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Acerca de las elecciones

Durante la semana reciente, una declaración de Stalin González levantó un tierrero en el país.  La forma como la hizo dio pie para que un gentío supusiera que estaba socavando la ruta señalada por Guaidó para llevar a Venezuela hacia una democracia verdadera, la cual es: cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres.  Y, lo que fue peor, la gente empezó a barruntar que otro líder de la oposición estaba jugando cuadro cerrado con el régimenpara ayudarlo a prolongarse en el poder.  Que Stalin perteneciera al mismo partido que Manuel Rosales —de quien se sabe que sí ha estado, varias veces, en connivencias con el régimen— aumentó el nivel de sospecha.  Al final, y luego de muchas explicaciones, quedó claro que nadie piensa apartarse del camino trazado, y que lo que justificaba las afirmaciones del declarante era que, para llegar al tercer paso, las elecciones, había que comenzar lo más pronto posible a depurar el Registro Electoral.  Por un lado, porque la legislación electoral habla de seis meses antes de los comicios para hacer la última modificación de este; y, por otro, que llevará un buen tiempo el detectar y borrar a todos los extranjeros sin derecho al voto (especialmente a los cubanos infiltrados) que fueron dotados de cédulaspara que sufragaran por el régimen;que hay que poner al día las listas de quienes votan en el exterior, tan engrosadas ahora por causa de la diáspora; y que habrá que anular las inhabilitaciones ilegalmente ordenadas en contra de personas y partidos que les podían hacer la vida incómoda a los rojos.

Estas acciones deberán de ser realizadas con todo el cuidado posible porque de estas dependerá que se logre unas votaciones serias, creíbles, aceptables para propios y extraños.  Porque el descrédito que Tibisay y las demás arpías del actual CNE han logrado para ese organismo es mayúsculo.  De las picardías que se realizan en él se sabe hasta en los confines del planeta.  Elección tras elección era una constante conspiración en contra de la democracia.  Porque los rojos son una especie que se sirve de las reglas de esta para, luego de haberse apoderado del poder, acabar con ella y eternizarse en el mando y, sobre todo, en la Tesorería.

Se llenan la bocota diciendo que nadie más que ellos han realizado elecciones en el país.  La pregunta es: ¿cuántas de ellas llenaron los mínimos de la legalidad y la ética?  Lo primero que hicieron fue evitar la observación internacional porque iba en contra de la soberanía nacional, y que unos extranjeros no podían poner en duda las actuaciones de las autoridades nacionales.  En su reemplazo inventaron unos “acompañamientos” inanes, y se cuidaron de preñarlos con copartidarios del Foro de Sao Paulo que dijeran que todo había resultado pepeadito.  Junto con eso, vinieron los “mirones” que coaccionaban a los votantes, los que sufragaban varias veces, las inhabilitaciones de los partidos más populares —o el asalto de sus juntas directivas por sentencias del acomodaticio Tribunal de la Suprema Injusticia—, las prisiones para los aspirantes con más arraigo popular, los “puntos rojos”que contrarían la Ley, y decenas de pilatunas rojas más.

No basta que las elecciones sean libres.  Se requiere que las opiniones de quienes concurran a ellas también lo sean.  Y eso es algo que le choca a los disfrazados de demócratas.  Lo de ellos es forzar sus opiniones sobre los demás.  Para ellos, lo esencial no es convencer sino imponer.  Y vuelvo a la pregunta que he hecho por años en esta columna: Si el socialismo es tan bueno, ¿por qué tienen que imponerlo a los trancazos?  Desde los tiempos de Lenin han tenido que constreñirlo sobre las naciones.  Millones de muertos en todo el planeta ha sido el resultado.  Muerte, enfermedades y hambruna.  O sea, lo que está sucediendo aquí desde hace veinte años, cuando cuatro idealistas indigestados por los libros mal comprendidos, acompañados por una logia militar no muy brillante y rodeados por una caterva de vivianes, oportunistas y güele-fritos, se apoderaron de todas las instancias del poder en Venezuela.

Cuando las opiniones son impuestas desde el poder, no hay libertad.  Y el pueblo soberano, al que se hace que se le consulta frecuentemente, pero al cual no le hacen casodespués, para los mandantes, en pureza de verdad, no pasa de ser un cero a la izquierda.  En el afán de imponer la igualdad a como dé lugar, sacrifican la libertad, que es el valor primigenio.  Quieren “guiar” las opiniones porque, aunque se las echan de revolucionarios, a lo interno objetan contra la democracia porque “el pueblo no sabe»; hay que llevarlo nariceado…

La democracia es gobierno de opiniones.  Las acciones de los gobernantes tienen que estar fundamentadas en la opinión pública.  Que no es, en realidad, del público.  Ni muy autónoma.  Fue Karl Deutsch quien, para facilitar la comprensión de esos procesos, propuso el «modelo cascada»; un torrente que aguas abajo, se mezcla con otras y forma ríos, pero también charcos, ciénagas.  Las opiniones de los dirigentes se mezclan con las opiniones de otros, reciben diferentes aportaciones, y llegan a una síntesis que es la que sirve para la toma de decisiones.  Es la suma de esas doxas, no de la episteme, la que repercute en la formación de los presupuestos y en la ejecución de obras públicas, la resultante visible del gobierno.

A eso, es a lo que se apunta: a que el Estado vuelva a asistir, auxiliar, al ciudadano; no a lo que ha estado sucediendo en estos veinte años: que aquel se le ha encaramado al pueblo.  En eso no puede haber transigencia porque el Estado fue una invención del hombre para que lo sirviera, no para lo contrario…

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