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“¡Aquí hay que seguir para adelante!”

Roberto Patiño

Gabriela Vega vive en San Miguel, en La Vega, con su pareja y sus tres hijos: uno de 17 años, otro de seis, y el tercero de 3. “Ni Dios lo quiera que se enfermen”, me dice, preocupada como todos por la escasez de medicamentos y los altos costos de los que aún pueden conseguirse.

Ella y su familia ya hacen grandes esfuerzos afrontando las dificultades de nuestra durísima realidad, intentando satisfacer sus necesidades más prioritarias. “El costo de los uniformes, la lista de útiles, por ejemplo “, me cuenta. “Mandar a los chamos para el colegio ahorita no es fácil. ¿Y cómo hace uno para darles comida? A veces no tengo harina, y una empanada te vale 200 mil bolívares: ¡yo tengo tres muchachos, solo el mayor se come cuatro! Es difícil. Me ha tocado pedir prestado, hacer colas y así”.

La situación de colapso con la crisis de los servicios básicos suma otros problemas a la cotidianidad de Gabriela. Su comunidad, San Miguel, vive en la oscuridad absoluta cuando cae la noche: no hay alumbrado público, lo que obliga a las personas a resguardarse en sus casas cuando el sol se pone, limitando sus posibilidades de esparcimiento o de interacción en el poco tiempo libre que les queda luego de cumplir con las jornadas de trabajo.

La inseguridad y la violencia del Estado también determina negativamente sus condiciones de vida: Gabriela me dice que si bien no hay una presencia significativa de delincuentes en San Miguel, de vez en cuando hampones de otros sectores van a robar a su zona. Pero su mayor terror son la CICPC y el FAES, cuerpos policiales que están entrando a la comunidad con frecuencia, violentando los derechos humanos de la población civil.  “La gente se asusta, corre para su casa. Hace poco mataron a un chamo que era mi compadre. Él vivía con sus niñas y su esposa en una casa por ahí cerca”, me cuenta Gabriela. “Cuando les cayó la policía, los vecinos no sabíamos si las niñas estaban dentro de la casa o no y nos preocupamos. Empezamos a gritar, pues. Y, a mí en lo particular, los policías me dijeron perra, me insultaron, me dijeron de todo. Después, oíamos a las niñas llamar a su papá. Papá, papá, gritaban. Una vecina salió y les dijo a los policías que le dieran a las niñas. Ellos las agarraron y se las tiraron, como si fueran una bolsa de basura”.

Su testimonio refleja la experiencia de la inmensa mayoría del país, sometida a las necesidades de supervivencia, acosadas por un Estado que impone un modelo destructivo de hambre, empobrecimiento y violencia. Un régimen que con sus actos busca someter a la población y desintegrar el tejido social, apostando por el desánimo, la desesperanza y la vejación de las personas. Pero en ejemplos como los de Gabriela también vemos la respuesta de la gente, que desde la resiliencia, la superación y el empoderamiento de los valores convivenciales, luchan no solo por sí mismos, sino por su familia y comunidad.

“¡Aquí hay que seguir para adelante!”, afirma Gabriela. “Con este poco de muchachos, tengo que seguir para adelante. No puedo decaer”. Lejos de bajar los brazos, Gabriela trabaja con nosotros en el Movimiento Caracas Mi Convive realizando actividades sociales en San Miguel y creando redes de apoyo entre los vecinos. Su esposo participa en uno de los comedores de Alimenta la Solidaridad. Asumen una actitud de compromiso y responsabilidad llevando proyectos a sus vecindarios, trabajando con la firme convicción de producir los cambios que todos estamos necesitando y convirtiéndose en líderes locales con vínculos sólidos y reconocidos en su comunidad.

Todos debemos apostar por el trabajo de articulación, construcción de capital social y movilización participativa para lograr el cambio. En nuestro trabajo político y social   en el Municipio Libertador llevamos a cabo iniciativas desde, por y para la gente, en los que se demuestra como el verdadero empoderamiento surge de esa suma y encuentro de esfuerzos particulares. Logros que surgen de la participación de personas que, desde sus espacios y capacidades propias, se articulan unas con otras para lograr la transformación de su realidad.

El testimonio de Gabriela nos muestra la profundidad y escala de la terrible crisis que esta azotando al país, pero también el compromiso y la determinación de las personas para no sucumbir ante esta. De la lucha que todos los días libramos para superar al caos y el colapso. Y de la razón de esta lucha: lo hacemos no solo por nosotros, sino por nuestra familia y por la posibilidad de un país de verdadero encuentro, en el que pueda hacerse realidad la esperanza de bienestar.

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