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100 años de Pompeyo: una “bisagra” en pro de la democracia

Celebramos el centenario del nacimiento de Pompeyo Márquez. No hay recoveco de su vida por donde uno se meta que no lo vea jugando el papel de armador de juego (una suerte de Xavi Hernández de la política venezolana). Un ser humano excepcional que siempre estuvo dispuesto a prestar su trabajo, su talento, sus relaciones, su experticia y su saber hacer en la política, para acercar posiciones y para hacer de bisagra entre quienes tenían puntos de vista contrapuestos.

Ahora esta tarea tan importante en la política, en la diplomacia y hasta en los negocios, se estudia en las universidades. En todas partes hay estudios de post grados, maestrías y especializaciones en “Resolución de Conflictos”. En un mundo tan problematizado como el que vivimos, tales profesionales, son cada vez más buscados.

En Venezuela tuvimos suerte. En el caso de Pompeyo, el talento era natural. Su propia personalidad irradiaba encuentro y dialogo fructífero versus los diálogos de sordos. Sin duda ea un don de su personalidad, pero también una actitud cultivada.

Me voy a permitir una anécdota que dibuja bien lo que pretendemos explicar. En una ocasión, mientras éramos dirigentes estudiantiles en la Universidad de Carabobo, se anunció la presencia de Pompeyo Márquez, ya para entonces, Secretario General del recién fundado MAS. En una demostración de que la intolerancia ha sido moneda corriente desde siempre entre nosotros, otro grupo de estudiantes con diferencias políticas con el MAS (con el cual era afín quien esto escribe) decidió sabotear el acto. Tal despropósito fue cumplido y todo ocurrió con estruendo y sin que faltaran las “trompadas estatutarias”. A los pocos minutos, y cuando, me dirigía a hablar con Pompeyo, me recibió y me sorprendió explicándome que había que pasar la página; que lo acontecido era bochornoso, pero que a pesar de todo, había que rescatar el derecho al disenso. Se paró de la silla y con aquella impresionante lección moral, desarmo, tanto los intentos de que siguiera el desaguisado de la agresión, como los intentos de otros de “vengarla”.

Hace falta más que sangre fría para dar lecciones de esta naturaleza. Hay que tener en las alforjas un importante cargamento de sindéresis y, sobre todo, de conciencia de que, en momentos determinados, siempre hace falta alguien que haga que la sangre no llegue al rio y se retomen los cauces del debate y del respeto.

Pompeyo, era eso, pero nunca fue un NI-NI. Me cuentan que fue claro en su separación del Partido Comunista y en el apoyo a la crítica del socialismo real, que concentraba el libro de Petkoff sobre Checoeslovaquia. A pesar de su ascendiente en la nomenclatura del PCV, resolvió acompañar a los muchachos y terminó siendo el primer secretario general del MAS. Hacía falta valor y determinación y, en ese momento, a Pompeyo no le faltaron.

Pompeyo es igualmente un ejemplo de evolución del pensamiento. La reciente muerte de Américo Martin, puso de relieve también este rasgo tan importante para conservar la lucidez en la política: Estar abierto a los cambios, a las nuevas ideas, practicar la autocrítica; tener la valentía de pronunciar la frase, “me equivoque”, tan ausente de la boca y la mente de nuestros dirigentes políticos.

En efecto, como el mismo lo refiere, Pompeyo fue capaz de evolucionar desde el pensamiento “oficial” del aparato soviético, a una posición critica que lo emparenta con los movimientos europeos de critica a esta doctrina fosilizada. Como ya dijimos, su apuesta por la disidencia al interior del PCV, que termina con la fundación del MAS, es una muestra palmaria de esa capacidad crítica de su pensamiento.

Pero regresemos al tema del título de esta nota. Su capacidad de integrar a los postulantes de posiciones enfrentadas y la habilidad y el olfato para encontrar los puntos de acuerdo, están reflejados en la génesis de nuestra democracia.

