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Alcibíades y la virtud

Uno de los diálogos de Platón (Siglo IV, antes de Cristo), más ricos en imágenes y contradicción dialéctica es “Alcibíades o de la naturaleza del hombre”, en donde el orador resalta la reflexión de Sócrates, su maestro, con Alcibíades, otro de sus discípulos, en cuanto a la ignorancia, resaltando que se presenta en dos formas: la que consiste simplemente en “no saber”; y la que llega al creer que se sabe algo, cuando la verdad es que “no se sabe”.

El diálogo ahonda en el significado de la naturaleza humana, de su necesidad de alcanzar el conocimiento, buscando la perfectibilidad moral del hombre, ya que desde ese escenario, es posible comprender todas las ciencias en general, y en particular los elementos constitutivos de la política; Platón resalta lo fundamental  de una vida justa, en cuyo escenario la utilidad del hombre asuma el rol de enlace entre lo material y lo espiritual; Sócrates, que es uno de los interlocutores del diálogo, comprende que los hombres siempre y cuando obren con justicia, alcanzarían un lugar privilegiado entre los propios hombres y ante sus deidades. Pero Alcibíades, el otro interlocutor principal,  no entiende eso de “ser justo”, lo confunde con justicia. Alcibíades expresa que él no entiende de eso a que hace referencia Sócrates; le confunde la idea de “aprenderlo por sí mismo”, su aprendizaje ha estado guiado por los maestros, si ellos no lo dicen, cómo voy a entender precisar el valor moral de lo justo, expone Alcibíades. Es preciso, recalca,  hacer indagaciones para donde lo justo y lo injusto, puedan presentarse con mayor claridad y sea posible entenderlo en su relación constante e integral, con la razón de ser del hombre o su naturaleza moral.

El diálogo de Platón “Alcibíades o de la naturaleza del hombre”, en el cual se aprecia a Sócrates expresando sus valores de respeto y amor hacia su discípulo Alcibíades,  surge por la necesidad de educar con vultuosidad la soberbia de Alcibíades, que bien podría representar hoy día, extrapolándolo al mundo político venezolano, a la postura de cualquier liderazgo político que aspira mantenerse o llegar al Poder. Esa conducta muy humana de crearse portador de una única y última verdad, donde  no se necesita de nadie y que solamente se necesita a uno mismo, en el cuerpo como en el alma, para marcar la diferencia, fue lo que horrorizó a Sócrates y lo hizo actuar, llevar en una conversación franca a una persona que estaba equivocada en lo más importante de la condición humana que es la naturaleza de la moral, entendida ésta como el consenso de los ciudadanos para garantizar una convivencia en paz y bajo criterios cordiales de tolerancia y trabajo cooperativo.

Alcibíades es para Sócrates el prototipo en pequeño de lo que es la “voz del pueblo”, por lo insistente en ignorar los sentimientos que hacen de las personas seres con alma y espíritu. Alcibíades, como el pueblo, ha aprendido a leer y escribir, tocar la citara, y a luchar; todo lo justo es bello, pero dentro de lo bello, expone Sócrates, también existen cosas malas: la guerra, muchos soldados mueren por salvar a sus compañeros, una cosa es la muerte, cuya característica sería mala y la buena que va de parte de la lealtad de salvar a un compañeros. Sócrates dice: ‘‘Cuando alguien ignora una cosa, su espíritu no puede menos que variar de opinión»; es decir, hacemos cosas creyendo que las sabemos hacer, pero en realidad no sabemos y cometemos errores. Alcibíades ignora lo justo porque él pensaba que al mismo tiempo era injusto, pero esto sería una contradicción; por lo tanto, no podría hacer mención correcta sobre lo que es justo. Para Sócrates su discípulo Alcibíades padece el peor de los males, ser ignorante, pero no una ignorancia peyorativa y burlesca como asoma en los medios de comunicación modernos ante las inconsistencias de los líderes políticos en sus interpretaciones de la realidad, sino una ignorancia en cuanto a reconocer en sus más profundos sentimientos de bondad y vultuosidad, que el hombre por su naturaleza es sensible y acústicamente moldeable a las interacciones entre sus semejantes, es decir, por naturaleza el hombre es moralmente racional y humano. El hombre es portador de amor, por ello Sócrates se atreve a decirle a Alcibíades, en el contexto de ese inmenso amor humano, que es necesario conocerse a sí mismo, dejar a otras situaciones que se preocupen por lo material y transitorio, sobre todo, el hombre debe darle a sus semejantes virtud, entendiendo por ésta el conocimiento,  la justicia, la sabiduría o prudencia, con el fin  de mostrar la verdad desde el bien,  apreciando la fortaleza y disposición de la voluntad humana por hacer de la convivencia un espacio de placer y gozo;  elevar  la conducta humana a criterios de templanza, donde la disposición moderada de los apetitos  le permita al alma no ser perturbada, ni seducida por deseos abundantes e intensos.

En concreto, el diálogo de Platón “Alcibíades o de la naturaleza del hombre” (o primer Alcibíades, como también se le conoce, escrito alrededor del año 350 a. C.), es un claro muestrario de lo que debería ser una enseñanza para nuestros insignes políticos modernos, para que mirándose desde su voz interior tengan la nobleza y la virtud de entender a su pueblo, dejando a un lado los intereses superfluos que han caracterizado los liderazgos ostentosos de poder. En este aspecto viene como anillo al dedo un extracto del diálogo: “…SÓCRATES. ¿Has observado que siempre que miras en tu ojo ves, como en un espejo, tu semblante en esta parte que se llama pupila, donde se refleja la imagen de aquel que en ella se ve?/ ALCIBIADES. Es cierto. /SÓCRATES. Un ojo, para verse, debe mirar en otro ojo, y en aquella parte del ojo, que es la más preciosa, y que es la única que tiene la facultad de ver ?/ ALCIBIADES. ¿Quién lo duda?/SÓCRATES. Porque si fijase sus miradas sobre cualquiera otra parte del cuerpo del hombre, o sobre cualquier otro objeto, a menos que no fuese semejante a esta parte del ojo que ve, de ninguna manera se vería a sí mismo…”

Es inminente la necesidad de dejar a un lado el materialismo salvaje y comenzar a entender que la vida se hace colocando uno tras otro los sentimientos y las vivencias, únicas imágenes que se lleva nuestra alma al trascender a ese otro plano que conocemos como el cielo.

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