue presidente por elección en comicios (1819, 1821, 1825), por quien escuchó siempre la voz de los más capacitados, quien redactó Constituciones, para quien la ley era la norma de vida de los pueblos, para quien si bien la guerra fue ocupación de la mayor parte de su vida también lo fueron, y grande supremo, la educación del pueblo y la atención a la vida internacional a través de la civilizada diplomacia que creó.

Por ello no se puede considerar un caudillo, menos de montoneras, como las que aparecieron en nuestra América Latina después de su muerte, ni puede pensarse que fue cabeza del militarismo cuando él mismo pensaba (mayo 25,1826): “El destino del Ejército es guarecer la frontera. ¡Dios nos preserve de que vuelva sus armas contra los ciudadanos” y en su última proclama (Diciembre 10,1830): “y los militares empleando su espada en defender de las garantías sociales” (“Proclamas y discursos del Libertador”, Los Teques: Biblioteca de Autores y Temas Mirandinos,1983, p.407).

No fue ni caudillo militarista, pese a haber estado a cabeza del suyo, porque siempre propuso, e impuso a través de las leyes, el gobierno de los civiles, la presencia constante de la sociedad civil que él fue el primer venezolano en invocar en significativo pasaje de su Carta de Jamaica (“Escritos del Libertador”, t. VIII, p.232).

Y para terminar: es lastimoso que Jonhson no se haya tomado el trabajo de explorar más lo relativo al asunto Wellington-Bolívar porque fue el alto oficial inglés uno de los pocos que en vida del Libertador reconoció su grandeza. También lo hicieron en sus días Goethe, Byron (1788-1824) y Humbodlt (1769-1859). Esto lo pudo leer en inglés el autor de “Héroes” en la magnífica biografía del alemán Gerhard Masur impresa en 1948 (“Simón Bolívar”, Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, 1987, p.579). Y es una lástima que para hacer la exploración del Libertador no haya leído también la biografía de éste, escrita y publicada en inglés el año 2006, por el notable historiador británico John Lynch. Sin duda ambas estupendas obras se encuentran en la biblioteca del Museo Británico en Londres donde pudo haberlas leído. Hubiera sido una forma de entender lo que la gente del Viejo Mundo no ha querido comprender: la peculiaridad de la América Latina.

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