En 1946, se constituye el Comité Organizador del Congreso de Unidad para reconciliar las facciones en que había devenido el Partido Comunista de Venezuela y Pompeyo –con apenas 24 años de edad– es designado su secretario, y le confían la presentación del informe al Congreso reunificador que sesionó al siguiente año “por ser el menos pugnaz”.

Su papel de “Santos Yorme” a partir de 1950 y la necesidad de vincularse con otros grupos que plantaba cara a la dictadura perezjimenista, fue un trabajo más fácil para alguien dotado de sus virtudes para el diálogo y el acercamiento.

La Constitución de 1961, fue el mejor programa de convivencia política que haya existido en nuestra historia republicana. El nombre de Pompeyo Márquez está estampado en ella y los diversos debates recogen la clarividencia de la necesidad de recorrer esa transición en un ambiente de acuerdo nacional.

Es verdad que el Pacto de Punto Fijo deja por fuera al PCV. Muchos comentaristas están contestes en que la verdadera razón de esa exclusión es la presión ejercida por los Estados Unidos en la famosa reunión de Nueva York con Nelson Rockefeller de anfitrión entre Caldera, Villalba y Betancourt, para que el acuerdo se hiciera a tres y no a cuatro.

De cualquier manera, la Constitución fue aprobada y fue, como ya lo dijimos, el marco para la convivencia durante más de 40 años.

Pompeyo, asume posteriormente la tesis de incorporarse a la lucha armada. Esta vez, empujado por el fogonazo de la revolución cubana que fue deslumbrante para todo el liderazgo alternativo de la época.

La derrota de esta aventura insurreccional, encuentra a Pompeyo de nuevo en su papel de bisagra democrática de nuestro país. Su figura al frente del MAS, trasmitió, en efecto, un mensaje de moderación, pero al mismo tiempo de renovación de las ideas que estaba necesitando el país para aquel periodo post pacificación y de reconstrucción de la fe en las instituciones.

Así las cosas. Pompeyo pasa a ser considerado como un elemento fundamental en este papel que hemos descrito. En 1984 Lusinchi lo designa como miembro de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado, COPRE, creada para examinar la reforma del Estado venezolano y su sistema político; en 1989, Carlos Andrés Pérez lo nombra integrante de la Comisión Presidencial para los Asuntos Fronterizos con Colombia, COPAF; luego en 1990 será miembro de la Comisión Presidencial para la Delimitación de las Áreas Marinas y Submarinas con la República de Colombia y otros temas en cuya agenda se encontraba el tratamiento de la delimitación en el Golfo de Venezuela, también conocida como Comisión Negociadora con Colombia, CONEG. Hasta mediados del año 2000 Pompeyo fue la “bisagra” entre estas dos últimas comisiones.

En 1998, al asumir Caldera por segunda vez la presidencia, es designado Ministro de Estado para Asuntos Fronterizos, donde desarrollo un trabajo interesantísimo y muy importante desarrollando la tesis de la necesidad de poblar nuestras fronteras, como mejor manera de resguardarlas.

Su clarividencia se puso de manifiesto nuevamente, cuando rechaza la posición del MAS de apoyar a Hugo Chávez y ya, en la madurez de su vida política, no tiene empacho en formar parte de una nueva agrupación, la Izquierda Democrática, que posteriormente se une a UNT.

Es de esta época, de su clarísima oposición a Chávez y Maduro, cuando vuelve a ponerse de bulto su carácter de vértice de muchos debates en el país. Sus artículos, su participación en los más variados foros pidiendo unidad de propósitos para enfrentar a un régimen con cada vez mayores déficits democráticos, vuelven a hablar de ese Pompeyo que tantas veces abogó por encuentros y por acuerdos entre demócratas para poder avanzar.

Al cumplirse 100 años de su nacimiento, es inevitable echar en falta un liderazgo como el suyo, una “bisagra” que pueda unir distintos puntos de vista, para encarar un problema común.

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